El Valle desencantado
A finales de los años 90 me encontraba terminando la primaria en un reconocido colegio de Cali. En aquel momento el Valle del Cauca vivía un periodo de transición de una oscura época dominada por el narcotráfico a una prosperidad momentanea. De chico se podía notar: en mi clase, todos difrutaban una situación financiera favorable. Haciendo la retrospectiva, las condiciones eran las apropiadas para la inversión y el consumo. El Valle se perfilaba como la estrella económica nacional. También recuerdo que en aquellos días se hizo de obligatorio cumplimiento para nosotros en el Colegio completar una cartilla con laminas autoadhesivas llamado El Valle encantado, una iniciativa que realzaba a la región como un destino turístico, cultural y una marca que atrayera a propios y extraños.
Y esa era la perspectiva. Entre los años 1993 y 1997 la economía regional tuvo una expansión de su producto sin precedente desde 1981. Pero si bien el crecimiento de corto plazo reportaba una tasa considerable, la tendencia de crecimiento de largo plazo se reducía. Sin embargo eso no importaba al vallecaucano y en general al observador desprevenido: crecía el producto y la prosperidad se evidenciaba en un incremento del nivel de precios, en consonancia con un incremento de los ingresos de las familias. A pocos les importaba que desde finales de la década de 1960 el Valle optase por una senda de crecimiento ligeramente inferior que la tendencia nacional. Eso pertenecía a la onda de los economistas sofisticados: en las calles la percepción es y era otra. Pocos se preguntarían qué había cambiado para el Valle en los últimos 30 o 40 años. El profesor Carlos Humberto Ortiz del Departamento de Economía de la Universidad del Valle revela que en 1970, por ejemplo, el 22.4% de la economía local estaba en la agricultura, frente al 8.5% de 2007; las manufacturas pasaron del 28.6% al 19.9% y el comercio del 18.6% al 10.1%. En contraste, los llamados Servicios Personales crecieron del 6.3% al 20.2%, mientras la construcción pasó del 4.2% al 14.0% en ese periodo. Una probable muestra de la desindustrialización de la economía vallecaucana y una migración de la actividad hacia los servicios: se terceriza la dinámica económica. El Valle del Cauca pasó de tener un 30.6% de participación manufacturera en el PIB departamental a un somero 20.6%, apenas ligeramente por encima del Cauca. No es un fenómeno aislado, quiero aclarar, es un hecho a nivel nacional y la tendencia de crecimiento en Colombia es menor en los últimos años producto de una aún presunta desindustrialización.
¿Qué determina entonces este fenómeno de desaceleración del crecimiento económico?, hay múltiples variables: la parálisis de la diversificación productiva nacional, lenta incorporación de tecnologías, surgimiento del narcotráfico y de expresiones de violencia tales como el secuestro, deficiente provisión pública de infraestructura -en casi 15 años no se construyó un puente vehicular en Cali- y una debilidad institucional latente. Esto, aunado a la alta concentración del capital y la dificultad para acceder al mercado de capitales, permite ir dilucidando la tesis de esta columna. Es que definitivamente desde el año 1997 y hasta bien entrado el nuevo siglo, el Valle del Cauca no la tuvo fácill. En 12 años, para no ir a situaciones abstractas, el Departamento ha tenido 10 gobernadores, 3 destituidos y 7 nombrados por el Gobierno Nacional para suplir ausencias de los titulares imputados por la justicia, más los vacíos jurídicos de ocasión. Luego de la crisis económica de 1999 que llevó al municipio de Santiago de Cali a la quiebra, por ejemplo, el Valle ha debido afrontar situaciones tanto o más adversas: la pretensión de grupos armados ilegales de asumir posiciones estratégicas en torno a la capital departamental. Fue así como entre 1999 y 2002 los secuestros masivos asediaron la región, hasta el punto de meterse con la dirigencia política misma: el secuestro y asesinato posterior de los diputados de la Asamblea.
Un Valle profundamente desigual, además, ha impulsado el surgimiento de una élite política corrupta. Esta región ha sido tradicionalmente amiga de las élites: en el historial del departamento es difícil encontrar a alguien que no haya pertenecido a las familias más tradicionales y no haya tenido una posición de poder político o gremial. Sin embargo, fue hasta bien entrado el siglo XXI, que el Gobierno departamental y la política regional fue cooptado por movimientos que impulsaron candidaturas de personajes oscuros. Una racha económica ahora empataba con una racha política, donde la pésima gestión de los alcaldes de los principales municipios se juntaban a la elección de sombríos personajes en la Gobernación. Y aquí viene mi tésis: en las próximas elecciones atípicas para la Gobernación del Valle del Cauca primará la abstención.
Y el panorama que ilustro anteriormente no pretende más que darle un adecuado refuerzo al modelo teórico que me permite concluir que el elector vallecaucano encontrará más apropiado quedarse en casa el 1 de julio que ir a las urnas. Y hecho mano de un poco de los modelos económicos aplicados a la política postulados por Anthony Downs, quien no dudó en afirmar que lo racional es que los individuos se abstengan: los costos de procesar información son tan altos para el individuo que en ocasiones hacen irrisorios los beneficios que percibiría por cumplir un deber cívico. En el Valle del Cauca es mucho más costoso conocer las intenciones de sus políticos, a priori considerados corruptos, pero sobre los cuales rara vez hay certeza hasta cuando son, para infortunio nuestro, elegidos. Y es que el asunto es simple: supongamos que el elector tiene una poderosa máquina incorporada en su mente que le permite calcular con alguna precisión la utilidad que le genera un partido hoy en el Gobierno y la utilidad que obtendría con un partido diferente gobernando. Si el diferencial es positivo o negativo, el votante no dudará en tomar una decisión para ajustarse y elegir un partido, pero, ¿qué pasa si el hipotético diferencial fuera neutro o cero?, simplemente no vota. Y es casi un hecho que entre el partido hoy en el Gobierno y los partidos que podrían estar gobernando no existe diferencia para muchos electores, de modo que la abstención resulta racional. Finalmente esta consiste en tomar las decisiones más adaptadas a sus intereses en posesión de una información relevante. Adicionalmente, la profunda desigualdad acentúa la desconfianza. Muchos saben que los candidatos probablemente asegurarán altas votaciones en poblaciones desinformadas y marcadas por la pobreza. Es así como ya muchos de entrada juzgan como sucia la competición.
¿Cuál será el porcentaje de participación en las elecciones atípicas?, estimaciones sugieren que no más del 30% del caudal electoral del Valle acudirá a las urnas. Lo cual cumpliría la predicción que propongo a través de un modelo sencillo de conducta: los electores del Valle tienen una información relevante que les permite concluir que ninguno de los partidos y candidatos hoy postulados al primer cargo del departamento le genera una utilidad mayor. Votar por el movimiento MIO les es casi indiferente, es lo mismo que votar por liberales o conservadores. El precedente de desatinos en la gestión económica, en la gestión pública del departamento y los vicios de la administración regional hacen a los electores escépticos. El Valle carga con un pasado agrio y en la actualidad la información presente para los electores sugiere que ninguno de los candidatos es capaz de cambiar el rumbo. Las elecciones del 1 de julio serán, finalmente, para sepultar un mal mayor y optar por un mal mucho menor. Pero el otrora Valle encantado hoy luce gris. El Valle del Cauca es hoy día un Valle desencantado.
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