Para antes de votar
En promedio 55 de cada 100 colombianos se abstiene de votar. Y, especialmente, las elecciones para el Congreso suelen tener una participación ligeramente inferior a la participación en la elección del presidente o incluso en las locales. La Economía ha tratado de aportar algo a la explicación de por qué la participación de los votantes es baja y casi siempre concluye que se trata de un cómputo sencillo de información que analiza el votante: los beneficios que percibe de participar en un proceso electoral suele juzgarlos tan bajos que normalmente votar o no hacerlo le es indiferente. Un poco más allá, la sensación de que su voto no decidirá nada en lo absoluto suele determinar su abstención. Siendo exactos, si pudiera calcularse la probabilidad de que un voto decida una elección, resultaría básicamente nula. Menos interés de votar habría. Sin embargo hay otro grupo de ciudadanos que sí vota, lo cual sugiere que hay quienes están de acuerdo en que participar en unas elecciones les reporta unos beneficios superiores. Probablemente muchos votan por intereses un tanto más egoístas -dinero por voto- y otros seguramente lo harán porque estiman el beneficio general de hacerlo como un incentivo poderoso.
Suponemos que todos los ciudadanos conocen las consecuencias y efectos de votar por una opción y no por otra. Y de hecho es cierto, hasta el votante más desinformado sabe que si vota por un candidato tendrá algún beneficio, un dinero extra o eventualmente podrá acceder a la burocracia estatal. Otros reconocen que una acertada decisión permitirá revisar los tipos impositivos, reorientar el gasto público o realizar reformas que consideran necesarias para su bienestar. Sin embargo es imposible desconocer ciertos poderes fácticos, grupos de interés que mueven maquinarias electorales completas que hacen más eficaces ciertos votos. Y tiene algo de sentido: por ejemplo, es posible que el voto en blanco, que jurídicamente todavía muchos no tenemos claro cómo opera, sea visto con desconfianza por sectores de la población con menos educación mientras es tomado como opción real por parte de los electores más cualificados. Es plausible considerar que mientras votos de opinión se dispersan y pierden, los votos de alguna forma cautivos de los grupos de interés lleguen sin problemas a las urnas y se conviertan en escaños para estos grupos y partidos. Y es sencillo este modelo: los grupos de interés tienen los recursos necesarios para conseguir la información que permita conocer mejor los gustos de los electores, algunos non sanctos, por supuesto. Es allí donde viene realmente una variable importante en cualquier mercado, incluido este de los votos: la información de los votantes sobre la calidad de los políticos muchas veces lleva a problemas de selección adversa. Un votante puede pensar que todos los políticos son oportunistas por desconocimiento y eso lo hará abstenerse de votar, mientras otros que ignoran la honorabilidad de un político pueden ir a las urnas y votar por alguno que efectivamente no es muy correcto. Evidentemente, hay un conflicto.
¿Cómo contrarrestarlo?, en realidad es bastante difícil hallar un equilibrio. No todos los políticos revelan sus intenciones, ni todos los votantes están muy interesados en acceder a fuentes de información. Incluso, muchos no tienen acceso a esa información, hacerlo puede resultar costoso o pueden ignorar cómo obtenerla. De modo que encontrar un punto donde converjan todas las preferencias de los votantes es casi utópico y muchos teóricos han gastado mucha tinta buscándole el punto a este escenario y la realidad sugiere que la política es tan difícil simplificarla y abstraerla que lo mejor que podemos hacer es recomendar al ciudadano que procure ejercer su derecho al voto con la mayor consciencia posible. Insisto en algo: hay un segmento de la población que puede hacer más eficaz su voto si lo emplea de la mejor manera posible. No es muy razonable pensar que entre 2000 candidatos al Congreso no encuentre al menos uno que refleje sus preferencias y que considere que su gestión podría reportarle un beneficio que le haga pensar que el voto es un potencial generador de bienestar posterior. Por eso me atrevo a sugerirle algo: si no ha contemplado votar, considérelo a horas antes de las elecciones, si va a votar en blanco, así como puede leer esto que le digo, puede leerse las propuestas y la hoja de vida de candidatos que estoy seguro pueden convencerlo y si ya tiene claro que va a votar, magnífico, hágalo de la mejor manera posible. El voto es un derecho, pero votar es un deber.
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