El cuarto huevito

Sir Winston Churchill quizás tuvo toda la relevancia que pudo tener un hombre en la Historia británica: un militar, un estratega, un político, un historiador, todo un héroe de la guerra que supo repeler la embestida de Hitler. Quizás el mayor capital que tenía no era el favor de la Corona ni la lealtad de un Ejército en guerra: era la popularidad y credibilidad que tenía en los difíciles momentos en que la Luftwaffe enviaba sus aviones sobre Londres. De no haber sido por el valor de personas como Churchill, otro grande como De Gaulle, en Francia, no habría logrado organizar el movimiento de la Resistencia. Sin embargo, al terminar la Guerra, Churchill fue vencido en las urnas por Clement Attlee, ni más ni menos que el líder de la nueva mayoría laborista, ¿cómo el hombre que lideró al Reino Unido en el momento más difícil de su Historia podría haber perdido la primera elección de la posguerra?, indudablemente el elector británico sabía que el genial Churchill había sido el líder que necesitaba la nación durante el Conflicto, pero no el que el país requería una vez se necesitaba reconstruir al país después de la Guerra.

Guardando las proporciones, Colombia a principios del siglo pasaba por una situación crítica. Miles de hombres alzados en armas amenazaban al Estado colombiano y se filtraban poco a poco en sus capitales: bombas en Bogotá, secuestros masivos en Cali, secuestro del mismo Gobernador de Antioquia, rapto de una candidata presidencial, se sumaban a espectaculares golpes propinados a un Ejército colombiano diezmado, desmoralizado y mal armado. El país iba mal, la economía iba mal, la sociedad colombiana iba mal. Ahí emergió Álvaro Uribe, un político radical, convencido y de un carácter que había sido escaso en los gobernantes anteriores. Su propuesta era simple: un país moderno construido sobre la base de la recuperación del monopolio de la violencia por parte del Estado. La propuesta de la Seguridad Democrática caló entre un electorado hastiado de la incapacidad institucional del aparato estatal para responder a la embestida criminal de los ejércitos irregulares. Y ciertamente Uribe lo hizo: cambió el resultado de la ecuación del conflicto, redujo a los grupos armados a su mínima expresión y fortaleció la capacidad de respuesta del Estado. Los resultados finalmente se empezaron a ver en diferentes frentes: el crecimiento promedio de la economía tuvo una mejora sustancial, la inversión extranjera empezó a fluir, la pobreza se redujo, aumentaron las coberturas sociales y la confianza del ciudadano en el Estado tuvo un pico sin precedentes. Uribe, al igual que Churchill, tenía toda la relevancia en la Historia. A diferencia de Churchill, Uribe pudo haber conseguido una tercera elección, pero igual que Churchill, probablemente la historia no tardará en decir que el popular expresidente de origen antioqueño era el indicado en la década más álgida del conflicto armado pero no para un escenario como el actual. 

Ahora con Santos en la presidencia, la polarización de la política colombiana se hace más acentuada. Uribe, tirado a la extrema derecha, no ha dudado en lanzar una completa embestida contra un Gobierno que no ha podido manejar la artillería de la extrema derecha, en buena medida sustentada en aforismos en ocasiones cercanos a la falsedad. Ciertamente Uribe tuvo aciertos, pero luego de ocho años entregó a un país golpeado económicamente -tal y como él lo recibió en 2002-, con un desempleo cercano al 12%, una corrupción galopante -Nule, Agroingreso Seguro, DAS- y promesas incumplidas, como un agro creciendo lánguidamente al 2,9%, obras de infraestructura retrasadas, entre otros aspectos que hacían pensar que era necesario una nueva orientación a las prioridades del Estado colombiano y de un Gobierno enfocado en promover el desarrollo y mejorar el bienestar de los colombianos. Eso sumado a que no derrotó a las Farc totalmente y dejó una delincuencia urbana creciente desde 2008. Álvaro Uribe Vélez lo que hizo bien lo hizo muy bien y lo que hizo mal, lo hizo muy mal y ahora que dedica sus días a atacar al Gobierno de Santos, ciertamente con varias manchas y sombras en su gestión, ¿cómo creer que sabe lo que necesita Colombia si luego de ocho años demostró que no resolvería todos los problemas que aquejan al colombiano promedio?

Pensemos en lo siguiente: Churchill supo llevar al Reino Unido a la victoria en la guerra, pero no supo responder a las necesidades de educación y salud del pueblo británico. Podría pensarse que Uribe fue un campeón del conflicto pero dejó deudas pendientes que, luego de ocho años, conviene que otro líder salde. Santos emergió en el escenario como la continuación de Uribe y, cuando uno se acerca un poco a la realidad de las políticas del Gobierno, descubre que buena parte de la agenda de la actual administración central se encuentra sustentada en las tesis conservadoras del anterior Gobierno. Fernando Londoño no duda en acusar a Santos de quebrar los famosos tres huevitos de Uribe, especialmente en el plano económico, tanto como el extremismo radical de derecha no duda en hacer afirmaciones que al ojo de un observador medianamente informado no dejan de ser delirios y fantasías. Es falso que la inversión esté cayendo como es falso que la economía colombiana esté en un proceso de retroceso, como lo afirman de forma escueta y sin fundamento buena parte de los pensadores uribistas. De hecho, el promedio de crecimiento económico entre 2010 y 2013 es más alto que el promedio de crecimiento que afrontó Uribe entre 2002 y 2005, e incluso, a pesar que este año se espera una caída, es plausible un crecimiento de alrededor del 4%. Y es que uno de los deportes predilectos de la opinión uribista ha sido repetir frases sin bases o evidencia empírica, a menudo aprovechando cualquier bache en la gestión del Gobierno. Basta mirar la postura de Uribe con respecto al problema en el Catatumbo y no encontrarán algo diferente a una carga de culpa que ponen en el lomo de Juan Manuel Santos, así como notaremos la ausencia de un necesario mea culpa, cuando es suficiente con revisar que durante los ocho años del gobierno de Uribe la realidad de esta zona de Norte de Santander no varió en lo más mínimo. De modo que en la cantasta conviene poner un cuarto huevito: el huevito de la verdad, esa a la que Uribe y su séquito faltan cada vez que defienden una gestión que fue menos mala de lo que sus enemigos consideran y menos buena de lo  que sus vasallos afirman.


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