El ocaso de la gran ciudad
Bogotá creció conforme el Estado colombiano, centralizado históricamente, crecía y a su vez el país se volcaba hacia las ciudades. En parte la violencia rural impulsó a una gran cantidad de mano de obra tradicionalmente agrícola a labores propias de la ciudad. Esas migraciones buscaron mejores oportunidades y, un país centralizado, lógicamente las tendría en su capital. Aunque la violencia, en primera instancia, expulsó a muchos trabajadores del campo a la ciudad, la decisión de llegar a Bogotá no fue aleatoria ni producto de una decisión precipitada. Quienes hemos ido desde nuestras regiones a vivir a Bogotá por motivo de estudio, trabajo o por cualquiera que sea la razón, finalmente hemos tomado la decisión de hacerlo con la noción clara que las opciones allá son mayores que en el resto del país. Mientras en Cali apenas una universidad ofrece programas de doctorado, en Bogotá hay al menos cinco universidades con ofertas de doctorados, y ni hablar de maestrías y especializaciones. Una buena aproximación, entonces, a las determinantes de las migraciones en Colombia es la brecha entre los ingresos en las regiones y el ingreso en Bogotá.
La economía urbana ha planteado que la aglomeración tiene unos beneficios. La actividad económica siempre ha tendido a la concentración debido a las ventajas y ahorros en costos que la proximidad geográfica de los recursos proporciona a los productores. Este tipo de externalidades positivas suponen una ventaja que tanto los productores como las familias buscan aprovechar. El proceso de crecimiento de una aglomeración urbana está ligado a la existencia de economías de escala internas en la producción. Bajo este escenario, las empresas más grandes suelen ser mucho más eficientes que las pequeñas y, al asentarse en una región determinada, tienden a atraer trabajadores a sus proximidades -el denominado proceso de commuting-, que llegan con el objetivo finalmente de reducir los costos de transportarse al trabajo. La actividad de estas empresas y las familias generan externalidades positivas que hacen menos costoso para otros negocios y familias establecerse en la ciudad. En la medida en que se genera una aglomeración, la existencia del conocimiento, de la experiencia, de las relaciones personales y las habilidades de unos y otros genera rendimientos crecientes que potencian la concentración. Visto de una forma sencilla: hace 60 o 70 años, Bogotá acogió las primeras grandes industrias que empezaron a atraer más trabajadores atraídos por sus mejores salarios. Ese crecimiento del capital humano supuso una puerta de entrada para que más empresas se establecieran en la capital del país. Si se analiza por el lado de la demanda, el deseo de mejorar su bienestar seguramente atrajo a muchas familias que podrían incorporar en sus cestas de consumo más y nuevos productos, cuya variedad se hace así una causa más de la aglomeración urbana. Que hoy Bogotá albergue casi una cuarta parte de la producción de bienes y servicios en Colombia y en ella habite el 16% de su población es una expresión elocuente del éxito que tuvo a lo largo del siglo XX.
Y a pesar del avance de las regiones, la brecha entre el ingreso de Bogotá y otras regiones del país persiste. No es de extrañar: existe un mercado de trabajo especializado mucho más desarrollado que en el resto del país; el intercambio de insumos incluye la existencia de un grupo amplio de servicios a las empresas que resulta de una mayor división del trabajo entre ellas -ejemplo de ello es la existencia de firmas de consultoría y asesoría especializada- y la presencia de lo que se denominan derrames de conocimientos y tecnologías que es un resultado esperado de estructuras sociales densas como las de la ciudad -presencia de universidades y una mayor cantidad de egresados-. Aunque hoy ciudades como Cali y Medellín han recorrido pasos hacia la generación de estas tres condiciones, no debe extrañar al lector que aún disten de garantizar mayores ingresos y ventajas más amplias para las empresas. Sin embargo, ¿cuándo será el turno de las capitales regionales? ¿cuándo llegará el momento de Cali, por ejemplo?
Es difícil precisar una respuesta a los anteriores interrogantes, en la medida en que dependen de la consolidación de políticas territoriales que pongan un marcado énfasis en la generación de externalidades positivas para las empresas y las familias. Para Cali el asunto puede empezar por unas preguntas simples: ¿cómo garantizar que un egresado de bachillerato en la ciudad decida estudiar su carrera en Cali y no fuera? ¿cómo lograr que un profesional encuentre un entorno generoso para la innovación, el desarrollo de su potencial y el ejercicio óptimo de sus habilidades?; pero también depende de lo que ocurra en Bogotá. Y me detendré justamente en la Capital de la República: la concentración lleva a un punto en que se generan deseconomías que finalmente se expresan en mayores costos del suelo, deterioro del medio ambiente y más y mayores costos de transporte dentro de la ciudad. Una ciudad se debate en un fino equilibrio entre los beneficios y los costos de la aglomeración y pareciera que Bogotá hace algún tiempo está en el terreno de unos costos que hace rato superaron los beneficios de vivir en ella. Unos indicadores permiten hacer una reflexión frente a ello: según la Secretaría de Movilidad de Bogotá, los tiempos promedio de desplazamiento de las personas en Bogotá han tenido una tendencia creciente en la última década, mientras el índice de precios del suelo se ha multiplicado por 16 en los últimos cincuenta años, pero es entre 2000 y 2013 cuando crece al doble de lo que creció entre 1960 y 2000. ¿Colapsó Bogotá?, no es fácil advertirlo. Pero sí muestra señales que sugieren que la aglomeración está reportando costos cada vez mayores. Y es el turno de las ciudades como Cali aprovechar que su potencial aún no se encuentra explotado y los beneficios de la aglomeración no han sido maximizados. El ocaso de la gran ciudad puede significar el ascenso y el triunfo de ciudades más pequeñas.
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