Las trampas de pobreza
La experiencia acumulada por años ha demostrado que los pobres extremos difícilmente podrán superar las condiciones que le impone la indigencia sin una estrategia que necesariamente debe vincular al aparato estatal. Son las trampas de la pobreza esas minas que destruyen y contrarrestan los esfuerzos propios de las familias y condena a que, generación tras generación, la indigencia se prolongue indefinidamente en un horizonte de tiempo. Bajo ninguna circunstancia países como Brasil o Chile han logrado una mejora en las coberturas sociales, reducción de los indicadores de pobreza y mejora en el ingreso de las familias sin la participación del Estado y sin la formulación de estrategias integrales focalizadas en ciertos núcleos de la población más vulnerable y que están definidas por un proceso previo de identificación de las variables que determinan la pobreza de una familia.
En la actualidad, gobiernos como el de Brasil y Colombia le apuestan a iniciativas que abandonan las viejas políticas redistributivas tradicionales que se basaban en los subsidios y en la fijación de precios, con efectos estruendosos sobre la producción e incubadora de incentivos perversos basados en el peligroso paternalismo. Hoy se apuesta por estrategias que ponen a disposición de la población vulnerable toda una maquinaria estatal orientada a una noción de pobreza multidimensional, potenciada por el reconocimiento explícito a una vulnerabilidad que trasciende los términos monetarios y termina residiendo en aspectos como la baja escolaridad de las cabezas del hogar o la tenencia irregular del terreno donde una familia vive. Programas como el de Unidos en Colombia o la Bolsa Verde en Brasil, tienen por característica que sus contenidos responden a las características propias de la pobreza en cada país y buscan que los programas guarden coherencia con estas características.
Indudablemente estas respuestas obedecen a que los gobiernos en buena medida están en proceso de entender que un crecimiento económico elevado y sostenible, aunque condición inexorable para elevar de la misma manera las condiciones de bienestar de una sociedad, no conlleva a que todos en una economía vean los frutos de la bonanza. Es más, en los países de América Latina esta situación es palpable en la medida en que sus economías crecen en la misma vía que se acentúan las brechas sociales y la pobreza se reduce en guarismos apenas perceptibles. En ocasiones las familias más pobres, vulnerables ante choques covariantes como la inflación y el desempleo y por su incapacidad de acceder al ahorro, sólo pueden soportar su precaria situación si son acompañados por una red de protección social que conjugue todas las herramientas estatales para lograrlo.
En días anteriores, el director de Un Techo para mi País respondía en una entrevista a un medio español luego de recibir de los reyes de España un reconocimiento a la labor de esta organización internacional de origen chileno, que en la corrupción y la ineptitud de la administración pública se encuentra buena parte de la responsabilidad por la horrorosa situación de millones en el subcontinente latinoaméricano. Y tiene sentido: una estrategia ambiciosa como Unidos en Colombia, concebida con gran pertinencia desde el Gobierno Nacional y liderada por un equipo extremadamente cualificado para hacerlo, puede tener menos éxito del esperado por la gestión negligente o punible de un gobierno local. De allí que un problema económico puede terminar siendo subyacente a un problema eminentemente político. Sin una democracia sana y una ley en efecto respetada, difícilmente el desarrollo integral de las comunidades podrá consolidarse.
Las trampas de pobreza son definidas como un círculo vicioso que contrarresta los esfuerzos de los pobres y a su vez alimenta las condiciones que determinaron el entorno de pobreza en que generación tras generación han vivido. Son tan simples que a menudo las vemos frente a nosotros y las vemos como fenómenos sociales despreciables pero ignoramos la trascendencia que tienen. El trabajo infantil; la baja escolaridad y formación académica de los integrantes de las familias; la falta de capital de trabajo -crédito-; la vulnerabilidad ante problemas de salud, desempleo, desastres naturales, que obliga a las familias a tomar decisiones económicas menos riesgosas y a su vez menos rentables, entro otros fenómenos, agravan la situación y la ponen en una lógica de lo complejo: estrategias unidimensionales para atacar un problema de múltiples dimensiones fracasarían inevitablemente.
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