Idiomas distintos

La discusión entre el vicepresidente de la República, los asesores de Planeación Nacional y ahora el principal movimiento político de la Coalición de Gobierno, el partido de la U, parece una discusión entre quienes hablan distintos idiomas. Pareciera que el deseo loable del Vicepresidente Garzón de hacer justicia al rechazar que una persona no sea considerada pobre si devenga 190.001 pesos es un acto de sensatez con los millones de colombianos que, según el Departamento Nacional de Planeación, dejaron de ser pobres a la luz de las estadísticas oficiales del Gobierno.

Me parece estar frente a un caso muy recurrente en la ciencia económica moderna y su incapacidad de relacionarse adecuadamente con la política real. Y es una incapacidad en la medida que optó por metodologías rigurosas desde el punto de vista matemático. La medición de la pobreza requiere que todos los fenómenos y las variables consideradas en un modelo de estimación de la distribución de los ingresos entre la población sean exactas y no resistan interpretaciones ambiguas. Como casi todos los estudios económicos, la necesidad de cuantificar y revelar información condensada en cifras obliga a asumir a menudo posturas que tal vez en el campo de la ética sean cuestionables. A la luz de las cifras, un economista puede demostrar que los homicidios tienen una relación inversa con el crecimiento económico sin considerar que les está diciendo intrínsecamente a los más pobres que dado su bajo ingreso, matar será algo plausible. En efecto, la necesidad de medir la pobreza de un país como Colombia no puede admitir ambigüedades y requiere de una metodología que, para bien o para mal, sólo se puede encontrar en las ciencias exactas como la estadística.

Dice el adagio que si mi vecino tiene dos autos y yo ninguno, los dos tenemos uno. Claramente la estadística no tomará en cuenta ni captará que es probable que mi vecino tenga un mejor cargo con mayor remuneración que le permite mantener un vehículo adicional o que mis preferencias están orientadas al uso del transporte público y no del transporte particular porque, tal vez, soy ecologista. Y tiene sentido: la estadística busca medir y aportar una información, vía descripción o inferencia, y no disertar sobre el contenido de la información. La estadística nos reporta el número de homicidios en una ciudad pero no aporta pistas explícitas sobre cómo impulsar estrategias que reduzcan los homicidios y las muertes violentas. Y en los estudios económicos no existe duda que la medición les ha otorgado los instrumentos necesarios para darle a la información un carácter exacto. Si bien un buen ensayo carente de rigor matemático, como los de Ronald Coase, es tan científicamente riguroso como un sofisticado estudio econométrico de los que abundan en las escuelas modernas de economía, es cierto que para la formulación de políticas públicas se requiere más evidencia empírica que una elegante disertación en torno a una teoría.

Cuando los técnicos del DNP proponen que una línea de pobreza monetaria en Colombia está en los 187.000 pesos por persona (un millón por una familia de cinco miembros), sin duda acuden a un cúmulo de cifras que revelan unas tendencias pero que, obviamente, no responden a todas las variables de una población pobre, por ejemplo. Empecemos por dejar claro que esta línea se calculó con estimaciones basadas en trabajos del Banco Mundial y otras entidades sobre los hábitos de consumo de los colombianos en los últimos años. Los hábitos de consumo varían en el tiempo y de la misma manera el ingreso se ve afectado por fenómenos como la inflación y el crecimiento del producto. Si bien se les puede decir a los técnicos que la cifra de la discordia pudo ser más elevada, entramos en terrenos bastante inestables: ¿cuál debe ser la línea de pobreza?; el vicepresidente Garzón, que lideró los ataques contra este estudio, dio una pista con su argumento: en los Estados Unidos, la línea de pobreza bordea los 23 mil dólares anuales, algo así como 3'450.000 pesos colombianos al mes. Es curioso, con esos 3 millones de pesos en Colombia muchos pertenecen a la clase media-alta e, incluso, jamás llegan a ganar en el año lo que gana un "pobre" en los Estados Unidos.

La cifra es cuestionable cuando nos alejamos del rigor científico y técnico en que fue concebida. Indudablemente para un policy maker del Ministerio de Hacienda o de una agencia especializada del Gobierno es una pauta importante para formular políticas públicas pero bajo ninguna circunstancia es una verdad incuestionable. Quizás, entonces, tanto el Vicepresidente como el DNP tengan razón en sus planteamientos, cada uno desde el contexto correspondiente a su oficio. El problema está en que ambos hablan idiomas distintos y por tal motivo será imposible conciliarlos: los técnicos no verán viable introducir variables de tipo ético en sus modelos porque no es posible cuantificarlas ni el Vicepresidente, en su afán de hacer justicia, probablemente, entienda que el objetivo de todo estudio de esta índole es suministrar información exacta para describir fenómenos dinámicos con algún grado de concreción. La exactitud de la matemática, aunque odiosa, no admite la inexactitud de la justicia. 




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