Economía subterránea

Con el anuncio de la salida temporal de algunas rutas del sistema de transporte masivo de Cali- MIO por falta de liquidez para pagar el combustible de los enormes buses azules, surge uno de los asuntos que más ha marcado a Colombia en su historia: la existencia de economías subterráneas, en casos extremos criminales, que aprovechan las debilidades del Estado para actuar de manera extractiva. El costoso y moderno sistema se planificó para cubrir en pocos años el 90% de la ciudad de Cali a través de un esquema flexible de buses troncales articulados, buses padrones y alimentadores que permitirían conectar de forma mucho más efectiva, eficiente y ordenada a toda la capital vallecaucana. La cobertura geográfica se ha logrado, pero de la meta de pasajeros esperada, sólo el 57% se ha cumplido. Entender por qué el MIO no ha logrado el 100% de su potencial en estos años implica considerar  temas que van desde los típicos fallos administrativos y de planeación que retrasan las obras, pero sin duda lo que más ha impactado es la competencia que enfrenta de forma ilegal de parte de transportadores que, aprovechando la histórica debilidad del Estado, no tienen incentivos para soltar un poderoso negocio. A esto se sumó el transporte pirata que por sus características ha resultado de gran aceptación entre los usuarios de los sectores más populares.

Es decir, de ese 43% que hoy no usa el MIO, pero que debería hacerlo, en gran parte está haciendo uso de la economía subterránea, de la producción ilegal de riqueza que está minando en gran manera el patrimonio público. Simplemente los caleños han invertido más de 600 millones de dólares en su sistema de transporte y no logran hacerlo rentable porque no lo están usando. En gran medida hay incentivos poderosos para no lograrlo. Pero sin duda estamos frente a una muestra que uno de los grandes males que afronta la sociedad colombiana, en la misma medida en que la estructura ilegal del intercambio no permite que los derechos de propiedad puedan ser salvaguardados o que las reglas de juego sean claras y limpias, es precisamente que buena parte de su economía se desarrolló fuera de los límites de la ley y el orden. Está claro que de los 1,2 millones de pasajeros que a diario emplean el transporte público en la capital del Valle del Cauca, alrededor de 450 mil se movilizan en el MIO, mientras 800 mil emplean el servicio de transporte tradicional, que en muchas ocasiones no tiene permisos de operación y otra fracción importante usa el transporte pirata, que usa vehículos en muy mal estado y cuyo rodamiento seguramente estaría prohibido en países más organizados. Bien se dice que las cosas exóticas ocurren en los países subdesarrollados, que son países exóticos.
 
Si la forma en que el MIO se ha concebido es la integración de la ciudad entorno a un sistema, está claro que el apetito voraz de los transportadores de siempre se erige como el gran obstáculo de esa empresa urbana. A eso se suma una importante falla en la ejecución de las obras complementarias del sistema, lo que hace aún más difícil que este se mueva como se espera: la cuenca del sur oriente de la ciudad, por ejemplo, cuenta con una infraestructura deficiente de transporte que hace que el MIO opere lentamente, mientras que el servicio pirata logra poner al usuario dos de las cosas que determinan sus decisiones de consumo de transporte público: tiempos cortos en el viaje y cercanía para tomarlos. Indudablemente la economía subterránea del transporte en Cali ha tenido incentivos perversos para lograr tener la fuerza necesaria para poner en jaque al sistema de transporte de la ciudad; ante estos fallos las respuestas de la Administración Municipal deben conducir a soluciones más radicales que respondan a un sistema carente de terminales de cabecera completas y que tiene como cuello de botella la comunicación este-oeste. Rutas sin menos trasbordos que agilicen un sistema que satura estaciones como Universidades puede ser una buena idea.
 
En todo caso, el mayor enemigo del MIO es la economía subterránea, alimentada por el desazón de los usuarios que lo perciben organizado, más seguro, pero lento y pesado para una ciudad acostumbrada a los viajes ágiles de los buses pequeños del transporte tradicional. En ese caso, el éxito de la gestión en Metrocali será interpretar muy bien las preferencias de los usuarios y aportar incentivos para que el MIO definitivamente se imponga como el sistema de movilidad por excelencia de una ciudad que requiere orden y progreso. Y en carros viejos e inseguros la ciudad debe ser consciente que no lo alcanzará.


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