El segundo tiempo
La opinión pública le pasa la cuenta de cobro a Santos y su gobierno. La evaluación es implacable y denota inflexibilidad en las preferencias de muchos colombianos. Eso me recuerda una historia corta sobre las predisposiciones psicológicas de los individuos: una persona tiene que elegir dos caminos para llegar a su casa sin más información que lo que ve. Uno largo, iluminado y otro más corto, con una iluminación más precaria y donde unas lonas verdes demarcan la realización de una construcción pública. El individuo no tiene más criterios para seleccionar el camino que tomará diferente a lo que percibe o lo que ve. Es casi previsible que elija el camino más iluminado, ¿a qué voy?, a que así como el individuo no tiene la información necesaria que le permita tener un criterio completo de selección de alternativas, es muy probable que la opinión pública en general no tenga la información necesaria para evaluar una gestión de Gobierno.
Miremos un caso aplicado: si estalla un carrobomba a dos cuadras de la casa de un ciudadano, es comprensible que se llene de rabia y descalifique los esfuerzos de la autoridad por mantener segura a la ciudadanía. Pero una persona a 700 km es posible que sesgue su percepción y la mantenga como una impresión cuyo fundamento radica en una información, no una experiencia. El elemento que podría alterar su percepción puede venir de ese efecto psicológico que causa la información en los medios. Uribe y su Twitter son, sin lugar a dudas, uno de esos elementos desestabilizadores de la percepción. Dan la sensación que las cosas están peor, que van por mal camino y para quien no ve, blanco y negro son iguales.
Evidentemente el Gobierno de Juan Manuel Santos se puede evaluar más por los anuncios que por las ejecutorias. Quisiera medir las posiciones de detractores y seguidores de forma ecuánime y percibir los argumentos válidos de ambos lados. En temas de seguridad, el Presidente y su Estado Mayor ha sido ingenuo al entrar creyendo que las llaves para la paz estaban listas para usarse. Olvidaron aquel precepto inmortal que sugiere que se pierde la guerra cuando se cree haberla ganado antes de la última batalla. Ni las FARC están eliminadas ni los grupos armados ilegales son especies en vías de extinción. Lo cual presumiblemente Santos y sus dos ministros de Defensa han ignorado de alguna manera. Pero es erróneo de parte de la vertiente más radical de la derecha colombiana pensar que Santos destrozó lo que logró Uribe. Es cierto que el hoy ex-presidente dio un viro profundo a la guerra en Colombia y ese conflicto que amenazó con llegar a ser una hecatombe bélica para el Estado nunca será ya la amenaza que fue. El asunto es no irse al extremo: ni Santos ha sido tan diligente en el manejo de la guerra como lo fue Uribe, ni Uribe dejó sentadas las bases de ninguna paz.
La opinión pública colombiana aprecia mucho más a un presidente que visita un apartado pueblo enclavado en los Andes que una visita oficial a algún país situado no sólo lejos de nuestra geografía sino de nuestro limitado criterio geopolítico. Santos, en sus dos años, ha visitado 3 de los cinco continentes y ha recuperado buena parte de las maltrechas relaciones colombianas con sus vecinos del Continente. Quizás Uribe se vio obligado a tensar los ánimos con países ideológicamente apartados con el fin de defender los intereses nacionales, pero es atrevido y errado pensar en mantener esa situación de forma sostenida e indefinida en el tiempo. Uno de los activos más importantes de un Gobierno para beneficio de sus ciudadanos -así ellos no lo sientan- es la capacidad de mantener buenas relaciones con el resto del mundo: sobra describir aquí los beneficios económicos y políticos que se derivan de eso. No obstante es de entender que el colombiano promedio no valora como corresponde esto. Así que si Santos quiere reelegirse, podrá echar mano de las relaciones exteriores como un éxito, pero no el único.
Pero entonces, ¿por qué parece que el actual presidente anda en un preocupante letargo?, en efecto, ni va tan rápido como muchos quisieran pero tampoco tan lento como algunos lo sugieren. Ciertamente hay desaciertos de grueso calibre, como la tristemente célebre reforma a la justicia, la propuesta de reforma a la ley 30 y estrategias aún quietas como la promoción de la innovación, que si bien se ha echado a andar, parece que su eventual fracaso estaría escrito no por la ausencia de recursos sino por una mala asignación. Santos hizo una apuesta grande, prometiendo entregar un país concentrado en la agenda del desarrollo y no en la guerra. Quizás el presidente actual pase a la historia si lejos de concentrarse en la próxima elección, logra convencer a los colombianos que el camino correcto toma tiempo y requiere más que soldados apostados a ambos lados de la vía. El segundo tiempo comienza.
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