Y luego del voto, ¿qué?

En mayo de 2002, Francia se levantaba con la sorpresa que el candidato de la derecha, bastante lánguido y agotado por los propios golpes de la política, Jacques Chirac, iba a la segunda vuelta de la elección presidencial con el representante de la extrema derecha más radical de Europa: Jean- Marie Le Pen, aquel que se quejó porque la selección francesa de fútbol no tenía rubios y quien catalogó al Holocausto judío como una pequeñez en la historia universal. No había más opciones para los franceses: elegían al candidato Chirac, con líos de faldas incluidos y una popularidad discreta, o daban camino al radicalismo del Front National y hacían que la integración europea se fuera al traste, así como la Unión monetaria y la integración con sus vecinos. Finalmente Chirac se alzó con el 80% de los votos, muchos de ellos de sectores que evidentemente no compartían tesis pero que les unía un propósito común: salvar a Francia del extremismo. Luego, como lo cuenta la historia, los espectros se estabilizarían y muchos de los votantes chiraquistas volverían a su habitual posición de opositores.

Colombia repitió una historia similar: un candidato debió armar una especie de unión temporal electoral con sectores de oposición para frenar el ascenso de la extrema derecha representada por el uribismo. Santos ganó con votos propios, que evidentemente sirvieron de base desde la primera vuelta, pero sumó a sectores tan variados y diversos que le permitieron vencer al disciplinado y adoctrinado voto radical de la derecha extrema. Así como muchos votaron por Santos para ahuyentar las tesis uribistas de la Casa de Nariño, es también muy cierto que muchos votaron por Zuluaga con un profundo odio por Santos. Personalmente acompañé a Santos durante su Gobierno -incluso alejándome del ideario uribista con el que me identifiqué durante años-, lo acompañé en la primera vuelta y luego de forma más vehemente lo apoyé en la segunda ronda, convencido que ha sido mucho mejor presidente de lo que el votante mediano colombiano considera. Además de creer en el proceso de negociación para la terminación del conflicto que actualmente se lleva a cabo en La Habana con las Farc y los diálogos en fase exploratoria con el ELN -hechos inéditos en la historia colombiana y en un conflicto de más de 5 millones de víctimas-, creo que el manejo macroeconómico desarrollado por el actual Gobierno y que se propone llevar a cabo en el próximo cuatrienio es un factor clave para entender la motivación de mi voto. Y me detendré un momento ahí: en el Gobierno de Santos la inversión extranjera directa no solo se ha mantenido por encima del 25% sino que, además, augura fortalecerse en la medida en que las agencias calificadoras de riesgo han dado a la deuda colombiana y al entorno del país una proyección positiva. Es muy posible que en los próximos meses el país vea incrementada su calificación de riesgo. De otro lado, es probable que en el segundo trimestre de 2014 se cierre la brecha negativa del producto tras tres trimestres de crecimiento del PIB por encima del 4,8% -el crecimiento potencial del PIB colombiano es del 4,5%-, lo cual plantea un promisorio escenario económico. Las obras de infraestructura empiezan a impactar en la economía y, de hecho, en el primer trimestre de 2014 el crecimiento de los pagos por cuenta de la construcción de vías, túneles, puentes y caminos en general fue del 26%. En otras palabras: está empezando a entrar en la economía el dinero que se genera de la contratación y ejecución de obras de infraestructura. Si la perspectiva no falla, el actual Gobierno habrá logrado lo que parecía una muralla inexpugnable para el país: contratar obras de gran envergadura -como las autopistas de la prosperidad y las concesiones de cuarta generación- con unos criterios técnicos e institucionales bastante rigurosos. Sin embargo no es solo el crecimiento y el buen manejo macroeconómico: la política social del actual Gobierno ha tenido un impacto muy certero en la reducción de la pobreza y de las desigualdades; en los últimos cuatro años la pobreza se ha reducido en una proporción similar a la registrada entre 2002 y 2010, al igual que el índice de Gini. El gasto social se ha multiplicado y la construcción de acueductos, la extensión de la cobertura de conexión a internet, la exitosa política de vivienda social al igual que la ampliación de las transferencias monetarias directas son aspectos que marcan importantes resultados en favor del Gobierno.

La victoria de Santos es más importante de lo que muchos consideran. Por un lado, asegura la estabilidad institucional que por su fragilidad corría el riesgo de sucumbir ante el talante de un líder populista y carismático como Uribe, como de hecho ya ocurrió en los años del "estado de opinión". Las relaciones entre los poderes del Estado es una virtud del presidente Santos que no ha sido suficientemente valorada. En segundo lugar, garantiza un adecuado entorno con los vecinos y continúa un manejo prudente de las relaciones internacionales, que producto de su pésima gestión en casi todos los gobiernos, dieron resultados nefastos como el fallo de La Haya sobre San Andrés. Sin embargo el carácter maniqueo de la política internacional de la extrema derecha perdedora de la segunda vuelta auguraba mandar al traste los esfuerzos de acercamiento con los países vecinos. No podemos olvidar que en el nombre de la lucha contra el terrorismo el comercio con Venezuela se redujo a una quinta parte, complicándole seriamente la vida a miles de empresarios colombianos que dependían de las compras del vecino. En tercer lugar, es importante que el proceso de la búsqueda de la terminación del conflicto con los principales grupos armados ilegales del país no solo se mantenga sino que reciba un impulso popular como el que se realizó ayer. Si bien a la paz no se llegará por medio de estos acuerdos, sí constituyen una base esencial para lograr la reconciliación y un mejor desempeño económico, por ejemplo. La evidencia observada en varios países que han sufrido conflictos armados demuestra que la terminación de la confrontación tiene un impacto positivo en el PIB de las regiones: no solo este crece más en el tiempo posconflicto que durante el conflicot, sino que se reduce la incertidumbre y se disminuyen la destrucción de capital y la asignación de factores productivos y de recursos a fines menos valiosos -como las actividades ilícitas asociadas a los grupos ilegales-. 

Los retos se mantienen e incluso de multiplican: la apuesta de Santos por la paz es indudablemente su carta más valiosa pero puede también ser la más riesgosa. Jugársela por la terminación del conflicto con las Farc y el ELN, de resultar como sin duda esperamos, marcará un punto de inflexión en la Historia. Pero un fracaso probablemente ponga en una situación muy incómoda al Gobierno y al país en general. Por otro lado, son muchas las demandas que el país hace al próximo Gobierno: la educación no solo requiere más cobertura sino mayor calidad, lo cual supone hacer esfuerzos relevantes en el mejoramiento de la carrera docente; un país que debe y requiere apostar por mejorar su capital humano exige que el Gobierno brinde muchas más oportunidades para el acceso a la formación superior de millones de bachilleres que año tras año saca el sistema y que no encuentran cómo acceder a una universidad. Del mismo modo es imprescindible la reforma al sistema de salud, a la justicia y al crédito, que eliminen las barreras que impiden que millones de colombianos se beneficien de la posibilidad de hacer valer sus derechos, tratar adecuadamente sus enfermedades, prevenirlas o emprender un negocio con algunas condiciones especiales a través del endeudamiento. Se trata ahora de llevar los beneficios de la macroeconomía a la escala de las familias y en ese esfuerzo el Gobierno debe tener la capacidad de mostrarse cercano: en este caso, fortalecer la descentralización y transferir más competencias a las regiones resulta esencial (en 2015 hay elecciones regionales y conviene ir pensando en líderes competentes que gerencien las ciudades y departamentos).

¿Retos adicionales?, la lucha contra la corrupción y la falta de transparencia y la reforma del sistema tributario son tareas que el próximo Gobierno debe asegurarse de llevar a cabo. Pero de lo que estoy seguro es que el actual Gobierno camina por la senda correcta, contrario a lo que los profetas de la devastación manifiestan: las cifras finalmente demuestran que así lo es. Y en mi caso, la medición de las políticas públicas es clave para determinar su éxito o fracaso. De lo contrario son percepciones y el ojo que observa tiende a tener una fortaleza que no tiene el ojo que se limita a percibir. Ya será de cada individuo adquirir la información relevante que mejore su juicio sobre la acción de su propio Gobierno. En todo caso, estoy convencido que la victoria de Santos marca un nuevo derrotero: por primera vez grupos antagonistas se unen en torno a un proyecto común, lo cual sin lugar a dudas abre las puertas para un ejercicio más sensato de la oposición en Colombia. Y esa es la primera gran ventaja del resultado de las pasadas elecciones presidenciales. 

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