Nuestra preferencia por la educación
Andrés Felipe Galindo Farfán*
¿Qué tanta importancia damos los colombianos a la educación como determinante del desarrollo del país? ¿Hasta qué punto en el orden de las preferencias de nosotros como sociedad la educación ocupa un lugar importante que incida, por ejemplo, en nuestro voto? He llegado a pensar que Colombia es el país de los indignados de un día, donde todos sentimos rabia e impotencia ante una situación indeseada pero de la cual rara vez nos deshacemos de raíz. Los resultados de las pruebas PISA son elocuentes, pero lejos de lo que la opinión pública manifiesta, es un asunto que tiene su origen en las familias y en los individuos; dicho de un modo más etiquetado y acorde a la profesión en la que me preparo: los individuos han adaptado sus preferencias en torno a una serie de condiciones que les rodea. No es que el analfabeta ha decidido no aprender a leer y por ello la educación no la tiene dentro de sus preferencias sino que al no poder leer la educación no le resulta importante. En Colombia históricamente la educación ha sido un bien normal, en donde su consumo ha dependido normalmente de las rentas de las familias. De modo que los colombianos han visto una gran cantidad de barreras de acceso a la educación que han terminado por cambiar sus preferencias y la educación pareciera ser poco importante. Hay que resaltar que durante buena parte de nuestra historia el analfabetismo ha sido una marca fuerte: durante la primera mitad del siglo XX más de la mitad de la población colombiana era analfabeta. Incluso en 1980 aún el 20% de la población, aproximadamente, era analfabeta.
En efecto, la educación como política de los gobiernos no ha sido prioridad y, de hecho, es y ha sido uno de los rubros con menores presupuestos. Tal omisión indudablemente es censurable, pero es una respuesta apenas natural a una precaria preocupación de los colombianos por la manera en que se educan sus generaciones pasadas, presentes y futuras. He llegado a identificar en algunos casos un patrón que modela mi postura -hay que probarla, obviamente-, pero puede esbozar una situación preocupante: en la medida en que las familias enfrentan reducciones en sus ingresos, normalmente los primeros ajustes en su estructura de gasto están en ciertos rubros que se califican como "suntuarios" o, al menos, prescindibles como la educación. Los jóvenes entonces desertan de la Universidad, los niños son retirados de sus colegios, algunos entran a formar parte de la población económicamente activa y otros, simplemente, ven con desconcierto cómo sus padres y acudientes acumulan deudas con los colegios ante los atrasos acumulados en las mensualidades. Y ante una ausente respuesta estatal las decisiones de las familias con respecto a la educación no pueden ser otras.
¿Es la política de educación en Colombia una respuesta de las preferencias de los colombianos por la educación o visceversa? No estoy en capacidad ahora de establecer una relación de causalidad pero sí una correlación entre las políticas gubernamentales de educación y las decisiones de gasto en educación de los individuos. Lo que sí está claro es que las condiciones generales (o el entorno) impide que los individuos tomen decisiones en una vía diferente: el sistema educativo además de ser precario en calidad dispone de recursos escasos para mantener a los estudiantes activos. Un estudiante universitario pobre difícilmente puede sostenerse en una universidad privada ante la aún poca oferta de becas y créditos o auxilios estatales y la cobertura de la universidad pública es simplemente insuficiente. En el caso de la educación básica, la calidad insuficiente de las escuelas públicas -manifestada especialmente por la baja cualificación docente y pasando por infraestructuras a menudo obsoletas- forja una brecha cada vez mayor entre los niños que asisten a colegios privados y las instituciones educativas públicas. Como solución intermedia ha habido un auge de colegios privados de bajo costo y de calidad cuestionable. Y se presenta otro fenómeno complejo: mientras las clases altas asisten a colegios bilingües o inspirados en modelos de países generalmente desarrollados, la mayoría de los jóvenes en Colombia debe decidirse entre escuelas públicas o colegios privados en donde el denominador común es la baja calidad. Y en muchas ocasiones simplemente estos jóvenes están expuestos a la deserción por causas a menudo asociadas a la carencia de recursos suficientes. Bajo este panorama es apenas normal que la educación termine por ocupar un lugar poco relevante entre las preferencias de estas familias: su prisa será mejorar sus ingresos y a menudo un jóven desertor del sistema educativo termina siendo la solución inmediata a considerar.
La educación es una herramienta esencial para el desarrollo de una sociedad, sin embargo en la medida en que las barreras impuestas para acceder o mantenerse en ella sean tan fuertes, es probable que la mayoría de los electores determinen que sus preferencias ponen a la cualificación y la formación académica en un lugar poco prioritario. Y hay un mecanismo que refuerza este fenómeno penoso: unos gobernantes y legisladores que no formulan arreglos esenciales para desmontar dichas barrera de acceso. En últimas, mientras el pago de un pasaje de transporte público o los requisitos burocráticos del Icetex sigan siendo barreras de acceso a la educación, esta no ocupará un lugar de relevancia entre los electores. Y así, es poco probable que las cosas cambien en Colombia.
*Carrera de Economía de la Pontificia Universidad Javeriana Cali y Director Académico del III Congreso de Estudiantes Latinoamericanos de Economía que se llevará a cabo los días 5, 6 y 7 de noviembre de 2014 en Cali.
Comentarios