La prosperidad que no es.



Hace algunos días, James Robinson, el reputado académico de Harvard, experto en temas de Colombia y autor del exitoso libro ¿Por qué fracasan los países?, hizo un análisis de un pequeño poblado del Pacífico, signo elocuente del abandono histórico del Estado colombiano en las regiones periféricas. Un poderoso contraste cuando se enfrenta con las publicaciones internacionales que destacan el buen momento macroeconómico de nuestro país: el mejoramiento de la calificación de la deuda, ante una perspectiva positiva de la economía colombiana, supone uno de esas buenas señales de su estabilidad. El PIB crece por encima de la media latinoamericana y de las economías más desarrolladas y apenas por debajo de Panamá y Bolivia, el nivel general de precios es bajo y estable, la demanda interna se ha constituido en la locomotora del crecimiento -lo cual supone una clase media en auge y un mercado laboral en mejores condiciones-, la pobreza se reduce y la desigualdad parece ceder. Sin embargo, ¿cómo entender que hoy las regiones periféricas del país, especialmente las  costeras, son hoy las más vulnerables y menos avanzadas?

Colombia es como la historia del heredero que, sin saber leer, recibió la biblioteca de su abuelo en herencia. Lo lógico sería que aprendiera a leer para sacarle todo el provecho, pero contrario a lo que sugiere el sentido común, simplemente no supo que hacer con su herencia y la echó a perder. La idea es similar: Colombia recibió salidas a dos mares que conectan con los mercados globales de forma preferencial, como ningún país sudamericano puede hacerlo, pero simplemente no supo qué hacer con ellos. No le sorprenda al lector que en una muestra de 24 departamentos, cuyo criterio de selección fue la Gran Encuesta Integrada de Hogares- GEIH, los siete últimos departamentos por escalafón de ingreso por unidad de gasto -familias-, tienen costas en el Pacífico y el Caribe. Mientras una familia bogotana en promedio devenga $857.203 al mes, su similar chocoana percibe un cuarto de tal ingreso. Y la primera se asienta en una sabana a 2600 metros sobre el nivel del mar y a una distancia aproximada de 600 kilómetros de la costa más cercana, mientras la segunda tiene una extensa costa sobre el Pacífico, un río que con algo de ingeniería sería navegable y una salida al Caribe. Lo cual descarta que la geografía sea una bendición o una maldición por sí misma. Pero en el fondo, tales ventajas que brinda la geografía podrían significar una variable que determinarían una mejor condición de vida para los habitantes de una región si se sabe aprovechar.

Si el Estado colombiano falla ocasionalmente en Bogotá, Cali o Medellín, indudablemente ha fracasado en las regiones de la periferia. El discurso de posesión del presidente Santos el pasado 7 de agosto puso de manifiesto que uno de los pilares de la política de su Gobierno sería justamente reducir las desigualdades. Es un adecuado postulado que no debe contar con muchos detractores y que, al menos, expresa que el país ha reconocido que es inviable mantener las brechas entre ricos y pobres, aunque no tanto entre regiones ricas y regiones pobres. El asunto de fondo está por qué las regiones ricas avanzaron y por qué las regiones pobres se rezagaron. Parte de esa explicación puede estar sostenida por un fenómeno perverso: la baja provisión de bienes públicos está explicada por su baja demanda y esta termina siendo baja ante una oferta incipiente de bienes públicos, ¿qué bienes públicos?, salud, educación, vías, parques, justicia, seguridad, entre otros que el mercado no es eficiente en proveer y que corresponde al Estado ejecutar. Es probable que en las regiones más rezagadas las clases con mayores ingresos hayan logrado establecer sus preferencias por encima de las preferencias sociales. Ante la ausencia de controles fiscales estrictos -muchas veces cooptados por la clase política cazadora de rentas-, acceder a la contratación pública es mucho más sencillo y esta ess una condición esencial para garantizar la prevalencia de las clases políticas enquistadas en los poderes locales. 

Estas regiones carecen de capital físico y, especialmente, de capital humano. En este último aspecto se puede hacer el mejor análisis para entender el perverso fenómeno de provisión insuficiente de bienes públicos: la educación es la herramienta por excelencia para el crecimiento del capital humano. Si uno analiza el listado de los mejores colegios y universidades del país, la mayoría están en la región andina y distantes de las regiones más rezagadas. La baja cobertura y la deficiente calidad de la educación se puede explicar por una baja demanda: y en estas regiones tan rezagadas y a su vez desiguales, a quienes ostentan el poder político poco les interesa si existe una provisión apropiada de este bien público. Finalmente la insuficiente oferta educativa la suplen con bienes privados. No extrañe ver a los hijos de la clase dirigente de Buenaventura viviendo en los mejores barrios y estudiando en costosos colegios e importantes universidades en Cali. Y como sus preferencias se han impuesto sobre la sociedad y la educación pública, gratuita y de calidad no está en el primer orden, simplemente la oferta es insuficiente. Y he ahí el círculo vicioso: como quienes tienen el principal poder de decisión no demandan este bien, simplemente no se ofrece. Y si se ofrece, es por debajo del óptimo. Y esto indudablemente atenta contra las intenciones de construir una sociedad que procure la equidad y la reducción de las desigualdades.

En el fondo, este fenómeno económico tiene una clara explicación que pasa por la política y la extracción de poder que ejercen las élites locales. Dueños de votos y de la burocracia en las administraciones regionales y locales, parece una tarea imposible apartarlos de su privilegiada posición que erosiona las expectativas de construir una sociedad menos desigual, de crecimiento económico y de prosperidad. No hay duda que la fragilidad del Estado colombiano en estas regiones debe ser una prioridad para los Gobiernos y, me parece, que en esta ocasión tampoco pareciera estar explícito este objetivo. Y por las costas no pasan solamente mercancías, también pasan las oportunidades de desarrollo de un país completo. Pero por ahora estas regiones viven en medio de una prosperidad que, al menos para ellos, aún no es. 

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