La ley de hierro de la oligarquía
Robinson y Acemoglu destacaban que en no pocas ocasiones una oligarquía se erige cuando antes de serlo depone por la fuerza a otra oligarquía. Fue así como en 1789 la clase dominante en Francia, autoritaria y excluyente, era sustituida por la fuerza por una clase social nueva que finalmente demostró tener vicios similares e incluso peores que los del ancien régime. Recordemos el Directorio, el Comité de Salud Pública y el régimen del terror de Robespierre. La llegada de Napoleón, el ascenso temporal de la monarquía y las revoluciones parisinas de mediados del siglo XIX, demostraron que la puja por el poder y el control de la nación difícilmente podría dirimirse sin la denominada mano de hierro de la oligarquía. Finalmente, una oligarquía no es otra cosa que la clase dominante del momento.
Ayer Venezuela asistió a una puja entre una clase opositora y la oligarquía. Una clase opositora representada por lo que la izquierda ha denominado históricamente como oligarcas, mientras la oligarquía, que según el Consejo Electoral venezolano ganó las elecciones atípicas ayer a la Presidencia, es ni más ni menos esa izquierda autodenominada "revolucionaria". Se invirtieron los papeles en los últimos 14 años de Gobierno socialista en Venezuela. Las clases históricamente en el poder, fueron sustituidas por unas clases nuevas, sin abolengos, que se instalaron en los diferentes órganos del Estado y, como ha quedado demostrado, instauraron un régimen extractivo: poder político, influencias, control y rentas. Nadie duda que una nación que en 10 años recibió el equivalente a dos veces y medio la economía de Colombia en rentas petroleras y apenas logró reducir una tercera parte la pobreza existente tuvo que enfrentar fenómenos asociados a corrupción y mala planificación. Recursos cuantiosos fueron destinados a fines menos valiosos.
La historia presenta múltiples contingencias. Nadie podría predecir que apenas seis años después de su insurrección, el coronel Hugo Chávez, quien intentó un golpe de estado en febrero de 1992, sería elegido Presidente de Venezuela. Pero los eventos tienen una fuerte conexión y sirven de vínculo entre el presente y el pasado; quizás sin ese intento golpista el carismático militar venezolano no habría ganado la pantalla necesaria que lo catapultó a Miraflores. Su llegada marcó un hito: sin contemplaciones e invocando una revolución política, cambió la Constitución, reformó las entidades estatales, transfirió mayor poder al Gobierno y sacó de un tajo a la vieja oligarquía venezolana. Desde 1999 y hasta entonces, ese poder inmenso acumulado fue poco a poco compartido por aliados del nuevo régimen que vieron importantes beneficios. Sindicalistas, militares, gente que en otro momento sería del común, pronto se erigieron como ministros, gobernadores, alcalde y directivos de empresas estatales.
No obstante las cosas no cambiaron: Venezuela, en los últimos 14 años, ha padecido un escenario de instituciones políticas altamente extractivas. El Gobierno fácilmente logró el control del legislativo y de la rama judicial, erigió normas que dieron al presidente la capacidad de intervenir en política y garantizar que su régimen tenga el control necesario para garantizar su permanencia. En el plano económico no fue menos extractivo, aunque producto de situaciones internacionales gozó de una bonanza sin precedentes por los altos precios del petróleo. El régimen cooptó la actividad empresarial, expropió propiedad privada y logró garantizar que sumado a un poder creciente sus reservas financieras también crecieran. La revolución requería de combustible. Al final de cuentas, se cumple la predicción del modelo propuesto por los dos economistas estadounidenses que cito al iniciar esta entrada: la revolución es el precedente a los cambios institucionales. Pero infortunadamente, la revolución bolivariana lo que hizo fue acentuar los vicios de las instituciones del pasado.
Llegadas las elecciones del 15 de abril, ¿qué puede esperarse en Venezuela?, el régimen bolivariano puede seguir siendo sostenible en el tiempo porque se alimenta de los precios del petróleo y de la pasión de la mitad del electorado que cree que la revolución cambió sus vidas. Y puede ser, muchas de esas familias nunca antes habían tenido vivienda propia ni saludo o educación. No obstante la mayoría viven en un patrón asistencialista. El emprendimiento y la inversión privada en Venezuela está en mínimos históricos. Ayer quedó claro que el escenario político se muestra agitado: aunque en principio ganó Maduro, su apoyo no es comparable con el que recibía su antecesor y, de hecho, le pone frente a él a una oposición que día a día logra acumular más fuerza, hastiada del talante del Gobierno. Es probable que si el rico país petrolero quiere seguir una senda sustentada en la apertura democrática -expresión que trasciende al simple ejercicio del voto- y del desarrollo económico, sea preciso una revolución que, visto los sucesos de Caracas hoy, está gestándose.
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