Provincia

El estreno de Escobar en la televisión local nos dispersó un poco del suceso del día, correspondiente a la elección del nuevo director general de la OIT, al que el hoy vicepresidente aspiraba. Realmente la derrota es lo de menos. Es un esfuerzo interesante que hizo el Gobierno colombiano el de posicionar a una figura nacional en el plano internacional. Y las críticas que hablan de dinero desperdiciado en una campaña fallida podrían hasta despreciarse: el riesgo de perder una elección está latente y es la incertidumbre la que motiva la participación de candidatos. Nadie aspiraría a un cargo si supiera ex ante que va a ser derrotado y si lo supiera, sencillamente no habría competencia. 

El asunto no es ese, en realidad. Quienes se concentran en cuestionar la derrota sufrida por el candidato colombiano hoy tienen ese mismo defecto, tan característico de nuestra nacionalidad: la limitada concepción de la realidad. Insisto, perder no es un problema. Si se le quiere ver desde ese enfoque hasta Francia perdió la elección y seguramente los miles de euros invertidos en lobby. El punto, realmente, es que Colombia jamás ganará relevancia en el escenario internacional -materializado, quizás, en ese tipo de cargos multilaterales- mientras el rasgo característico de la política colombiana sea ese desprecio por las relaciones internacionales. Veamoslo en cifras escuetas: según una investigación bastante ligera que hice, un país como Francia tiene embajadas en cerca de 196 países, Chile cuenta con 126 delegaciones diplomáticas, México 71 y Colombia apenas llega a las 54. Tener embajadas garantiza el diseño de una política gubernamental específica para cada país en que se asientan. Los Estados Unidos no han construido su influencia política en el mundo sin tener embajadas y consulados en casi todos los países del mundo. Para países como Francia y Reino Unido, que tuvieron presencia colonial en buena parte del globo, mantener lazos estrechos resulta aún más fácil. Países como los americanos no tienen esa ventaja y es mediante la construcción de lazos fuertes con otros países que logra generar esa necesaria presencia en el escenario internacional.

Colombia ha sido un país tradicionalmente cerrado al extranjero. Producto quizás de la herencia española, cuando los conquistadores y colonizadores de la metrópoli buscaron zonas templadas o altas y frías para guarecerse de las exóticas condiciones ambientales de las regiones cálidas del país. Si se revisa el patrón, salvo los países que no tienen salida al mar, todos los países americanos tienen concentrada su  mayor población y los nodos de desarrollo económico en zonas aledañas al mar. Casi todas las capitales del continente y aglomeraciones urbanas tienen una salida al mar, salvo la moderna Brasilia que sirvió para traer de la costa al Gobierno y las instituciones oficiales brasileñas, mientras Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, Caracas, la misma Santiago, se gestaron sobre las costas o a muy pocos pasos de estas, siendo susceptibles de una íntima conexión con el extranjero. Este patrón en Colombia no se cumplió. Salvo la Costa Atlántica con unas pocas ciudades, la mayor actividad económica y de localización de la población está concentrada en el centro del país, aislado históricamente por la agreste geografía colombiana y la precaria infraestructura. Mientras el comercio internacional y la inmigración determinó buena parte del desarrollo de algunas economías de América Latina, Colombia fue un país cerrado y reticente a establecer arreglos institucionales que promovieran la conexión de la sociedad colombiana con el resto del mundo.

Y desde el Gobierno la política exterior ha sido coherente con nuestra provinciana idiosincracia. Mientras muchos países abrieron embajadas en lugares remotos, Colombia en un gesto de conservadurismo fiscal llevado al extremo cerró embajadas y con eso dio muerte a los ya débiles lazos internacionales del país en algunas regiones del planeta. El Gobierno renunció a forjar políticas con estas naciones y con eso se relegó. Insisto, el caso chileno es elocuente: una economía más pequeña, una nación con menor población y hasta menor peso en el concierto internacional, ha construido lazos con más de 120 naciones, más del doble de Colombia. Es así como, por ejemplo, los chilenos lograron poner durante 7 años a un director general oriundo del país austral, sus ciudadanos tienen acceso sin tantas restricciones a otros países y la inserción de la economía chilena en el mercado internacional de bienes y servicios es mucho más eficiente. Ni hablar de Francia o los Estados Unidos, que no admiten comparación. Durante muchas décadas los colombianos hemos señalado a nuestro ombligo, mientras nuestros vecinos señalan al Pacífico o al Atlántico o a latitudes donde un colombiano difícilmente verá el tricolor ondeando.








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