Demagogia y crimen

Quien lee a los exponentes de la extrema derecha colombiana podría pensar que el Gobierno de Uribe Vélez fue como el alfa y la omega, el principio y el fin; ese complejo de Adán, en el cual sugieren que antes del popular expresidente colombiano no había nada bueno ni digno de admiración, se suma al complejo del mesías, que supone que estamos en un tiempo de apostasía a la espera del regreso triunfal del salvador de la República, sobre todo cuando luego de un hecho violento, por mínimo que este sea, se usa como síntoma de un deterioro de las condiciones de seguridad del país. La agenda de la extrema derecha ha estado concentrada en los temas de seguridad y tiene sentido, el mayor éxito de Uribe fue haber revertido ciertas tendencias en la criminalidad y la violencia galopante a lo largo del país, despertando pasiones, admiración y consolidando un Estado mucho más apropiado de su rol de propietario del poder y la fuerza. Sin embargo, cuando uno lee lo que piensan del Gobierno de Santos, especialmente en temas de seguridad, uno percibe que hay unas fuertes dosis de demagogia y sobredimensionamiento de los éxitos del pasado Gobierno. 

En primer lugar, formularé un aforismo importante: la política de seguridad democrática del Gobierno de Uribe, llevada entre 2002 y 2010, fue una herramienta de confrontación a los ejércitos ilegales que antes tenían gran control territorial, político y económico de ciertas regiones del país pero no fue una estrategia de convivencia y seguridad pública capaz de adaptarse a la evolución de la violencia en el país. Las FARC en el suroccidente y sur de Colombia, autodefensas en la Costa Atlántica y el Bajo Cauca y el ELN en el nororiente del país constituían un riesgo enorme para un Estado vetusto e incapaz de responder a la amenaza; enfocar los esfuerzos gubernamentales a contener a estos grupos, financiados con fondos del narcotráfico, la extorsión y el secuestro, constituía una necesidad vital para la supervivencia del establecimiento. Era lógico, entre estos tres grupos, el Estado colombiano enfrentaba a más de 60 mil hombres en armas con un amplio poder de fuego. Veamos los antecedentes: antes de 2002, el Ejército colombiano tendría poco más de 100 mil hombres en sus cuarteles, relativamente bien armados, con piezas de artillería y poder de fuego. No obstante, la capacidad de respuesta era limitada ante la inexistencia de medios aéreos suficientes y enfrentaba a un enemigo que estaba precisamente en lo más escabroso de la geografía nacional como ventaja en un conflicto abierto. De allí que una toma guerrillera en Benalcazar, Cauca, podía tardar más de 10 horas sin reacción de las Fuerzas Armadas, no por negligencia, sino por simple incapacidad de respuesta. Desde 2002 esta tendencia se revirtió, al suponer el diseño de una doctrina militar ofensiva y mucho más agresiva, además de cuantiosas inversiones en armas estratégicas y tácticas.

Y los resultados fueron notables. En síntesis, luego de casi una década de estrategia de seguridad democrática, los grupos armados ilegales vieron reducida a mínimos históricos su capacidad operativa; como lo sostuve en una entrada anterior, el Gobierno rompió sus cadenas de abastecimiento, sus canales de comunicación y dio de baja a líderes históricos, estrategas políticos y sanguinarios comandantes militares. De hecho, las AUC dejaron de existir -aunque evolucionaron en temibles bandas criminales sin mando central e incluso enfrentadas entre sí-, las FARC redujeron su pie de fuerza a la mitad y el ELN restringió sus operaciones a golpes aislados. Esta política del Gobierno colombiano fue favorable y tuvo efectos colaterales positivos: de casi 70 muertes violentas por cada cien mil habitantes en 2000, el país pasó a tener una tasa de homicidios de 34 por cada cien mil habitantes. Un real éxito si se tiene en cuenta el precedente nefasto de los años noventa. Sin embargo sostengo que el conflicto armado evolucionó y hoy no enfrentamos una amenaza revolucionaria armada de extrema izquierda y derecha o una amenaza narcoterrorista como lo padecimos los colombianos en el pasado; en realidad, hoy hay una amenaza a la seguridad ciudadana, a la convivencia y una amenaza criminal. Y ante eso el Estado colombiano no estaba preparado ni la Seguridad Democrática tenía una propuesta durable. Si hace cinco años la amenaza estaba en las goteras de las ciudades, hoy notamos que el problema más importante está enquistado en las ciudades mismas. 

Y es que las tasas de delitos, tales como hurtos y extorsiones que son los que perciben los ciudadanos como los mayores problemas de seguridad pública, han venido en aumento desde 2008, particularmente en ciudades como Cali y Medellín. La evolución entre 2000 y 2010 de la evolución del delito en Colombia muestra contrastes llamativos: los homicidios a nivel nacional tuvieron una reducción de más del 20% en un promedio nacional, mientras el total de hurto a residencias, comercio y personas creció en promedio a nivel nacional en un 10%, aproximadamente, aunque en Cali se multiplicó de forma impresionante a alrededor de un 1000%. En ese sentido, uno percibe que el país enfrenta un problema de convivencia que, sin despreciar la aún capacidad de des-estabilización que suponen las guerrillas, es lo que realmente preocupa a los colombianos. Evidentemente, en un contexto pre-electoral y de alguna manera oportunista, magnificar la amenaza de las FARC resulta bastante rentable, aún cuando la extrema derecha que acompañó al Gobierno entre 2002 y 2010 no acepta que la seguridad democrática se quedó corta frente a los nuevos retos en materia de violencia, seguridad y crimen y que por ello muchas de las expresiones de violencia que tanto denuncian hoy vienen del Gobierno pasado. Pero claro, en un contexto de demagogia, no extraña que Uribe no use las cifras para respaldar sus tesis. Claro, porque las cifras ahora no son de su conveniencia y es mucho más rentable sobredimensionar la amenaza de las FARC. No digo que esta guerrilla no sea un peligro, pero no creo que para volver su existencia y amenaza el núcleo de la próxima campaña política. 

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