Juego con fuego



Un juego es definido como un conjunto de jugadores y de acciones motivadas por unos intereses. Matemáticamente es algo más complejo y sirve para representar estrategias entre dos jugadores que eligen en función de sus intereses y que, según el caso, lo hacen de forma cooperativa o simplemente imponiendo su estrategia. Una guerra es fundamentalmente un juego donde se toman decisiones en función de las decisiones del adversario. En el discurso inaugural de su segundo mandato, Abraham Lincoln mencionó la siguiente lógica del conflicto: ambas partes despreciaban la guerra; pero una de las partes estaría dispuesta a hacer la guerra con tal de garantizar la supervivencia de su nación y la otra aceptaría ir a la guerra con tal de hacer que la nación adversaria pereciera. Y llegó la guerra. 

El conflicto entre Israel y Palestina tiene unos orígenes muy complejos que dificultan dar una respuesta única y una solución exacta. Ambos pueblos comparten un estrecho territorio que se les ha legado históricamente y que no han podido acordar compartir. Los árabes ven a los israelíes como una tribu que algún día tendrá que irse de sus linderos mientras el pueblo hebreo ha querido dejar claro que desde 1948 el Estado de Israel llegó para quedarse. En este juego ambas partes tienen incentivos que tarde o temprano terminan llevando a la guerra: los árabes no aceptan que los judíos son vecinos y los judíos están bastante ansiosos por vivir en paz. La conducta de los agentes suele cambiar en el tiempo: cuando los agentes piensan ansiosamente en el corto plazo, la mayoría de sus decisiones serán tomadas sin mucho interés en el futuro y por tanto las consecuencias de sus actos suelen ser ignoradas. Cuando un juego es repetitivo y se extiende en el tiempo, el futuro debe tomarse en consideración y la ansiedad debe controlarse. Algunos han advertido que mientras los árabes están dispuestos a esperar mucho tiempo -ellos dan por hecho que tarde o temprano Israel deberá irse-, los israelíes quieren la paz en un corto plazo. Y querer la paz hoy mismo puede ser el mejor camino para nunca tenerla.

Pensemos en lo siguiente: ¿cuál es la mentalidad de un entrenador de fútbol en la primera ronda de un campeonato mundial?, probablemente ganar todos los partidos pero previendo que cualquier acción en el campo hoy puede afectar el rendimiento y los resultados del futuro. Si bien debe garantizar un buen resultado en el corto plazo, no puede perder de vista que el objetivo es la final. Tal cual ocurre en el conflicto entre Israel y Palestina: los árabes no sufren de impaciencia y de hecho llama la atención que a pesar de sus ataques con misiles, su acción militar está bastante por debajo de su potencial real. Los israelíes, sometidos a diferentes tensiones políticas y económicas internas, toman medidas bastante esperanzados en contener la guerra y someter a su adversario en corto tiempo. La realidad es que eso no ocurrirá, los árabes son bastante pacientes.

Cada observador dará a este conflicto un análisis según el orden de sus preferencias: para algunos, el Estado israelí cumple su deber de repeler una agresión; otros manifiestan su apoyo a Palestina y condenan a Israel por un uso extraordinario de la fuerza. Otros, aunque prefiramos a algunas de las partes, nos detenemos en analizar la guerra como un fenómeno que lejos de lo que se cree, no es loco ni irracional. Poner a volar un F-16 o disparar un cohete desde Gaza hacia una ciudad de Israel puede ser repudiable, condenable, cruel e indeseable pero en lo absoluto responde a una locura o una ausencia de consciencia, que es lo que definiría la irracionalidad. La guerra se basa en decisiones pensadas y en consecuencias previstas, lo que difieren en el caso del conflicto en el Medio Oriente es la concepción del tiempo y las posiciones radicales de las partes. Hay que tener en cuenta algo claro: los palestinos consideran invasores a los hebreos y por eso los atacan -especialmente los grupos radicales de la resistencia palestina como Hamas-, mientras que los israelíes tienen claro que no se moverán de ahí y que las armas son la única  alternativa para disuadir a los árabes de tomar medidas más extremas. 

La mejor manera de evitar la guerra es estar dispuesto a pelearla. Y esa disposición se traduce en una escalada armamentista de las partes en beligerancia. Tenga absoluta seguridad que un desarme de alguna de las partes será simplemente el camino de la guerra -Yisrael Beitenou, el movimiento radical israelí, no dudaría en presionar una invasión a Gaza y Cisjordania si los árabes se desarmaran; análogamente, los árabes no dudarían en arrasar con Israel si este desistiera de la opción militar- y aunque hoy asistimos a una escalada de la violencia, dista de una guerra total. Y esta se ha evitado por la capacidad de las partes de traducir sus elementos de disuasión como una amenaza de castigo creíble para las partes. 

Otra cosa son las implicaciones políticas y humanitarias: sin embargo, mientras la consigna de la influyente Hamas sea erradicar a Israel de la faz de la tierra no puede dejar de esperarse que la respuesta del Gobierno israelí sea diferente a una ofensiva que, por el gran poder de fuego de las fuerza de Defensa de Israel, trae efectos colaterales lamentables para la población civil. Sin embargo, el final del conflicto llegará tal y como lo sugiere el premio Nobel de Economía Robert Aumann: cuando convenzan a los árabes que los israelíes no son "cruzados" y que están allí para quedarse. Y que no existe ninguna razón para que no puedan vivir ambos pueblos en paz. Pero para ello, los árabes deben estar seguros que los israelíes no se irán de ahí. No importa el tiempo que eso tome. Mientras tanto, la esperanza del profeta del Antiguo Testamento Isaías de ver a las espadas convertidas en varas para arar la tierra seguirá siendo eso, una esperanza, porque por ahora es preciso que las espadas no se envainen, mientras la paz hace su llegada. Y, tristemente, ese día está muy lejano; por ahora seguiremos viendo como se juega con fuego.



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