Terrorismo racional
Ha hecho carrera entre los opositores al proceso de paz el de ser una excelente caja de resonancia cada uno de los hechos de violencia de los grupos armados ilegales, especialmente las Farc. De hecho, han logrado tal éxito denunciando los hechos violentos de la mayor guerrilla colombiana que la opinión pública aceptó la idea que el país está "volviendo al pasado" y que el Estado está cooptado por esta agrupación terrorista. E incluso durante la pasada campaña electoral, se usó como una buena herramienta de propaganda política la de magnificar convenientemente la importancia de las Farc en el escenario del conflicto colombiano, a pesar que menos del 10% de las muertes violentas en el país son causadas por el conflicto. Sin embargo me detendré a analizar la falacia que supone que dado que estamos en un proceso de paz, este se deslegitima por los actos irracionales de la guerrilla. En otras palabras, la falacia que nos han vendido como verdad consiste en creer que las Farc, en el marco de un proceso de negociación de terminación del conflicto, deberían cesar las hostilidades. Y pretendo demostrar que las Farc usan la acción armada como una herramienta de negociación y que, lejos de lo que se cree, su terrorismo es absolutamente racional.
Un proceso de negociación tiene dos posibles salidas: éxito o fracaso y, ante tal escenario, es esencial que las partes involucradas estén preparadas para ambos escenarios. Uno de los grandes errores cometidos en el pasado es haber desconocido que las negociaciones se hacen para terminar el conflicto y no en un sentido inverso y equivocado: terminar el conflicto para así negociar. Normalmente esta postura es una garantía para que el proceso fracase. De modo que la primera gran cosa que debemos entender los ciudadanos es que el proceso de negociación para la terminación del conflicto con las Farc tiene dos posibilidades y que, en todo caso, solo una de ellas lleva a la finalización de las hostilidades. Al modelar este tipo de interacciones como un juego, se obtiene que los dos jugadores toman decisiones y adoptan estrategias según como valoren los beneficios de corto y largo plazo. En otras palabras, los procesos de paz normalmente tienen una mayor probabilidad de éxito cuando las partes valoran más los beneficios de largo plazo y no están especialmente ansiosos por lo que ocurra en el corto. Más concreto: la paz no llega cuando una de las partes está ansiosa por que llegue hoy. En los tristemente célebres diálogos del Caguán, el Gobierno construyó una estrategia de negociación basada en el corto plazo y en la cesación inmediata de las hostilidades por parte de la guerrilla, pero no consideró que las Farc han esperado 50 años y no tienen inconveniente en esperar otros 50 para lograr una paz a su manera. Y era obvio: ni la amenaza de castigo del Estado era creíble -entre 1996 y 1998 el Estado recibió violentas derrotas militares-, ni los incentivos para abandonar la economía ilegal que da sustento a las milicias irregulares eran al menos iguales a los que esta arroja.
Uno de los grandes éxitos de la política de seguridad del Estado entre 2002 y nuestros días ha sido darle al establecimiento la capacidad de construir una amenaza creíble de castigo. Ya las Farc piensan dos veces a la hora de propinar un golpe estruendoso y han optado por acciones militares de baja envergadura, reducido número de víctimas e incluso, la amenaza creíble de castigo por parte del Gobierno ha motivado que día a día más miembros de la guerrilla decidan abandonar las armas. Sin embargo, los incentivos para que aún las Farc se mantengan en armas son elevados y que sigan realizando operaciones contra el Estado y sus ciudadanos obedece a que tienen claros cuáles son los beneficios de estar en las armas, lo cual demuestra de manera sobria que la guerra e incluso el terrorismo no son fenómenos irracionales, al contrario, son totalmente racionales: saben por qué lo hacen y qué esperan con eso. No pretendo con esto minimizar la importancia de estos actos ni del castigo que deben recibir, pero mi intención consiste en explicar por qué es absolutamente erróneo esperar que las Farc detengan sus actividades criminales durante el proceso de negociación de La Habana, lo cual no quiere decir que no tengan intenciones de firmar un acuerdo final: la guerrilla toma decisiones sujetos a una información disponible -entre ellos la posibilidad de cuantificar los beneficios y los costos de corto y de largo plazo- y toda acción militar hace parte de la estrategia de negociación. Dinamitar infraestructura o atacar poblaciones aisladas simplemente buscan presionar al Gobierno a reducir sus exigencias y a buscar un acuerdo más flexible -más cuando ciertos grupos políticos han radicalizado su discurso y ponen presión de la opinión pública sobre el Gobierno-. El éxito del proceso estará en que a pesar de las premuras del corto plazo, el Gobierno valore los beneficios del largo plazo que puede arrojar terminar el proceso. Si las Farc quisieran acabar el proceso de La Habana, podrían intentar una operación militar más osada, aunque saben que hacerlo tiene una amenaza de castigo cada día más creíble. Del mismo modo, no se debe descartar que el Gobierno se abstenga de ordenar una operación militar más contundente porque sabe que políticamente la terminación del conflicto tiene un simbolismo mayor si se logra por la via de la negocación y, de hecho, negociar la terminación de la guerra tiene unos costos menores.
El éxito de la finalización de un conflicto de más de cincuenta años, a la luz del análisis de la racionalidad de las partes involucradas, depende en gran medida de la tolerancia que se tenga al tiempo. Los diálogos no garantizan la terminación del conflicto, pero en cierto periodo tendrá que arrojar un resultado y este tenderá a ser positivo si las partes abandonan el inmediatismo y coinciden en identificar los beneficios de un acuerdo, para lo cual es esencial que una de las partes acepte que la capacidad del otro actor de imponerle un castigo lo obliga a mantenerse sentado en la mesa. En ausencia de la negociación, lo único que evitaría una escalada en la violencia es la amenaza creíble de castigo por parte del Estado, con los costos prohibitivos que esto supone -mantener un ejército para la guerra contrainsurgente y en constante operación-. El conflicto abierto es una medida de corto plazo que expresa abiertamente la ansiedad por tener la paz ya. Y la experiencia dice que por la vía de las armas la paz no llega. La paz es un proceso inevitablemente realizable en el largo plazo. Y valorar el largo plazo es el gesto más racional de todos.
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