Subsidios
Buena parte de la economía venezolana hoy se impulsa por el elevado gasto público y las transferencias monetarias que desde el Gobierno se transfiere a la población más vulnerable. Esta transferencia de recursos impulsa el consumo privado pero se estrella con una realidad indeseable: la producción del país no compensa el desenfrenado gasto gubernamental y los costos de los alimentos son prohibitivos, no por otra cosa diferente a su escasez. Sumado al estricto control de las divisas que desincentiva notablemente las importaciones, el panorama no es el ideal. Colombia no es ajena a la situación, al menos parcialmente no lo es. El acuerdo para levantar la dura protesta de los caficultores tuvo un costo muy alto para las finanzas del país, sumando casi 500 millones de dólares en auxilios a los productores bajo una decisión políticamente correcta pero con un soporte técnico abierto al debate. El éxito de las grandes economías ha sido la incorporación progresiva de valor agregado en sus productos, especialmente los de origen agrícola. En este instante conviene analizar que los cafeteros colombianos producen bajo un esquema tradicional, intensivo en mano de obra no cualificada y que sugiere muy elevados costos de producción. En un mercado que valora su bien con un precio muy inferior a tales costos, el negocio del café en Colombia es simplemente improductivo. El Gobierno colombiano permitirá que el negocio sea rentable a través de una transferencia.
Consideremos ahora el caso venezolano. Buena parte de la actividad económica hoy se concentra en dos frentes: el petrolero y la construcción de vivienda. El auge petrolero representó una grandiosa fuente de recursos para el Estado venezolano que no dudó en escindir al sector privado de la industria más productiva del país. La política petrolera estatal configuró una forma diferente de asignar los recursos obtenidos por PDVSA, especialmente, lo que llevó a que buena parte de los dólares provenientes de la exportación del oro negro fuese a parar en el financiamiento de los programas sociales del Gobierno, la mayoría de corte asistencial, en detrimento de la re-inversión de utilidades en la compañía. Chávez entonces enfrentó una paradoja: vio crecer los ingresos petroleros en casi un 1000%, por un espectacular precio del barril a nivel internacional motivado por la incesante demanda de países emergentes, pero enfrentó a su vez una caída en la producción nacional en casi un millón de barriles. Sin duda el interés del Presidente era bueno: darle la mano a los más pobres de su país con un paquete asistencial que les permitió recuperar buena parte de su ciudadanía que, aunque planteada en el papel constitucional, no se ejercía de hecho por la simple ausencia de recursos. La vivienda mantiene una misma senda: una actividad constructora financiada por el Estado que ha generado un auge del ladrillo. Aunque en Colombia se presenta esto mismo, la vivienda mayoritariamente proviene de la demanda privada.
En esencia lo que proviene de subsidios y de esta clase de transferencias y se extiende indefinidamente en el tiempo representa un peligro para la economía en su conjunto. Si bien un gasto del Gobierno hará rentable el negocio del café tal y como está concebido, ante una crisis fiscal que imponga recortes rigurosos de los gastos públicos este sector quedaría desprotegido de la tempestad por una sencilla razón: no es competitivo por sus escalas de costos relativamente más altos que sus pares brasileños o vietnamitas. Caso similar con Venezuela, que enfrenta turbulencias económicas y su único mecanismo de respuesta en este instante es la agenda abultada de su Gobierno. No obstante, las mismas transferencias del Gobierno se pierden en los altos costos de los alimentos, en una inflación que si bien hoy es más baja que en la década de 1990, ha venido en aumento desde 2003 y parece continuar, dada la baja producción de bienes nacionales y una importación encarecida por unos fuertes controles cambiarios.
Los subsidios son una herramienta de política válida y que no sólo se aplica en el grueso de países emergentes sino que es una práctica política global. Los subsidios buscan siempre brindar un punto de apoyo a grupos vulnerables, que van desde familias en situación de pobreza hasta industrias que por diferentes condiciones del entorno no consiguen subsistir por su propia cuenta. Indudablemente no deben descartarse de tajo, pues es indispensable suplir situaciones de forma inmediata, pero postergarlos y mantenerlos configuran incentivos que, como lo demuestran las situaciones empleadas en esta entrada, no son tan favorables en el largo plazo.
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