Un burro de oro

Por: Andrés Felipe Galindo Farfán*

Algunos abuelos solían decir, haciendo referencia al incómodo momento cuando el dinero deja de alcanzar, una frase bastante elocuente: me venden un burro de oro en cinco centavos, ¿pero si no los tengo?; suele ocurrir que algunas de las más difíciles situaciones que afrontan los países emergentes como Colombia es la marcada sensación en los consumidores de tener que pagar precios altos y por esa vía sentir que sus ingresos no alcanzan. Aún cuando en estos países los bienes y servicios son en términos relativos más baratos que en el mundo desarrollado, es cierto que la percepción de un consumidor colombiano es que los precios de los bienes que consume son cada vez más elevados, ¿verdad o percepción?, no son eventos excluyentes pero no describen con precisión absoluta lo que realmente ocurre en Colombia. El suelo en un barrio exclusivo del sur de Cali como Ciudad Jardín o en el norte de Bogotá como Los Rosales puede pasar fácilmente por uno tan alto como en una ciudad de los Estados Unidos o Europa. Pero en la misma ciudad, en algún sector marginal, es fácilmente posible encontrar un precio 10 veces más barato, casi inexistente en una ciudad como Nueva York o Moscú. De golpe, los precios en países de renta media como el nuestro, tienden a ser relativamente más bajos que en países de renta alta, ¿por qué entonces la percepción de vivir en un país caro?

La respuesta en realidad no va por el lado de los precios, o de la oferta si se quiere, o al menos no solamente. Definitivamente buena parte de este fenómeno viene explicado por las rentas que perciben los consumidores, lo que hace aún más complejo de analizar, explicar y corregir este problema. El ejemplo más simple es el de la familia que percibe un salario mínimo mensual. Confrontemoslo con un servicio que es absolutamente indispensable en una economía cada vez más concentrada en la ciudad, como lo es el transporte público. En promedio, el precio de un tiquete en bus urbano en cualquier ciudad colombiana o en el Metro de Medellín no pasa del dólar. Significativamente más barato que en una ciudad como Santiago, Nueva York o Londres. Sin embargo, a pesar de lo barato que parece, sobre todo comparado con otros sistemas de transporte del mundo, muchas familias colombianas perciben como costoso y una carga financiera excesiva el hecho de movilizarse en las ciudades. De nuevo, el problema no es en este caso propiamente un precio alto: es un bajo ingreso per cápita el que dificulta el acceso. 

Es bien sabido que uno de los problemas más severos que afronta la economía colombiana es la baja productividad de sus factores. Algunos estudios sugieren que el trabajador nacional emplea más horas para cada labor, incluso por encima del promedio de países europeos y de otros del vecindario, pero gana mucho menos. Factores culturales, idiosincráticos y estructurales convergen: el trabajador colombiano tiende a pensar que si trabaja menos que el resto está robando a la empresa y teme una sanción social por irse temprano de la oficina. Muchos trabajadores desarrollan habilidades en sus empresas que son sólo útiles en su organización y, dada la alta carga laboral y horaria, estudiar, desarrollar habilidades o cualificarse tiende a ser una cuestión a menudo improbable. En definitiva, la baja cualificación del trabajador colombiano, que puede aproximarse a la medida de años de educación, es una variable determinante de los bajos ingresos. Esto se acentúa en medio de la gran masa que constituye el mercado laboral informal en Colombia. A esto se le suma que, además, el empresario promedio tiende a incorporar tardíamente tecnologías, capital y recursos esenciales para alcanzar mayor eficiencia. Es que no queda duda que la remuneración de los factores en el país podría ser mucho más alta con un uso menos intensivo de estos, especialmente la mano de obra. No deja ni debe dejar de inquietar que mientras un trabajador colombiano está trabajando casi 12 horas más que un trabajador francés gane cuatro o cinco veces menos. 

¿Qué caminos hay?, la mayoría son de largo plazo y requieren decisiones de política que desestimen las falsas creencias arraigadas hoy día. Por un lado, se hace necesario abrir los mercados a la oferta importable que puede suministrar bienes mucho más baratos que Colombia no produce o no de forma eficiente; el comercio internacional como herramienta para mejorar el bienestar de los consumidores es una llave también que permitirá que las empresas colombianas incorporen prácticas, tecnologías y nuevos mecanismos que las permitan sobrevivir en un entorno competitivo. Pero esta creencia puede llevarnos a una falsa idea que supone que por sí solo el libre mercado y la exposición a los mercados internacionales de bienes y servicios permitirá a las empresas desarrollarse. En este caso es indispensable una estrategia integral del Gobierno que, a través de políticas sectoriales, focalizadas y regulatorias pertinentes, posibilite el acceso al crédito, a subsidios para la incorporación de tecnología y cualificación de personal, de incentivos a la calidad en los procesos internos en las compañías y una simplificación de la relación del ciudadano y del empresario con el Estado, entre otros aspectos que merecen un análisis detallado posterior. Construir la productividad necesaria para aumentar los ingresos, reducir el desempleo y formalizar el mercado laberal son contribuciones acertadas para reducir la pobreza y abrir el acceso a las familias a mayores oportunidades de prosperidad y bienestar. Y aunque tomarán tiempo, urge caminar por esas vías. 

*Estudiante de últimos semestres de Economía de la Pontificia Universidad Javeriana Cali, presidente del Grupo Estudiantil de Economía- Oreka de esta misma universidad y ha sido durante dos años directivo de la ONG internacional TECHO en Cali. 



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