Impacto Profundo

¿Qué tan profundo fue el impacto de los sucesos del 11 de septiembre de 2001?, luego de una década, es posible decir que los efectos desencadenados trascendieron y marcaron toda una década. Cual mordida de víbora, el dolor de los feroces dientes se juntó con los efectos devastadores del veneno. Nadie pudo imaginar que aquella mañana de otoño, infame e indeleble en la historia moderna, sería el inicio de una era agitada y de una fuerte polarización entre civilizaciones. Sin lugar a dudas, cuatro aviones comerciales secuestrados con el objetivo de estrellarse deliberadamente contra los símbolos de la hegemonía occidental eran un mensaje claro del odio profundo que en el oriente que despierta occidente liderado por los Estados Unidos, donde el fanatismo religioso engendró desprecios que aquella trágica mañana dejaron más de dos mil muertos y cientos de desaparecidos, además del orgullo de una nación destrozado.

Cuando aquella mañana el presidente George W. Bush declaró que ese no fue un acto de terrorismo sino un vil acto de guerra, era claro que el 9-11 conduciría a una confrontación bélica. La primera potencia mundial siendo atacada en su propio suelo era de esperarse que respondiera con su maquinaria de guerra en el mundo y fuera implacable en la persecución de los culpables de la catástrofe. Pero el daño que quisieron propinar los terroristas estaba hecho, así la respuesta de los americanos fuese la desaparición misma de sus enemigos. La furia de Washington lo llevó a un aislamiento progresivo de los escenarios de la diplomacia internacional, más partidarios de dirimir los ánimos agitados en las tribunas de la ONU y no en los desiertos de Afganistán e Irak. Nadie, de cualquier modo, pudo haber entendido fuera de las fronteras estadounidenses cuáles fueron las motivaciones de haber llevado a toda costa su intervención contra el régimen Talibán, cómplice discreto de la red Al Qaeda y que osó desafiar a un país poderoso y herido.

Diez años después asistimos a una prolongada crisis financiera, ayer por la especulación en los mercados de capitales y su voracidad, hoy por la elevada deuda que afrontan los países desarrollados. Los Estados Unidos desde el 11 de septiembre emprendieron un aumento sostenido del gasto público en defensa, que vio sus mayores picos cuando las fuerzas estadounidenses debieron enfrentar dos teatros de operaciones en Irak y Afganistán de forma simultánea. No queda duda que gran parte del problema de la deuda del Gobierno federal reside en toda una década de gasto que permitiera sostener los elevadísimos costos de una maquinaria militar operando a miles de millas de su patria. Si los terroristas no tuvieron en cuenta los costos económicos de su locura, sí lograron un impacto profundo en la locomotora económica mundial que diez años después sigue a bajo ritmo.

La guerra contra el terrorismo cambió el mapa geopolítico global. El llamado del presidente Bush a unirse en una cruzada mundial contra el terror cambió el sistema de las relaciones entre su país y sus aliados, así como acentuó las discrepancias con aquellos regímenes con sospechas de ser cómplices por acción u omisión de redes de terror como Al Qaeda. Los terroristas lograron llevar al mundo a la guerra, a replantear las prioridades de la agenda multilateral y a disponer miles de millones de dólares en esta causa. La mañana del 11 de septiembre de 2001 sin duda representará un momento crítico en la Historia universal, en la medida en que sus consecuencias no sólo se extendieron a las 2800 familias afectadas por este criminal proceder. Esos ataques marcaron un cambio democrático en países acostumbradas a regímenes despóticos y teocráticos, aceleraron el colapso económico mundial y presagiaron una fuerte tensión ideológica, político y cultural a lo largo del mundo islámico. El impacto fue profundo y esas imágenes trágicas que hoy tenemos vivas en nuestras memorias difícilmente pueden ser consideradas hoy un capítulo más de la historia: ese capítulo aún hoy no se cierra.

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