Juegos de guerra
Negociar es un arte. Es la habilidad de lograr conciliar intereses en conflicto; ese, me atrevo a decir, es el oficio más antiguo del mundo. Un negociador camina en el filo de la navaja, un paso bien dado garantiza el éxito de un eventual acuerdo entre las partes, una actitud mezquina podría llevar al traste todo esfuerzo de acercamiento. Las matemáticas y la economía, amantes apasionadas en la academia, han sabido modelar con precisión estas interacciones en la intrigante teoría de juegos. Más cerca aún, el nobel Robert Aumann modeló las interacciones que se desarrollan en varios periodos. Un juego se da en un único tiempo entre dos agentes, normalmente, que perciben unos beneficios de sus decisiones y que reconocen que el beneficio del uno es el costo del otro. Un agente puede pensar que su beneficio es el mejor incentivo para actuar, pero si conoce las estrategias de sus contrincantes y sabe que una decisión individual afecta el juego, es decir, sus movimientos se hacen en función de los demás movimientos, posiblemente prefiera cooperar. El equilibrio de Nash, memorable en ciertos cursos de microeconomía.
Ahora que se inicia el proceso de paz con las FARC, valdría la pena revisar cuál es el contexto que ha determinado su interacción con el Gobierno. Si se analiza el conflicto en un sólo periodo de tiempo, se puede decir sin temor alguno que se trata de un juego donde los actores no tienen ningún incentivo para cooperar. Pero el conflicto es de largo aliento, más de 50 años, por tanto lo correcto es pensar que un modelo de juegos repetidos es apropiado para entender las interacciones de largo plazo. En estos periodos extensos los individuos tienden a desarrollar conductas tales como la cooperación, la venganza, la amenaza, entre otros factores. En todo caso, la repetición hace posible la cooperación, entendida esta como el resultado de tantos posibles en que el individuo no puede garantizar un mejor resultado para sí mismo: en pocas palabras, es el punto donde cooperar es la mejor opción. Y es que en el largo plazo la gente es más cooperativa. Siempre que se reconoce esta situación, es fácil identificar que luego de un día hay otro y la relación continúa. Si los individuos supieran que el conflicto es de un sólo día, la ansiedad de ganarlo sería suficiente para dar un golpe certero al oponente. Pero tal vez ni en el boxeo esto es posible, ¿por qué?, porque el boxeador que hoy da un KO se expone a que en el torneo del año próximo el competidor que cae tendido en el cuadrilátero decida levantarse, entrenar más y el otro año llegar con un sentimiento de revancha. Si las FARC supieran que el conflicto es sólo hoy -y esto fuera posible-, enfilarían sus 8000 combatientes sobre Bogotá a fin de hacerse con las instituciones nacionales de gobierno. Claro, es poco probable que esto ocurra. Si ellos atacan una base militar, una población o ponen una bomba en un sitio importante para el país, es plausible que la respuesta del Gobierno sea inmediata y busque castigar.
En el largo plazo la cooperación aparece porque hay un mecanismo de reforzamiento de esta: en 2002 las FARC no tenían problemas de secuestrar diputados en Cali, poner una bomba en Barranquilla para intentar asesinar un candidato presidencial o luego activar una bomba en el club más exclusivo de Bogotá. Varios años después optan por ataques aislados, ¿por qué?, porque saben que existe una amenaza de castigo creíble. En el modelo somero planteado en esta columna, se puede concluir que las FARC están negociando con el Gobierno porque conocen que de otro lado la acción militar es poco viable ante una amenaza de castigo creíble. De alguna forma estamos en un resultado cooperativo de equilibrio.
El modelo planteado es el siguiente: el conflicto es un juego C. Si el periodo es corto, es claro que las FARC preferirán actuar violentamente y siguiendo sus intereses (G) mientras el Gobierno tácitamente decide consentir esta situación (A). Claro, al Gobierno no le gusta la situación pero realmente los mecanismos de los que dispone en un periodo tan corto -un día, por ejemplo- son pocos. Veamoslo así: las FARC el día que pusieron la bomba en El Nogal optaron por la decisión (G) y el Gobierno tuvo que aceptar la opción (A). No pudo evitar el bombazo, así de simple. Fue tarde saber que eso ocurriría y no había remedio. Si el juego es sólo en un día (ese 7 de febrero de 2003), claramente cada uno optó por la estrategia dominante, es decir, el equilibrio fue uno sólo (G, A). Pero si ya no hablamos de un sólo día, sino de una década, por ejemplo, la situación cambia. El Gobierno tiene mucho más para hacer. Puede amenazar con castigar a las FARC (P) en todas las fases posteriores a aquel 7 de febrero, para seguir el ejemplo, y así evitar que actúen guiados por sus propios intereses (G). Dado esta opción que ya tiene el Gobierno, las FARC optarán por cooperar (E) y el Gobierno, de alguna forma, se mantiene en (A). El equilibrio se consigue cuando la amenaza de castigo es real y creíble.
Para que se logre la cooperación se requiere que los jugadores no estén muy ansiosos por los resultados del corto plazo. Si se quiere la paz hoy mismo es posible que no se consiga, pero si se está dispuesto a esperar un poco tal vez la paz llegue. En resumen: si las ganancias de hoy compensan las pérdidas del futuro, tal vez las FARC quieran alejarse de una conducta cooperativa, o el mismo Gobierno. Pero quizás el ejercicio de juego-amenaza de castigo no se pueda sostener eternamente. El mecanismo de reforzamiento sugiere que luego de cierto tiempo la acción oportunista que denominamos (G) ya no es tan rentable: ciertamente, si del conflicto las FARC pasan de tener 20000 combatientes a menos de 8000 y la mayor parte de su Estado Mayor está fritándose en una paila en el más allá es posible que descubran algo interesante, de lo que no son concientes: querrán castigar al Gobierno por no castigarlos al descubrir que su conducta beligerante ya no es rentable . Buscarán la cooperación irremediablemente y querrán buscar el equilibrio en el que las partes buscan el mejor resultado posible. Quizás las armas permitan mayores beneficios que la política, pero será la mejor solución. Si sienten que el Gobierno no quiere negociar, buscarán presionarlo para que lo haga.
Es claro que la oposición entre los jugadores se mantiene, en el terreno de lo cierto lo que hace las FARC con su discurso y sus ataques en algunas regiones del país es poner presión sobre la mesa de negociación. La mesa es otro juego donde las partes medirán sus fuerzas y su credibilidad. Pero es claro que en el largo plazo inevitablemente habrá de llegarse al equilibrio en el que las partes perciban que la cooperación es la mejor opción. Por ahora, el Gobierno debe aceitar su maquinaria de guerra para hacer real su amenaza, es lo políticamente correcto y eso no lo predice el modelo. En este juego de la guerra sólo puede haber un ganador: el pueblo de Colombia.
De Aumann traigo este paraje del Talmud (Avot 3,2), algo que viene muy bien en la condición actual:
"Reza por el bienestar del gobierno, porque sin autoridad el hombre se tragaría al hombre vivo"
Andrés Felipe Galindo Farfán
Pontificia Universidad Javeriana Cali
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