El juego de la gallina



¿Tienen una explicación en común las negociaciones de paz de La Habana, el conflicto en Ucrania y la confrontación árabe-israelí?, para la ciencia política, la sociología y múltiples disciplinas, cada conflicto tiene una motivación diferente y unos desarrollos distintos. Sin embargo el objetivo no es analizar los costos de la guerra en los tres escenarios, ni cuáles son los incentivos para terminar los conflictos ni las variables políticas y sociales que inciden en la escalada violenta entre las facciones beligerantes. Tampoco entender sus orígenes. De hecho la economía y las matemáticas tienen una explicación para entender la confrontación y su funcionamiento y, descubriremos, que en los tres casos nos enfrentamos a unos escenarios comúnes. Y, de nuevo, la Teoría de Juegos aplicada a los conflictos parece tener unas respuestas muy interesantes que conviene poner en términos escuetos, ¿han oído hablar del juego de la gallina?.

El juego de la gallina es una reconocida competición de alto riesgo que consiste en que dos competidores conducen sus vehículos en dirección a su contrario; el perdedor es aquel que desvíe su trayectoria para evitar la colisión y será entonces humillado y llamado gallina. Fundamentalmente el juego pone a prueba la resistencia a la presión de parte de los jugadores y busca que una de las partes ceda ante la inminencia del final de la competencia. Es decir, que una de las partes vea la colisión inminente y vire para evitarla; este juego ha sido tomado por la teoría de juegos para entender las negociaciones y las interacciones entre dos partes enfrentadas. En las etapas tempranas de los conflictos muchas veces nos enfrentamos justamente a ese punto: forzar al contrario a desistir. Aquella parte que desiste evita la guerra (la colisión) pero asume la posición de gallina  y enfrenta unos costos de una estrategia que puede ser tomada como derrota. En efecto, al pensar un perfil estratégico -un conjunto de jugadas de las que dispone el jugador- el jugador espera unos pagos o beneficios que están en función de cada estrategia. La experiencia sugiere que la mejor solución de un conflicto debe ser aquella en que los dos jugadores adopten estrategias en el que las ganancias sean las máximas posibles para ellos y no exista interés en modificar sus decisiones. En la guerra normalmente no se habla de ganancias sino de la menor pérdida posible. 

¿Por qué los árabes lanzan cohetes contra las ciudades israelíes y por qué Israel bombardea Gaza con furia? ¿Por qué las Farc y el ELN, en negociaciones con el Gobierno colombiano, no dejan de atacar infraestructura energética? ¿Por qué Rusia, inmersa en una tensión diplomática internacional con Ucrania, Estados Unidos y la Unión Europea, suministra armas y pertrechos a los rebeldes prorrusos?, el análisis puede ser muy complejo pero, en aras de hacerlo claro, podemos asumir dos cosas: primera, no se tratan de confrontaciones abiertas ni guerras totales. En Colombia mueren más personas por accidentes de tránsito que por el conflicto y en Oriente Medio la forma de los ataques hace pensar que Israel enfrenta un enemigo de alguna forma invisible, razón por la cual hay más muertes de civiles que de militantes. Y la segunda consideración es que las partes están llevando al límite a su contrincante para hacerlo desistir de una escalada mayor de violencia. El caso de Israel resulta especialmente interesante: el Gobierno tiene dos opciones, contestar los ataques o abstenerse de responder militarmente. Ante cada lanzamiento de un cohete palestino, los israelíes deciden atacar militarmente Gaza. Sin embargo, ¿qué determina el perfil estratégico de ambos jugadores?, indudablemente hay variables políticas y sociales que presionan a los líderes de cada grupo enfrentado a tomar una decisión. Contestar los ataques es una estrategia con la cual Israel manifiesta que no será el jugador que ceda ante la inminencia de una colisión -hacerlo supondría unos costos políticos altos para el Gobierno, aliado con grupos nacionalistas de derecha y extrema derecha proclives al uso de la fuerza para garantizar la supervivencia del pueblo israelí-. Asediar a la población palestina debe forzar a la dirigencia árabe de frenar los ataques, sin embargo esta tampoco está interesada en mostrar debilidad y por tanto, a pesar que 8 de cada 10 muertos del conflicto son civiles árabes, Hamas no detiene sus ataques. Una lógica similar manejan las Farc, el Gobierno colombiano, los países occidentales y Rusia. En un proceso de negociación y de presión diplomática ninguna de las partes encuentra atractivo ceder, al menos no en una etapa temprana.

¿Qué dicen las matemáticas al respecto?, existe una matriz de pagos donde la estrategia "confrontación-confrontación" supone pérdidas muy elevadas, pero donde coexisten dos equilibrios de Nash: donde una de las partes cede y la otra mantiene su decisión de mantener la confrontación. El análisis, en términos más simples, propone entonces que la mejor solución al juego de la gallina en que están inmersos estos países y facciones beligerantes es aquella donde una parte decide adoptar una estrategia contraria a la de su oponente, en contravía a la idea tradicional de la teoría de juegos donde una parte construye el equilibrio adoptando la decisión que adopte la parte contraria y donde los incentivos para cambiar de estrategia se anulan. Definitivamente si ambos deciden tomar la decisión de ceder simultáneamente, corren el riesgo de ser censurados por los grupos extremistas -por ejemplo, si el Gobierno colombiano desiste de atacar a la guerrilla cuando las Farc deciden cesar sus hostilidades, pueden surgir expresiones de inconformismo por la renuncia del Estado al monopolio legítimo de la violencia-, y si ambos deciden continuar con las agresiones sin que ninguno ceda necesariamente impondrá costos aún mayores -medidos en vida, bienestar, recursos económicos, entre otros-; en esta etapa lo único que resta es que uno ceda, que aunque supone una perdida esta resulta trivial frente a las inmensas pérdidas de la confrontación. Entendida esta dinámica, la labor y la misión de un intermediario es garantizar que al menos una de las partes acepte ceder en la negociación o en el conflicto y asuma los costos de hacerlo que, en todo caso, son inferiores a los costos de mantenerse en la postura de continuar atacando cuando el oponente ataca. La labor del intermediario cobra sentido cuando, transcurrido cierto tiempo, las partes optan por actuar de la misma manera y esta es la que conduce a la colisión. 

Dificilmente las pérdidas materiales o de vida serán 100% evitables cuando una negociación se hace en medio del fuego o cuando las presiones internas obligan al uso de la fuerza militar y es por ello que la guerra, ni en sus etapas más tempranas ni en sus etapas maduras, por supuesto, puede ser deseable. En todo caso la experiencia demuestra que siempre hay una parte susceptible de ceder más que la otra y aunque toda confrontación trae pérdidas, al menos existe la oportunidad de evitar que estas sean muy altas. Ser gallina puede salvar muchas vidas, aunque llegar al límite implique perder otras tantas -hay que aceptarlo, nadie tiene como estrategia ceder a la primera presión del adversario-. De allí que la máxima expresión del arte de la guerra consista en evitarla. Volvamos al juego de la gallina original: si dos jóvenes deciden asumir el riesgo de jugarlo -y lo hacen-, entran en una espiral en que seguramente afrontarán una pérdida, grande o pequeña según la estrategia que decidan seguir. Si la idea es una pérdida igual a cero, la mejor solución es evitar que ambos decidan jugarlo. 






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