De la guerra y la paz

Hace una semana escuchaba al Senador Juan Mario Laserna hablar de la guerra en unos términos inusuales para un político. En especial, habló de Carl von Clausewitz, el general prusiano que enfrentó a Napoleón y que se convirtió en uno de los teóricos de la guerra más importantes de la historia. Cuando uno estudia un poco de este militar, descubre una visión bastante racional del espíritu de la confrontación bélica, en especial cuando argumenta que la guerra no es sino la continuación de las transacciones políticas. En el contexto del conflicto colombiano, que tiende a ser reducido a la confrontación con las FARC, esa frase tiende a ser más cierta. Y es que definitivamente en la guerra la destrucción de las fuerzas enemigas a menudo no entra simplemente en la aniquilación física sino que debe comprenderse la derrota moral.

En una perspectiva económica, ¿le conviene más al país aniquilar físicamente a las FARC o simplemente demarcar su derrota desde la arena política y, por qué no, moral?, procede de la experiencia en la lucha contrainsurgente entender que la lógica de la guerra, si bien es la misma, es probable que los resultados no se expresen de la misma manera. Las negociaciones en La Habana parten de la premisa que la terminación de la guerra producto de una victoria militar es bastante incierta y puede representar esfuerzos menos valiosos que los que podrían ponerse en una negociación y en eventualmente validar los acuerdos logrados. La opción de la guerra a priori es la opción más rápida, pero el gran problema es que luego de hacer y ganar la guerra hay que construir la paz. Una victoria militar fue prometida hasta el punto de cambiar la Constitución para permitirlo, con la reelección del Presidente Uribe. Si bien los frutos de la política de seguridad del anterior Gobierno fueron recogidos, no fueron suficientes para llenar la cesta de la victoria, ¿en cuántos años llegará esa victoria?, la verdad es que la misma incertidumbre exacerba los ánimos y hace que los costos de declarar el fin de la confrontación sean mayores. Colombia debe ser consciente que el camino que elija para conseguir la paz no será medido por el mayor beneficio sino por el menor costo; luego de más de medio siglo de beligerancia pretender que el silencio de los fusiles elimine las tensiones resulta ingenuo.

El proceso de paz con las FARC es un escenario de confrontación. Los delegados de la guerrilla saben que se está jugando un combate verbal y conceptual donde el fin es el sometimiento de la contra-parte a su voluntad. El Gobierno ha puesto su capital político, representado en la confianza del electorado. El ejercicio de fuerzas en la mesa se traslada al ejercicio de fuerzas en el campo militar. No obstante, sobre la noción de una mesa, la visión optimista propondría que el ejercicio militar terminará una vez se levanten las negociaciones con un acuerdo sellado entre las partes. La visión negativa se ajusta perfecto a quienes tienen la postura que la mejor salida del conflicto es la vía militar. Pero en ambos casos enfrentamos una transacción política que pone, quita y mantiene gobiernos. 

Colombia tiene enfrente escenarios complejos: una violencia creciente de tipo urbano, caracterizada por oficinas sicariales al servicio del narcotráfico y la minería ilegal. De hecho, de 14 mil homicidios al año, menos del 5% son puestos por el conflicto armado, concentrado en algunas zonas rurales apartadas del país, de modo que al Estado le queda desenmarañar las causas de más de 13 mil homicidios asociados a causas muchas veces alejadas de la política y de las motivaciones de un ejército irregular con orígenes ideológicos. La apuesta por una victoria militar, aunque pareciera ser popular, tiene su mayor costo en la incertidumbre que supone. El proceso de negociación, aunque incierto, trata de dibujar en el horizonte una línea que puede servir de incentivo para la opinión pública. En todo caso, es un proceso de defensa de la sociedad colombiana, y citando a Clausewitz, la idea fundamental de la defensa es parar un golpe, ¿por qué señal se distingue? Se distingue porque en ella se espera el golpe que se debe parar. En este caso, el proceso de paz espera parar la acción criminal de las FARC, pero no por ello debe esperarse que en el proceso ellos no actúen criminalmente. 

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