Modernidad y modernismo

En las vísperas de Navidad el centro de Bogotá, al igual que cualquier centro urbano en el país, bullía con la gran cantidad de compradores de diferentes estratos ávidos de realizar sus compras navideñas. Llamativos la gran cantidad de mercancías expuestas en tiendas y aceras, al igual que el gran número de personas que salían con paquetes en sus brazos. Una muestra poco técnica pero muy elocuente del dinamismo de la economía colombiana y del clima de negocios cada día más favorable que ofrece Colombia. 

El análisis que hice al caminar por el exclusivo Unicentro o por las populosas Avenida Jiménez y Carrera 10 de la capital colombiana no podría estar muy distante del que hacen la mayor parte de los analistas de primer nivel que reconocen en Colombia la estrella ascendente de América Latina. Quizás en términos relativos, el éxito económico colombiano es palpable: mientras la economía nacional aspira a un crecimiento superior al 5% en 2011, con un tercer trimestre espectacular, naciones como Italia  -parte prominente del andamiaje de las locomotoras de la economía mundial-, percibirán un crecimiento ligeramente superior a cero: casi simbólico e imperceptible para el bolsillo de los italianos. De hecho hay otros indicadores menos evidentes para el observador desprevenido pero muy significativos: si hoy un inversionista internacional busca bonos soberanos, preferiría los de Colombia que los de Francia. Los bonos del país andino aparecen mejor calificados por las agencias medidoras del riesgo, lo cual es sin duda un voto de confianza de los mercados en un país que se esfuerza por modernizar su estructura productiva y crecer a pasos mayores que los gigantes del planeta.

Recorrer el centro de Bogotá en época de diciembre es una experiencia que plantea diferentes sabores, es realmente una experiencia variopinta. Por un lado, elegantes edificaciones públicas de corte republicano que presiden calles atestadas y caóticas, mientras obras públicas que modernizan el sistema de transporte se abren paso: pronto unos buses propios del primer mundo recorrerán las vías que durante décadas vehículos propios del mundo en desarrollo sintieron como suyas. En efecto, entre el caos y la falta de planificación, el país se moderniza, crece, transforma sus estructuras económicas y eso lo celebramos los colombianos. Nadie con mediana sensatez dudaría que un país que crece y se moderniza tiene más probabilidades de ser una Corea del Sur que una escuálida Norcorea cegada por el aparato manipulador del régimen. Sin embargo, los lunares de este proceso modernizador aparecen. Los visos de pre-modernidad de nuestra sociedad aún son preocupantes.

En medio de un comercio dinámico y efervescente, la figura de la miseria parece conservarse, como cuando una enfermedad muy arraigada se torna más agresiva ante la presencia de un anticuerpo. Basta tomar uno de los modestos buses que aún recorren el centro de la ciudad con esa soberbia y petulancia propia del gremio transportador colombiano, para ver a familias con sus generosas compras navideñas dirigiéndose a los otrora más empobrecidos suburbios del sur de la ciudad convivir con naturalidad con niños pidiendo limosna o vendedores que de bus en bus amainan un poco los golpes del paro. Hay una imagen llamativa: quien toma la carrera 10, hoy en proceso de modernización extrema, al cruzar el paso a nivel sobre la Avenida Sexta que se iza imponente, aparece frente a nuestra faz un barrio oscuro, sombrío, símbolo del desdén que durante décadas ha caracterizado a Colombia: el barrio San Bernardo, con callezuelas estrechas, sucias, con pillos en las esquinas, casas en avanzado proceso de deterioro y familias descompuestas. En medio del proceso renovador del centro de Bogotá, a pocas cuadras de la Plaza de Bolívar, este barrio parece aislado, detenido en el tiempo. Quizás la modernización no le ha traído mucho. Quizás la modernización económica convive con la pre-modernidad que, aunque ofensiva, pulula en cada esquina de este deprimido sector. 

En este barrio hace dos días fue asesinado por una bala perdida un niño de sólo nueve años. En contraste, a pocas cuadras un contingente militar forma una fortaleza inexpugnable para el crimen. En este barrio muchos apenas sobreviven con lo esencial, en contraste, a pocas cuadras, se anuncia la construcción de una de las edificaciones más altas de América Latina en plena Calle 19. El país se moderniza y no es el mismo de hace veinte años. Una estrella emergente, con un mercado apetitoso para los inversionistas y una economía sana, sin embargo, es un país que aún está a mitad de obra. Quizás el país es como eso, una obra:   cada día más grande, cada día más impresionante, cada día más atractiva. Pero finalmente sus obreros aún viven en chozas. Quizás sus obreros jamás vivan en el edificio que construyeron con fervor y disciplina. Y es ahí donde está la brecha entre modernidad y modernización. El reto de 2012 y de los años venideros es reducirla. 

Felices Fiestas.

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