La facultad del silencio

¿Cuál es el papel de las escuelas de economía en la debacle económica mundial?, ¿es la crisis del sistema económico también una crisis del pensamiento económico imperante?, basta con ver los resultados de las economías más desarrolladas y lo que han sido los efectos de las recetas económicas tradicionales en regiones como América Latina y África para entender que así como Berlusconi y Papandreus pagaron los costos de una crisis de proporciones catastróficas en Italia y Grecia, así como los socialistas pagaron sus errores en la dirección de España y el descontento con el sistema político empieza a sentirse en lugares otrora estables, es necesario plantearse que, sin duda alguna, el núcleo duro de la crisis económica en el mundo desarrollado y de los rezagos sociales de los países emergentes se encuentra en las aulas de las universidades del mundo. 

Resulta bochornoso que aún cuando la crisis amenaza con hacer sucumbir los cimientos mismos de muchas naciones, las recetas planteadas desde las escuelas de economía, mayoritariamente, proponen los mismos mecanismos de acción anticíclica sin optar por una modificación sustancial del cuerpo doctrinal de la ciencia económica. Los economistas han creído ciegamente en una escisión entre la teoría económica pura y las demás teorías sociales que, si bien coexisten con singular evidencia en el mundo moderno y real, en medio de su ficción matemática, la llamada economía pura ha optado por tomar decisiones en un concepto de variables constantes, muy a menudo despreciadas y cuyas implicaciones no pasan de ser consideradas en concursos académicos donde se pondera la transdisciplinaridad. Finalmente para un economista la cosa política no pasa de ser un fenómeno marginal, apenas perceptible. Pero al momento de tomar decisiones económicas en políticas públicas o en las empresas las repercusiones son inevitables en la sociedad: cuando por una decisión estrictamente económica tomada por General Motors se cerró la planta ensambladora en Flint, Michigan, cerca de treinta mil personas quedaron desempleadas. Lo que fue una decisión basada en números terminó siendo un problema social que derivó en perturbaciones tangibles, más de orden político y social que económico. Es que el criterio económico hace mucho tiempo dejó de ser social, hace mucho tiempo la economía pasó a ser la menos humana de las ciencias sociales. 

En Europa, países como Grecia e Italia amenazan con un default, lo que tiene con los nervios de punta a inversionistas y acreedores. Las medidas exigidas por la Unión Europea pretenden sanear las finanzas públicas de estos países, maltrechas y empeñadas por el excesivo endeudamiento, con el riesgo de tener efectos depresivos en momentos en que el crecimiento económico es casi nulo, el paro crece, las medidas de austeridad amenazan los beneficios sociales y los políticos están en franco descrédito. Las crisis de estos países no radican en otra cosa que una profunda desconfianza de los inversionistas en los Gobiernos de estos países endeudados: es probable que España tenga la solvencia suficiente para responder aún con sus obligaciones financieras, pero que la prima de riesgo de la deuda de este país esté por encima de su tasa promedio es un síntoma interesante de perdida de credibilidad de los gobernantes de turno. Nuevamente la dinámica económica se encuentra subyugada a la dinámica política y aún en los cursos de microeconomía avanzada suponemos equilibrios competitivos, racionalidad completa de los agentes y se sostiene que la cuestión ética carece de relevancia en la formulación de análisis económicos. Seguimos pensando que el desempleo es una conducta voluntaria y que se resuelve con la baja en las aspiraciones de ingreso de los trabajadores. En pocas palabras, quien no trabaja es porque quiere.

En los Estados Unidos la situación no es muy diferente: el gobierno sigue gastando y  los republicanos le siguen apostando a recortes impositivos, a recortes fiscales y a un sistema liberalizado y desregulado; mientras la economía sigue postrada, las grandes corporaciones siguen parsimoniosas, casi apáticas. Ningún político estadounidense es capaz de proponer un aumento de impuestos para los más ricos, ningún economista sugiere herramientas alternativas. De hecho, parece que ninguna escuela de economía está dispuesta a asumir el reto de proponer un nuevo cuerpo doctrinal para la ciencia económica. Parece que a los economistas se les agotó las ideas: finalmente han vivido en un mundo simplista, ¿por qué habrían de abandonar sus facultades de economía, vueltas unas facultades del silencio? 

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