La desigualdad que concebimos

La desigualdad termina por ser una expresión y un arraigo en las sociedades y, es necesario advertirlo, trasciende a la simple cuestión de ingresos. Colombia es un país profundamente desigual, a pesar de los notables avances de los últimos años, sin embargo nadie duda de la brecha inmensa entre las clases con mayor ingreso y las de menos. Con un análisis más detallado, uno encuentra que la economía colombiana ha crecido casi dos veces en las últimas dos décadas, y aún así, la desigualdad casi se mantuvo intacta y la pobreza apenas si se redujo en unos cuantos puntos porcentuales, muy por debajo de la expectativa. Para medir la dimensión del problema, en ese periodo el 10% de los colombianos más ricos se quedaban con la mitad del PIB, mientras el 10% más pobre de la población se queda con el 0,6% del PIB. Sin embargo a los ojos de un observador desprevenido estas cifras palidecen ante los abismos que hay, por ejemplo, entre las infraestructuras y de los bienes públicos que disponen los más ricos y la precariedad de la infraestructura a la que acceden los más pobres. Consideremos el siguiente ejemplo.

El salsódromo se ha convertido en uno de los eventos más populares de la Feria de Cali, convocando a cerca de medio millón de personas a una de las principales avenidas de la Capital del Valle, en donde carrozas y cientos de bailarines de este género desfilan por las calles. La Alcaldía ha buscado que este evento reciba la mayor cantidad posible de visitantes, para lo cual ha diseñado un esquema de palcos pagos para quienes desean asistir a una locación más cómoda -es obvio, gente con una disponibilidad a pagar alta-, mientras para aquellos que asisten gratis se preparan unas vallas para que puedan presenciar el evento desde los lados de la avenida. Hasta ahí, una evidente e inocente desigualdad: los que pagan acceden a una locación más cómoda mientras los que no están dispuestos a pagar lo hacen en una menos cómoda posición. No veo con malos ojos que quienes más paguen reciban mayores beneficios en un bien o servicio, pero sí tengo mis reservas cuando aquellos que no pueden pagar algo reciban tan pocos o ninguno de esosbeneficios. La solución de fondo sería que todos pudieran pagar, para lo cual quedan dos caminos: mayor ingreso para las familias que puedan pagar los 80 mil pesos de la boleta, que es poco probable que ocurra, o reducir el precio de la boleta a un punto tal que todos puedan pagarlo, seguramente afectando el modelo de negocio, ¿qué hacer entonces?, la solución es ser lo más equitativo, de alguna forma debe ser como un delicado equilibrio donde las ganancias de uno no sean las pérdidas de otros. Y de haberlas, deben ser tan sutiles que no puedan ser motivo de conflicto. Es tan desigual castigar a los más pobres como castigar a los más ricos.

La desigualdad, entonces, muchas veces requiere una toma de decisiones que permitan un mayor acceso a los bienes públicos y aumenten la capacidad de los menos afortunados de acceder de forma equitativa a los beneficios de, por ejemplo, una fiesta como la Feria de Cali. Si las tribunas a las que acceden aquellos individuos con disponibilidad de pagar se hubieran acomodado a lo último de trayecto y, más bien, los espacios gratuitos se desarrollan al inicio del recorrido del evento, se hubiera reducido notablemente la exposición al sol de aquellos que asistieron gratuitamente, se hubiera reducido la ansiedad  que supuso la espera de más de tres horas para el inicio del desfile y de otras dos o tres horas mientras pasaban los bailarines y, por estas vías, su bienestar se hubiera aumentado. Por otro lado, aquellos que tuvieron la disponibilidad de pagar habrían podido esperar mucho más tiempo, contaban con la infraestructura, los medios y los recursos para hacerlo sin las incomodidades de un andén y de una exposición prolongada al sol y a la multitud. Pero sin duda alguna, la desigualdad lejos de ser un simple fenómeno en la asignación de recursos es la expresión de creencias arraigadas de las sociedades como la nuestra. Y la creencia tiende a ser aún más nociva cuando se tiende a pensar que quienes pagan tienen beneficios y quienes no lo hacen simplemente no tienen beneficio alguno. El asunto realmente no es si todos deben recibir lo mismo, por partes iguales y sin diferenciación, puesto que es una ilusión que resulta frustrante pues anula los incentivos para la movilidad social -simple, todos tienen todo, sin importar su esfuerzo-, pero lo que sí debe concebirse es la necesidad de construir una sociedad equitativa, que consiste en pensar que la diferencia entre unos y otros reside en los beneficios derivados de su disponibilidad a pagar, por ejemplo, pero no podemos seguir cayendo en una postura radical en la que el único beneficio sea para quienes pagan y el resto que se las arregle como pueda. 

Feliz Año 2014.


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