Perdimos el año

No pueden ser más que desoladores los resultados de las pruebas PISA que evaluaron a los estudiantes colombianos de las principales ciudades del país con los estudiantes del mismo nivel educativo de otros 64 países del mundo, entre ellos las naciones que componen a la OCDE. Nuestros estudiantes de educación básica no leen bien -lo que supone que no comprenden lo que leen-, no tienen habilidades avanzadas en pensamiento abstracto y lógico y eso se vio reflejado en resultados discretos en ciencias y matemáticas. La verdad la sorpresa de estos resultados no es que Colombia no esté mejor en lo que respecta a las competencias cognitivas de sus estudiantes sino que no esperábamos que estuviéramos tan mal; aunque las pruebas tipo PISA o SABER son apenas indicadores, arrojan indicios preocupantes de las fallas del sistema educativo colombiano. ¿Qué nos está pasando? ¿por qué falla el sistema educativo colombiano? ¿qué hacer para evitar esos resultados tan oscuros?, intentaré dar pistas que nos permitan entender lo que ocurre.

Los resultados de las pruebas PISA muestran una tendencia preocupante: los países latinoamericanos se están rezagando en materia educativa y la brecha con las potencias asiáticas y europeas es cada vez mayor y en ese lote atrasado Colombia brilla por sus calificaciones mediocres. Quiere decir que los estudiantes de nivel básico de Europa y Asia están adquiriendo mejores habilidades que los estudiantes colombianos y eso, puede ser, se percibe en el impacto en la productividad y en la distribución del ingreso en el largo plazo, una vez desarrollan habilidades técnicas y profesionales e ingresan al mercado laboral. Sin embargo, insisto, no había motivos para pensar que Colombia podría tener una participación decorosa con respecto a los países punteros en educación, si se considera que durante la mayor parte de la historia la formación de los jóvenes colombianos estuvo regentada por particulares ante una deficiente cobertura de la educación pública. Y no es necesario profundizar en el hecho que esto suponía una barrera de entrada para la población mayoritariamente de ingresos bajos, lo que implicaba un crecimiento en la brecha entre las habilidades adquiridas por los estudiantes de las élites -unas minorías asentadas en las capitales- y los jóvenes que accedían al deficiente sistema educativo público, una mayoría desprovista de oportunidades.

En los últimos años el Estado ha hecho esfuerzos para universalizar la cobertura. Quizás en la última década entraron al sistema educativo más jóvenes que nunca en la Historia y eso es meritorio en un país acostumbrado a que la educación tiene connotaciones de un bien normal, es decir, de un bien cuyo consumo aumenta cuando suben las rentas de los agentes o, en el sentido inverso, cuando baja la renta del individuo también baja su consumo; es más, a menudo tiene un comportamiento similar al de un bien suntuario, donde una reducción del ingreso provoca una caída más que proporcional de su consumo. Y tiene sentido si se analiza que la gratuidad de la educación básica es un aspecto relativamente reciente. Es normal oír a los abuelos decir que antes o luego de ir a estudiar al colegio debían pasar jornadas extenuantes de trabajo mal pago para poder mantenerse en medio de la precariedad de ingresos de sus familias. Y es bien sabido que un niño que trabaja y estudia no desarrolla las mismas habilidades que un niño que estudia y tiene los recursos necesarios para desarrollar sus competencias cognitivas. Sin embargo el tema de la calidad ha sido el elemento crítico del sistema educativo colombiano: quienes quieren calidad deben pagar por ella, lo cual supone que un pequeño segmento de la población accede a los mejores colegios. De hecho, si consultamos el ranking de colegios de 2013, observamos que en un 90% las mejores instituciones de educación básica son de naturaleza privada y de altos costos de matrícula y pensión mensual, prohibitivos para la familia colombiana promedio. Por defecto, los menos afortunados asisten a colegios públicos o privados baratos con deficiencias de infraestructura y una bajísima cualificación de su personal docente, si se le compara con los colegios privados. Ahí esbozamos el núcleo del problema.

Desde luego, el problema pasa por un tema de gasto público en educación. La estadística más llamativa que encuentro es una de cierto estudio realizado por el Banco Mundial que sugiere que Corea del Sur entre 1970 y 1990 aumentó el gasto en educación en más de un 300%, en contraste con América Latina que apenas superó el 60%. Una cifra elocuente que describe con precisión las prioridades de los gobiernos y del electorado latinoamericano, que ha preferido otra cesta de políticas públicas entre las cuales no está la educación en los primeros lugares. Un estudio de la McKinsey en 2007 relata las experiencias de algunos países como el Reino Unido y los Estados Unidos que invirtieron fuertemente en infraestructura educativa y en buscar la reducción del indicador estudiantes/docente. Convencidos que era la mejor decisión, se construyeron y mejoraron edificios, aulas y se amplió la capacidad instalada del sistema educativo, con una reducción impresionante del número de estudiantes por cada profesor. Al aplicar las pruebas para evaluar el impacto de la medida en el proceso de aprendizaje de los estudiantes, la sorpresa fue bastante desalentadora: la mejoría fue apenas perceptible y, pareciera, el retorno de la inversión fue muy bajo. En contraste, los coreanos y países como Singapur, Finlandia y Japón canalizaron sus esfuerzos en la formación de su cuerpo docente e hicieron en una década que las carreras profesionales más atractivas para los jóvenes más talentosos fuera, precisamente, aquellas relacionadas con la docencia. Por ejemplo, la proporción de estudiantes por docente no cayó en Corea e incluso aumentó, pero eso permitió que con menos docentes se atendieran más estudiantes, con la ventaja que una menor oferta de profesores generase mayores salarios. Y aunque ellos descubrieron que estudiar una profesión relacionada con la docencia era una decisión motivada por razones que van más allá del salario, entendían que profesores mejor preparados requerían exigencias mayores y pagos más generosos. De hecho, para ser docente en esos países se requieren habilidades que, de aplicarse en Colombia como requisitos, arruinarían la carrera de más de un docente con más voluntad que idoneidad. La instrucción y cualificación de los docentes es, entonces, el techo del sistema educativo y es el determinante principal del éxito de los estudiantes en el desarrollo de sus competencias educativas. 

Un análisis somero en Colombia me permitió comprobar algo que sospechaba: en Colombia las facultades de educación en las universidades son pocas y la mayoría se concentra en las universidades públicas. Salvo contadas excepciones, las universidades privadas tienen poco interés en ofrecer programas profesionales y de posgrados, así como líneas de investigación, enfocadas en la docencia y la pedagogía. Tomé 26 universidades en específico -aquellas con la Acreditación Institucional de Alta Calidad- y filtré por aquellas con facultades o institutos de educación y pedagogía constituidos, aquellas que tienen programas de posgrado en educación y su naturaleza jurídica. Los resultados son coherentes con el panorama arrojado por las pruebas PISA y todo lo que hay detrás: sólo el 38% de estas universidades tienen una facultad o instituto de educación y pedagogía constituidos; el 54% ofrece al menos un programa de posgrado en sus diferentes niveles en educación y sólo el 26% de las universidades privadas tiene una facultad de educación. Y este último dato llama la atención, si se tiene en cuenta que los mejores estudiantes del país -en su mayoría- están siendo llevados a las universidades privadas a través de programas de becas y créditos blandos mientras la universidad pública se convierte en una opción generalizada para jóvenes de menores ingresos y con habilidades inferiores producto de una formación básica de menor calidad. Lo preocupante entonces es que los mejores estudiantes del país no eligen a la docencia como una opción atractiva y su decisión se ve mucho más forzada cuando en sus universidades la oferta académica no incluye la formación docente. Definitivamente, la docencia en Colombia no es vista como una alternativa rentable ni respetada y muchas veces quienes la eligen lo hacen más movidos por una buena voluntad. Y, en muchos casos, no tienen las aptitudes, las universidades no las desarrollan y los filtros para acceder a estos programas académicos de pregrado y posgrado son bastante flexibles. 

¿Cómo esperamos que nuestros jóvenes se inserten en un mundo globalizado y cada vez más dependiente del conocimiento si no tienen habilidades lógicas e, incluso, ni siquiera hablan un segundo idioma?, esto se agrava cuando sus docentes no manejan las matemáticas como un proceso más que operativo y no hablan una segunda lengua con propiedad; es evidente entonces que el tema pasa por el desarrollo de una política pública de educación que incorpore no solo mayores inversiones en infraestructura y tecnología para la formación de estos jóvenes sino también, y de forma incluso prioritaria, un paquete de medidas que den a la docencia el lugar que requiere en una sociedad que aspira a vivir en paz y donde la prosperidad es parte del discurso oficial. Atraer a los mejores jóvenes de los colegios a formarse en una carrera docente que les garantice estabilidad, cualificación constante y adecuadas condiciones para el ejercicio de su profesión debe ser una bandera del sistema educativo, orientado por el Ministerio de Educación y las secretarías de educación departamentales y municipales. Colombia algún día tendrá que entender que no hay mayor seguridad ni mayor prosperidad que se pueda conquistar que aquella que nos procuran unas generaciones bien educadas y esto se obtendrá si tenemos profesores idóneos, con vocación, con los recursos necesarios a su disposición y entrenados para las exigencias del mundo moderno. Sólo allí el sueño de una Colombia próspera, segura, moderna y más justa dejará de ser un discurso y será una realidad que disfruten nuestros hijos y nietos. Por ahora, sólo podemos mirarnos a los ojos y aceptar con franqueza que perdimos el año otra vez.


Comentarios

Lizeth Chaparro ha dicho que…
Es verdad que la falta de docentes calificados y comprometidos con su profesión explican en gran medida la problemática, sin embargo, hay que decir también que un considerable número de estudiantes mediocres y holgazanes y unas políticas educativas permisivas y desinteresadas son factores claves en este fracaso.

Los estudiantes no quieren estudiar y punto, no les gusta leer porque es más entretenido ver la novela de medio día o el partido de fútbol, cualquier trabajo propuesto por el docente se resume en buscar en Google, copiar y pegar en Word y ya, no aspiran a obtener una buena nota, basta con pasar la materia y si por casualidad el docente es exigente, entonces el estudiante no es malo, el docente es necio e inconsciente por no tener en cuenta las múltiples obligaciones del estudiante y por tanto no sabe enseñar. Piden créditos educativos porque es importante ir a la universidad, pero se limitan a ocupar una silla nada más, no hay espíritu participativo, no hay voluntad ni motivación para hacer nada más adicional al trabajo asignado por el docente, muchos nisiquiera saben dónde está la biblioteca… Por lo tanto, qué más se puede esperar… A los estudiantes de hoy parece que sólo les interesa tener el último celular de moda y una Tablet para jugar, porque no saben para que más usarla (triste y dura, pero es la realidad que observo a diario)

Por otro lado, políticas nefastas como la que hasta hace poco regia en los colegio, aquella que indicaba que los alumnos no debían perder el año por su bajo rendimiento, sino que debían pasar al grado siguiente y allí corregir sus deficiencias… Vaya estupidez… Qué demostró esto, que lo importante no es formar personas competentes, nisiquiera medianamente educados, lo importante es evacuar el sistema para obtener mano de obra barata, no calificada, barata y mediocre… y aún se preguntan por qué Colombia obtiene estos puestos… Así mismo, a los docentes no se les ofrece una condición laboral digna, incluso en los colegios de élite, no se ofrecen salarios competentes ni suficientes, hay una alta rotación laboral y una condición contractual que no garantiza la estabilidad del docente, por lo cual, todos están siempre a la esperar de que les renueven el contrato o los despidan un día antes de iniciar el nuevo ciclo académico, cuando ya no están en condiciones de buscar un nuevo empleo… Ante condiciones laborales tan precarias, quién se animaría a escoger la docencia como profesión… Claro que como están las cosas, que profesión es rentable o siquiera digna en este país…

No podemos ocupar otro puesto porque al gobierno no le importa la educación, a los estudiantes no les importa su educación y por consiguiente a los docentes no les importa educar, esa es mi conclusión.

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