Competitivos, no tanto.

Recientemente se publicó el Reporte Mundial de Competitividad, un informe que es bien tenido en cuenta por su rigor y por dejar de manifiesto las debilidades y fortalezas que hacen a ciertos países más productivos que otros. La competitividad es un término que se usó tanto que se descubrió que finalmente podía ser un sofismo, como lo advertía Krugman, ¿ser competitivos para qué?, ¿los países realmente compiten? ¿o las que compiten son las corporaciones, los individuos?, pues he ahí que la definición de competitividad propuesta por el World Economic Forum debería dejarnos satisfechos: la competitividad es un conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan la productividad de un país. Y, como seguramente sabemos o intuitivamente concluimos, la productividad está definida por la cantidad de producción de una unidad de producto o servicio por insumo de cada factor utilizado por unidad de tiempo. Bueno, sí, seguramente uno no lo intuirá en esas palabras pero deducimos que productividad es crear más en cierto tiempo. 

La productividad es una variable importante, puesto que define el potencial de creación de riqueza de una economía y de los individuos que interactúan en ella. Y tiene sentido; considere a los Estados Unidos como referente en productividad de los factores. Un país como China habrá incrementado en un 219% su productividad en los últimos 40 años, mientras un país como Venezuela habrá perdido un 47% de su capacidad productiva en términos relativos. Y todo eso ocurre como consecuencia de una mezcla de situaciones que influyen en la capacidad de producción de una economía: el entorno legal, administrativo y en general institucional, la infraestructura, el entorno macroeconómico, educación superior y capacitación, eficiencia del mercado de bienes, eficiencia en el mercado laboral, desarrollo del mercado financiero, cambio tecnológico, tamaño del mercado e innovación. Visto de esa perspectiva, ¿cómo queda Colombia?

El informe es elocuente y práctico: el PIB per capita colombiano ha tenido un crecimiento sostenido en los últimos 21 años, pero su expansión es inferior al crecimiento también sostenido de América Latina y el Caribe. O sea, en el resto de la región el producto de cada individuo ha crecido más que el producto individual de cada colombiano. Analizando el informe, Colombia presenta dos fortalezas indiscutibles, la primera, el tamaño de su mercado, que llamaría yo una obra de la Providencia, y la segunda, un entorno macroeconómico positivo, por una adecuada política fiscal y monetaria que ha sido pertinente y reconocida internacionlmente como aceptable: un balance fiscal del Gobierno Central realmente bajo, (2.1% del PIB), una inflación baja y estable del 3.73% y una buena percepción sobre la capacidad de endeudamiento del sector público. En temas como innovación, absorción del cambio tecnológico, desarrollo del sistema financiero y la salud y la educación primaria, Colombia presenta resultados tan discretos como el resto de América Latina. Mientras en temas como infraestructura y calidad de las instituciones -leyes, códigos, reglas del juego en general- están ligeramente evaluadas por debajo de la región. Contrasta con Chile, que presenta indicadores por encima del resto de países de la región: un ingreso per capita que creció más que el de sus vecinos, déficit del Gobierno cercano al 1%, una inflación ligeramente más baja que la de Colombia y una calidad de las instituciones que, evaluadas entre 1 y 7, pone a Chile en una calificación de 5.0, por encima del 3.4 alcanzado por Colombia. Claro, los chilenos están ubicados en el lugar 33 en el escalafón de competitividad, mientras los colombianos nos aferramos al 69.

Entre 144 países, Colombia está en el puesto 93 en temas de infraestructura, con una bajísima calidad de sus vías -ni una sola autopista de doble calzada completa-, una casi inexistente infraestructura ferroviaria y una cobertura irregular de servicios como telefonía y energía eléctrica. En aquellos aspectos que demandan ejecución de políticas públicas, como salud, educación, regulación de los mercados e innovación, por ejemplo, Colombia apenas se sitúa en la mitad del escalafón. Podría decirse que el país es atractivo para los inversionistas por el tamaño de su mercado y un ambiente macroeconómico apropiado y relativamente mucho mejor que el de algunos de sus vecinos, pero no puede decirse que Colombia es un país competitivo: al contrario, es un país que no logra desarrollar su potencial productivo y tiene una gran cantidad de factores que inciden negativamente en los negocios privados. Por ejemplo, los recursos muchas veces no van a ser destinados al fin más valioso y se diluyen en los altos costos de utilización del mercado colombiano. Entre otros aspectos destacados está la corrupción, una burocracia pública ineficiente y el cuello de botella de siempre: la infraestructura, pero puede enumerarse el crimen, la inflexibilidad del mercado laboral o la baja cualificación de los trabajadores. Al desglosar los indicadores, por ejemplo en el tema de innovación, la evaluación del país es aún más baja. El asunto merece toda la atención, toda vez que el retroceso en competitividad con respecto a 2011, aunque apenas perceptible, es un campanazo de alerta. El tordo panorama sólo arroja una conclusión: no somos competitivos, no tanto. 


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