Conservando vicios

Y de repente olvido que esta es Colombia, donde con un escándalo más en su contra, el candidato del megalómano no solo tendrá más votos sino que si nos descuidamos, de escándalo en escándalo tendrá asegurada hasta su reelección. Si en Europa tener apoyo de nazis es suficiente motivo para perder una elección, en Colombia un movimiento que cree en la superioridad de una raza en un país mestizo podría proclamarse como parte de una triste victoria política. Y esta es la historia de Colombia, un país donde la moral dudosa gana elecciones, donde los puritanos llaman corrupto a quien no piensa como ellos, donde matar en el nombre de Dios puede ser una desoladora realidad. La respuesta es Colombia. 

Las actuales elecciones pueden estar marcadas por la mayor polarización en la historia reciente de Colombia, curiosamente por las ideas antagónicas de cómo terminar el conflicto armado con la mayor agrupación armada del país y por asuntos relacionados al manejo de las relaciones internacionales. En otros temas, son discrepancias menores. Sin embargo el manejo político de una asunto como la confrontación armada (que consume una proporción importante del presupuesto nacional) o las relaciones con los vecinos, parecieran, están siendo tomados con bastante ligereza por los votantes, indudablemente manejados por una pasión desenfrenada y una razón limitada. La campaña uribista ha basado su discurso en la fabricación en línea de frases de fácil digestión para el colombiano promedio, consumidor asiduo de noticias pero de precaria capacidad de análisis y procesamiento de la información. Es una práctica común en los políticos neoconservadores: dibujar un enemigo común y ganar elecciones montados en la idea que propone a ese enemigo como un potencial peligro para la sociedad y, además, exacerbando los miedos hacia él. Por supuesto, la receta es buena si además de aceptar un enemigo común potencialmente peligroso, se presenta a un político -normalmente neoconservador- como el único capaz de vencerlo. Uribe representa al típico político neoconservador: ve enemigos en todos los rincones del planeta, considera que sus causas son las únicas justas y sabe muy bien jugar con los miedos, odios y amores del electorado. En 2002 las Farc posiblemente representaban el mayor dolor de cabeza de la sociedad colombiana y amenazaban con llevarlo al abismo. Un proceso de paz fracasado, una insurgencia metida en las ciudades y una preocupación generalizada sobre la capacidad de la mayor guerrilla del país de someter al Estado de Derecho precipitó, catapultó y consolidó el discurso de la mano de hierro como la única opción política razonable para detener la amenaza, que incluso justificó la modificación de la Constitución en 2005 para garantizar la reelección de Uribe.

La consolidación del uribismo como una fuerza política de extrema derecha no dista mucho de la consolidación de la extrema derecha en Europa en las pasadas elecciones de mayo: canalizar la insatisfacción de un amplio segmento de la población hacia la exacerbación de los miedos a un enemigo común y por esta vía obtener votos. Para los europeos es la inmigración y para los colombianos es esa figura abstracta y amorfa del castro-chavismo, representado por las Farc y el Gobierno venezolano, que de lejos son las pesadillas del votante colombiano, proclive a los miedos, a los amores y a los odios. Y es tal el arraigo de estas ideas concebidas en la mente de un político con tendencias caudillistas, que el buen momento de la economía colombiana, los resultados satisfactorios en reducción de la pobreza, de la desigualdad y la sana convivencia entre los poderes del Estado han pasado desapercibidos para una buena parte de los ciudadanos. Paradójicamente para los colombianos el desempleo, la pobreza, la falta de oportunidades son los mayores problemas y, aún así, la importancia que le dan a estos temas en el debate es bastante baja.

Luego de una década de una arremetida militar sin precedentes, el Gobierno de Santos estimó que el momento de dar el paso hacia la salida negociada había llegado. Luego de un año y medio de negociación, el proceso arroja resultados favorables y pareciese que llegar al acuerdo final para la terminación del conflicto es algo inevitable. Sin embargo el más grande peligro de este proceso no está solamente del lado de la subversión: en estos momentos el riesgo de muerte que corre la negociación de la terminación del conflicto corre por cuenta de un político que tiene muchas opciones de ser presidente de la República. El candidato Zuluaga es el representante de esa clase política emergente conservadora; pero no propiamente conservadores de las virtudes propias del ejercicio del buen gobierno y de la política al servicio del pueblo, sino de una política basada en tejemanejes turbios, populista y sustentada en construcciones mentales que hacen creer al observador desprevenido que están frente a un mesías capaz de transformar lo que está mal. El uribismo es el estandarte de esa estirpe de dirigentes que logran movilizar a los votantes con el miedo y sus más grandes y no siempre positivas pasiones. Hoy buena parte de los colombianos ven una conspiración que no existe enarbolada por unos enemigos que no hay. Y que de haberlos no tienen la capacidad ya de cambiar el curso de la historia, aunque sí de hacerla más difícil.

El proceso de paz con las Farc es una conquista para un país que requiere empezar a construir la reconciliación y, sin embargo, a pesar de sus avances, este próximo 15 de junio puede irse al traste por cuenta de una clase política ávida de poder que no duda en invocar los temores más profundos de los colombianos, muchos de ellos sin fundamentos. Zuluaga puede llegar a la presidencia basado en mentiras protuberantes -vender un país al borde del abismo es una mentira que los colombianos han comprado y que merece su castigo en las urnas-, en la construcción de imaginarios que no solo pueden representar un potencial peligro para el país sino un retroceso. Los costos de deteriorar el entorno internacional con vecinos como Venezuela y una ruptura de las negociaciones de paz no pueden ser considerados avances para una sociedad que busca la modernidad. Es simplemente la materialización de la política de la conservación de los vicios más profundos de nuestra sociedad. Por eso no voto ni votaré por Zuluaga ni por nada que asemeje al uribismo y lo invito a usted a que no lo haga. 

PS. Y mientras tanto un grupo de ciudadanos con poder prefieren una opción simbólica sin fuerza legal alguna: el voto en blanco es como permitir que la casa se incendie solo por el hecho de no cooperar con los bomberos, porque se los considera corruptos. Mientras el país se apresta a elegir un presidente, donde uno de moral cuestionable tiene opciones grandes de ganar, otros haciendo gala de su pretensión de ser dueños de la moral y la virtud pueden terminar beneficiando a quien representa lo que estos más odian: los vicios más profundos de nuestra sociedad. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

El transporte como bien público

Siloé y el mensaje que le queda a Cali

Pobreza, desigualdad y responsabilidad social