Rufián de esquina
Daniel Ortega es el típico sátrapa tropical al que tanto hay que temerle: un político sombrío, populista, que nos recuerda etapas negras en la precaria historia democrática de América Latina. Quizás no en el extremo del tristemente célebre dictador argentino Galtieri, pero sí con las mismas motivaciones de aquellos que buscan en el exterior una fuente inagotable de fervor popular entre sus electores. Ciertamente, Colombia no solo enfrenta presiones internas sino también a un vecino que, aunque políticamente irrelevante en el contexto internacional, ha hecho del Caribe un potencial polvorín. Las motivaciones de un gobernante como Ortega están bastante definidas: es un régimen políticamente extractivo y económicamente aspira a mantener un músculo financiero que le permita continuar a flote a él y su gobierno.
Nicaragua es un país con cerca del 43% de la población en situación de pobreza, sin considerar que buena parte de los nicaragüenses viven con ajustados ingresos. En el panorama del Gobierno de Ortega, la integración regional constituye el pilar fundamental de su política internacional, orientada a la atracción de capitales y fondos esenciales para revitalizar una industria incipiente y garantizar la explotación de recursos naturales, especialmente el petróleo, que de entrada garantizará una chequera generosa para financiar su estancia en la Casa Presidencial de Managua, muy al estilo de la extirpe chavista. Ortega ha optado por una integración en términos económicos y políticos ligada a aspectos profundamente ideológicos: ha profundizado relaciones con Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina, con quienes comparten una visión de modelo económico y una praxis política similar, mientras ha deteriorado sus relaciones con Colombia y Costa Rica, vecinos y con los que comparte fronteras marítimas y terrestres. Aunque en unas épocas más y en otras menos, el conocido y poco honroso título de mal vecino de Nicaragua ha estado soportado por gobiernos que, unos tras otros, han construido convenientemente enemistades que resultan rentables en el plano electoral. Sin embargo ha sido Daniel Ortega quien ha profundizado este carácter y le ha dado resultados a la hora de extender su mandato.
¿Qué persigue Managua con las enemistades con sus vecinos?, evidentemente Ortega tiene intereses mucho más concretos que la necesidad de darle a la patria lo que él considera que debe ser de ella. Si algo caracteriza a los regímenes políticamente extractivos es su necesidad superior de darle a la economía un empujón. Eso sencillamente es inyectarle una dosis de combustible esencial para la supervivencia de su Gobierno. En ese orden de ideas, la búsqueda de flancos débiles que permitan consolidar sus planes es, como una obviedad del modelo planteado, lo más natural que va a ocurrir: las cosas se rompen por su punto más débil. Colombia, infortunadamente, aunque bien armada, ha sido tradicionalmente un país pacífico y pacifista, lo cual ha sido una tradición proyectada desde el Ministerio de Relaciones Exteriores al servicio exterior, que normalmente está en manos de acreedores de favores políticos que paga el Gobierno, en contraste con la diplomacia que emplean regímenes como el de Nicaragua, Venezuela o Ecuador, que es consistente con sus objetivos, por poco nobles e insensatos que puedan ser. Colombia ha confundido el pacifismo con la pasividad y aunque es indispensable el respeto por el derecho internacional, adoptar posiciones firmes a menudo implica tener capacidad de disuasión. En eso Colombia ha mostrado debilidad histórica. Y aunque personajes como Uribe han entendido ese aspecto, quizás no se hizo política de Estado ni se proyectó al servicio exterior en su conjunto.
¿Qué tanto nos debería preocupar la crisis con Nicaragua?, realmente el factor de preocupación no es Ortega ni lo que ocurra en Managua. Insisto, es irrelevante lo que ocurre en este país. Lo que debe ser factor de preocupación es la baja capacidad de respuesta, que es un mal crónico, del Gobierno colombiano. Aunque muchos hacen ahora política con esa debilidad, es necesario dejar claro que este es un mal histórico y que, si en algo se ha caracterizado Colombia, es en su capacidad para perder territorios en disputa. El tema militar es realmente una variable que no debe considerarse. Simplificando un modelo de guerra, Nicaragua no tiene mucho cómo reaccionar ante el aparato militar colombiano: estamos hablando que el presupuesto de defensa colombiano es casi 220 veces más grande que el de Nicaragua. En un modelo más realista, subyacen tensiones que terminarían involucrando a países como Venezuela y a los mismos Estados Unidos. Una aventura militar sería el final de Daniel Ortega, lo cual en el fondo no es tan malo, de no ser por los altos costos para la región producto de una confrontación militar. Lo que sí es cierto es que Daniel Ortega se está portando como todo un rufián de esquina: ha puesto a todo el vecindario a temer.
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