El peso de la historia: el racismo



Una de las impresiones más grandes que tuve de mi niñez, que aconteció casi en su totalidad en Cali, era el hecho que la mayoría de los oficios menos valorados por la sociedad, tales como los servicios domésticos, la albañilería, el transporte público colectivo y aquellos de baja o nula cualificación, eran ejercidos por personas que hoy llamamos "minorías raciales". La salsa, género de inigualable valor para esta región del país, y normalmente interpretada por bandas compuestas por artistas de color negro, tiene un estribillo que hoy sintetiza las impresiones de una sociedad altamente prejuiciosa: blanco corriendo, atleta; negro corriendo, ratero. 

Colombia es una sociedad altamente dividida. Los sectores más aislados de las ciudades, las periferias y cinturones de miseria suelen estar compuestos por etnias catalogadas como minorías: indígenas, población negra, zamba y demás mezclas. Este fenómeno se repite en la mayoría de países de América Latina. En Chile, por ejemplo, o en Argentina, la posesión de un apellido de origen extranjero no español es un síntoma de estatus, casi siempre acompañado de un color de piel  blanco, o ligeramente mezclado. Este fenómeno se repite en Venezuela, en Perú, Uruguay y en menor proporción en países como México y Colombia. Sin embargo, en general, la segregación por causas raciales es una de las expresiones más notables de las instituciones económicas extractivas impuestas en nuestros países. De hecho, cuando un observador desprevenido analiza la composición racial de los países del mundo, descubrirá que los países blancos normalmente son aquellos que llevan la delantera en desarrollo social y económico y, por ejemplo, los países donde las negritudes son mayorías, suelen estar enfrascados en guerras civiles, corrupción, hambre y miseria. Sin embargo el error predecible es pensar en el viejo postulado que rechaza la economía como disciplina: post hoc, ergo propter hoc, que no es otra cosa que suponer que algo ocurre por consecuencia de esa misma situación. En otras palabras, que un país pobre del África Subsahariana donde la población mayoritaria es negra, es pobre por esa misma situación. Y es un craso error.

Normalmente el complejo de Adán del mundo occidental piensa que antes de 1492, cuando por accidente don Cristobal Colón llegó en una expedición a las Indias orientales financiada por la Corona de Castilla y Aragón a este continente, América vivía en las tinieblas. Lo mismo para África y otras regiones, cuya historia que relata los acontecimientos previos a  la llegada de los europeos colonizadores ha carecido del interés de los historiadores modernos. La mayoría de los estudios serios realizados, al menos en el campo de la economía, analizan el comportamiento de las instituciones económicas y la distribución de la riqueza en los periodos posteriores a la Conquista y durante la Colonia, hasta nuestros días. No obstante algunos estudios alternativos han ido indagando sobre precisamente esos tiempos previos a la Conquista con algún tipo de éxito. La idea que es aceptada mayoritariamente por esos autores sugiere que aquellos países hoy menos exitosos tenían una ventaja amplia sobre los europeos en temas de abundancia de tierras y mano de obra. Organizaron sus sociedades en torno a la explotación de los recursos naturales y la agricultura, así como la cacería; desarrollaron sus instituciones económicas basadas en el trabajo y en la explotación de la tierra, mucho más ricas y ubicada en climas más apropiados para la producción de alimentos que las llanuras europeas sometidas a los periodos estacionales. Si en Francia cosechaban uvas en unos cuantos periodos del año, en la antigua América del sur de los pueblos indígenas la siembra y la cosecha podía ser permanente. De hecho, ciudades como Tenochtitlán y las capitales del imperio inca eran tan prósperas e incluso más pobladas que París, Madrid y Londres. Algo similar ocurría en África, donde las tribus nativas desarrollaron instituciones políticas y económicas que les permitieran subsistir en una región de condiciones extremas. En aquel entonces, en síntesis, los negros, los indígenas y los que hoy están marcados como minorías en nuestros países, constituían unas civilizaciones prósperas y ricas, que respondían a su entorno.

Lo cierto es que buena parte de las invenciones que trajeron los europeos a las regiones colonizadas provenían del lejano oriente, donde se inventó la brújula que posibilitó la navegación y la pólvora que luego fue el insumo para fabricar las armas de fuego con que fácilmente se impusieron a los pueblos nativos invadidos. Si bien es un fenómeno histórico apasionante y susceptible de posiciones extremas, advierto al lector que resulta ridículo denigrar del pasado colonial de nuestros pueblos, en la medida en que fue parte de los procesos migratorios que a lo largo de la historia del hombre han estado presentes. Bien sabemos que los franceses tienen una cultura y un idioma basados en su pasado como colonias de Roma, al igual que los españoles, portugueses, y muchas regiones de Europa, tanto como sabemos que las tribus caucásicas y sus desplazamientos marcaron la idiosincrasia de los pueblos modernos de Rusia, Ucrania, Belarús, entre otros que albergan rasgos similares. No podemos entonces pretender que Colombia haya surgido de un vacío histórico, demográfico y geográfico. 

Pretendo es demostrar someramente que el racismo, basado en prejuicios sobre etnias minoritarias hoy día, no tienen una justificación alguna. Ya indiqué que los incas, sí, de esos que a menudo nos mofamos, o los negros, que a menudo segregamos de manera brutal y estúpida, tuvieron civilizaciones tan brillantes como las europeas o del lejano oriente. Desarrollaron formas de arquitectura, organizaciones sociales y economías únicas que fueron sustituidas de forma violenta por los colonos europeos. De hecho, un estudio del profesor Daron Acemoglu, del Departamento de Economía del MIT, encontró una relación directa entre la pobreza actual y la alta población de ciertos países. América del sur era una región muy poblada antes de la llegada de los colonizadores españoles, quienes al encontrar tal abundancia de mano de obra y de tierras ricas, impusieron regímenes extractivos. Ante la gran abundancia de trabajadores, las remuneraciones eran bajas y haciendo uso de la fuerza militar lograron disponer de estos factores para enriquecerse. Pronto, los ricos colonizadores se apropiaron de tierras, redistribuyeron los derechos de propiedad, impusieron sus gobiernos, sistemas judiciales y de protección, así como engancharon mano de obra barata, desarrollando una relación de servilismo. No así ocurrió en América del Norte, donde la baja población y la poca riqueza relativa de sus tierras imponía a los colonos la necesidad de desarrollar instituciones y regímenes cooperativos. No tenían incentivo para instaurar administraciones que extrajesen riqueza de una población, si en esencia era la misma y la riqueza escasa. En América del Sur, en cambio, los españoles impusieron doctrinas de superioridad, amparados incluso en el cristianismo y el fuego de sus armas, que re-definió a la estructura social: los blancos europeos a la cabeza, dueños de los factores productivos, y el resto en la base de la pirámide. La raza como determinante.

Independizados los países de los yugos coloniales europeos, la mayoría mantuvo el esquema institucional de diferencias sociales basadas en la raza. Los líderes de las revoluciones independentistas normalmente eran hijos y nietos de colonos, herederos de los derechos de propiedad y de los privilegios que provenían de la colonia. No hay hoy ningún dueño de una fortuna o de poder político en Colombia, por ejemplo, que no sea heredero de un linaje colonial. Salvo algunos cambios necesarios, la movilidad de la propiedad de los factores productivos, particularmente la tierra, ha sido más bien poca y se conserva en las manos de los mismos terratenientes que antes habían obtenido sus títulos por gracia de una ley que amparaba a sus antepasados por pertenecer a la etnia dominante y que antes de eso pertenecían a pueblos nativos hoy confinados en los cinturones de miseria o en pequeños resguardos. En el caso de las negritudes el asunto es más dramático si se recuerda que fueron presa de un negocio de esclavitud. De hecho, la institución de la esclavitud surge en el periodo romano y se intensifica por el comercio entre los países del bajo Sahara y los países musulmanes. Pero fueron los cultivos de azúcar en el Caribe lo que intensificó el tráfico de esclavos. Y el origen trágico fue la guerra entre los pueblos africanos, que a la llegada de los europeos tuvo un clímax impresionante: esclavos a cambio de armas. Las naciones medievales africanas aprendieron el poder de fuego, venido de Europa y desarrollado en la China, y los prisioneros de guerra africanos eran entonces intercambiados por armas y llevados a América por sus nuevos dueños. Esta nueva economía necesariamente impulsó reformas institucionales que marcaron el acento de lo que es África hoy día. 

En conclusión, las minorías raciales cargan con el peso de la historia. Buena parte de su pasado fue borrado de un plumazo ante los movimientos migratorios de los colonos europeos, ávidos de riquezas para sus naciones, escasas en tierras y con una población empobrecida. Muchos de estos europeos empobrecidos aprovecharon estos flujos migratorios para construir una nueva vida en el nuevo mundo, donde aprovecharon los arreglos institucionales basados en prejuicios que dieron vía a clases sociales, derechos y privilegios basados en temas raciales. Y como todo juego de suma cero, sus ganancias estuvieron dadas por las pérdidas de los pueblos nativos, cuyos sistemas sociales y económicos fueron sustituidos y arrancados, irremediablemente. De modo que hoy, cuando discriminamos por un color de piel, olvidamos que ese color de piel tiene un pasado, un pasado que de conocerse tumbaría los prejuicios que tenemos hacia ellos hoy día, no dejando duda que el racismo no es otra cosa que un síntoma de profunda ignorancia.

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