Maniqueo y las reformas
Las reformas son esas ideas y nociones que los gobiernos suelen tener en mente para dejar una impronta en la historia. No obstante, el carácter reformista de los gobiernos en Colombia normalmente ha tenido menos éxito que las reformas impulsadas en otras latitudes, donde suele ocurrir que estas han tenido efectos mucho mayores que en nuestro país. Sin embargo uno de los grandes temores de la sociedad colombiana es que en el espíritu de las reformas vaya un tufo gatopardista: que todo cambie para que todo siga igual; es claro que Colombia requiere unas reformas profundas en muchos aspectos de su contexto político, social y económico que, a todas luces, son disfuncionales o han demostrado ser obsoletas. Un sistema político que a menudo se impone como la mayor barrera para el desarrollo, una salud que viene demostrando incapacidad para proveer a los usuarios un servicio de calidad o una justicia lenta y saturada, requieren una profunda cirugía. Sin embargo no son pocos los esfuerzos para transformarlos y las cosas, aparentemente, siguen igual.
El caso de la salud es bien interesante. Durante años, el sistema estuvo administrado y gestionado por el Estado. Buena parte de los recursos no fueron asignados a los fines más valiosos y muchos eran consumidos por burocracias incapaces de responder efectivamente a las necesidades de los usuarios. La reforma de 1993 introdujo la gestión del sector privado y permitió que los usuarios tuviesen opciones de prestadores privados de los servicios de salud. El sistema, que buscaba quitarle cargas a un Estado desgastado, otorgaba tareas entre operadores privados con capacidad financiera y por esa vía construir la anhelada eficiencia en un sistema con cuantiosos recursos mal asignados. A pesar que el modelo se concebía con relativa sensatez, no tuvo en cuenta un aspecto esencial: los incentivos. Y es ahí donde realmente todo empieza y termina. La manera en que los incentivos se configuran va muy de la mano con las instituciones que los incuban.
En Colombia buena parte de las bondades de las reformas se esfuman entre unas burocracias extendidas, verdaderas dictaduras de escritorio ensombrecidas por vicios enquistados en lo más profundo de la sociedad colombiana como la corrupción. La corrupción en Colombia funciona como una especie de institución informal, en el sentido del Nobel North, que la sociedad ha aceptado tácitamente y que ha estructurado buena parte del intercambio y la contratación. Es decir, la corrupción, la malversación de fondos, los sobre costos producto de negociaciones opacas vienen a ser la regla y no la excepción. En ese sentido, las críticas a cualquier reforma terminan siendo las mismas: que todo lo que hagan diferente terminará dando resultados similares. No obstante, es necesario hacer un esfuerzo para contrastar bien el espíritu de una reforma y no confundir a la reforma misma con los entornos que la rodean. La amenaza contra el sistema de la salud no proviene del sistema como tal sino de un hecho transversal: la corrupción y la cacería de rentas. Las EPS, por ejemplo, no se constituyen en entidades perversas per se, sino que responden a unos incentivos que están bastante bien arraigados en la administración pública y en el manejo de recursos del público.
Al final de cuentas, a las reformas que deben ser llevadas a cabo en Colombia les hace falta el arreglo institucional sin duda más relevante: aquel que permita incrementar los controles y persuada a los funcionarios y a quienes se involucran en transacciones millonarias a evitar conductas dolosas. Eso supone afinar los sistemas de control internos, la justicia y los incentivos a actuar correctamente. Si bien enunciado es bastante simple, debe ser una política prioritaria para los próximos gobiernos. La correlación entre competitividad, crecimiento y niveles de desarrollo con la transparencia de la gestión de lo público y lo privado y los entornos institucionales está más que comprobada y debe ser un camino necesario e imperioso. De lo contrario nos quedaremos como Maniqueo en las reformas: en un lado los buenos contra los malos mientras los corruptos arruinan las buenas intenciones de las partes.
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