Cambio de valores
En la lógica de la ganancia, todo tipo de negocio es válido. Hace ya casi cuatro años estalló la peor crisis económica desde La Gran Depresión de los años treinta, como muestra elocuente del desgaste de la receta que el nuevo liberalismo económico, en adelante neoliberalismo, presenta. Los resultados de ese sombrío binomio entre beneficios de corto plazo y una excesiva acumulación de riesgos de largo plazo no fueron menos que desoladores: deudores que no pudieron cumplir con sus obligaciones financieras, adquiridas con pocas condiciones; bancos que perdieron los ahorros de sus clientes al no recuperar sus carteras vencidas; empresarios que encontraron iliquidez en los mercados financieros y restricción para acceder al crédito; una demanda contraída y unos gobiernos que debieron incrementar su gasto para salvar a las economías de sus países con consecuencias hoy desastrosas: las arcas públicas se endeudaron por encima de sus capacidades, hoy amenazan con una cesación de pagos que tiene nerviosos a los mercados y que para lograr un alivio de sus maltrechas finanzas nacionales se ven obligados a incurrir en recortes de los beneficios sociales.
Fue con el recorte de los beneficios sociales donde la crisis de la noción neoliberal del sistema económico tocó fondo y generó toda clase de protestas y movimientos sociales en diferentes países del mundo. Inconformismo totalmente consecuente y justificado: durante años, las rentas astronómicas que unos pequeños grupos percibieron en la época del auge llegaron tenues y casi imperceptibles a las bases populares. Pero al momento de la debacle financiera, los costos fueron asumidos por los contribuyentes y por quienes estuvieron al margen del bacanal corporativo. Hoy el llamado movimiento de los indignados, extendido por Europa y América entera, es un reconocimiento explicito de la saciedad de aquellos quienes hoy padecen los rigores de los fallos estructurales de una tesis que privilegió al lucro sobre el bienestar social. Miremos que desde Atenas hasta Santiago, pasando por los movimientos de indignación en España y los Estados Unidos, se alza la voz contra una ficción matemática basada en la maximización del beneficio de los agentes económicos y que ha gobernado buena parte de las decisiones más trascendentales en muchas naciones. Finalmente tal maximización fue una fugaz realidad que pronto se hizo una verdadera pesadilla y ahí, cuando se socializaron las perdidas de los too big to fail, fue que estalló la cólera.
A una crisis manifiesta, la reacción no podría ser menor. Por primera vez en muchas décadas las clases medias se sienten en el epicentro de la catástrofe económica que se percibe en los miles sin seguro médico en el país más rico del mundo, en los millones de desempleados en la Zona Euro, en los miles de estudiantes que demandan educación gratuita en países como Colombia y Chile y ahora unos costos millonarios producto de los excesos de un sistema económico desregulado y marginado de las brechas sociales que esos mismos excesos sembraron durante años. Estas crisis ponen contra la pared a las clases medias que, especialmente en los países emergentes, son más vulnerables y en su mayoría corren el riesgo de caer en la pobreza. Y es que, ciertamente, los fundamentos neoliberales del sistema económico han mostrado resultados discretos. Ejemplo de ello lo constituye un estudio realizado por Planeación Nacional hace unos años que describe el comportamiento de los niveles de pobreza y su relación con los niveles de crecimiento de la economía colombiana en la primera década de este siglo. El descubrimiento fue sin duda alguna revelador: de todos los periodos analizados, sólo uno mostró una relación positiva entre crecimiento y pobreza. En otras palabras, sólo en un año, los más pobres del país se beneficiaron de la bonanza. Un motivo, sin duda alguna, para sentir algún tipo de indignación.
Y es que no se propone una crítica al sistema: es necesario crear riqueza para incrementar el nivel de bienestar de una sociedad. No ha habido sistema económico que haya tenido éxito en la historia sin haber permitido la libertad de elegir, la iniciativa privada y el beneficio como incentivo para emprender una actividad productiva. Sin entrar en radicalismos de ningún estilo, creo con toda la convicción que lo que se propone hoy día es un cambio en la escala de valores sobre el cual debe basarse un sistema económico, que por demás es una institución subyacente al sistema político. En palabras de H. W. Singer, gran economista heterodoxo del siglo XX, lo que se pretende es un quiebre profundo, en el que el centro del desarrollo deje de ser el crecimiento económico para pasar a ser "...el proceso de aumentar las habilidades y las opciones de los individuos de manera que puedan ser capaces de satisfacer sus propias necesidades": centrar toda política e iniciativa en el desarrollo humano.
Un Techo para mi País participe de la reconstrucción de Haití. |
Hace más de una década en un poblado del sur de Chile, un grupo de jóvenes, movidos por lo que debe ser una constante y no la respuesta a una coyuntura en especial, llevaron a la acción su profunda indignación: mientras América Latina crecía y sus economías generaban jugosas bonanzas, los más pobres seguían inmersos en esas trampas que les impiden salir de su precaria condición. Hoy, con presencia en la totalidad de los países de habla hispana del continente y en el Brasil, la propuesta de Un Techo para mi País, -no susceptible de ser discutida y de representar apenas una parte de lo que debe ser una nueva propuesta de sociedad-, está en su totalidad orientada hacia la generación de opciones y habilidades de los pobladores más excluidos del continente que no han encontrado cabida en el sistema económico. Históricamente excluidos de sus derechos civiles, sociales, políticos y económicos, estos ciudadanos requieren mucho más que transferencias, subvenciones o créditos blandos. Lo que en el Techo hemos entendido es que debe existir, ante todo, una consciencia que el desafío es mayor cuando suponemos que en gran parte la integración de estas personas a los beneficios de esta sociedad estará determinado por la ruptura de valores tales como la conmiseración, que a menudo implica verlos como ciudadanos de segunda clase: si nos enfocamos en los derechos que elegantemente convenimos y promulgamos en nuestras leyes, tratados internacionales y constituciones, devolverles los derechos a estas personas es un asunto de justicia.
Miles de jóvenes han logrado movilizarse para estar cada domingo en mesas de trabajos con los líderes de los precarios asentamientos de nuestras ciudades para buscar soluciones a sus problemas y aplicarlas o que a pesar de la inclemencia del clima y del terreno construyen con sus manos viviendas más apropiadas para quienes no cuentan con recursos necesarios para vivir dignamente: hoy, miles de voluntarios buscan desde sus diferentes roles cotidianos incorporar una crítica moral al sistema que permita un buen día que los empresarios, gobernantes, estudiantes y todo ciudadano entiendan que la responsabilidad del desarrollo y progreso de sus países está sobre sus hombros. Idílico o no, discutible o no, en Un Techo para mi País sabemos que tenemos la capacidad de expresar que sin dejar de pensar como individuos, es posible construir comunidad. De hecho, mientras usted lee esta columna, muchos de nuestros voluntarios lo están haciendo.
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