La trampa ambiental: otra perpetuadora de la pobreza
Las familias quedan atrapadas en la pobreza cuando existe un círculo vicioso que contrarresta los esfuerzos de los más pobres y a su vez alimentan la situación que generó su pobreza. Piense por un momento en la trampa de arena de un campo de golf, del cual se requiere gran maestría para sacar la pelota y llevarla al green. La pobreza es ese campo de arena que a medida que se dan golpes erráticos, hace más difícil a quienes la padecen salir de ella; en una idea menos alegórica, la pobreza construye mecanismos que ayudan a perpetuarla. La típica trampa es la del capital: la pobreza acaba con el capital y para salir de esta situación se requiere de capital para emprender un negocio. Sin embargo la condición de pobreza excluye a las personas del mercado del crédito y cierra las fuentes institucionales de capital financiero. En últimas, se necesita el capital para salir de pobres pero no se puede acceder a él por ser pobres.
En Cali, esta semana han salido dos importantes reportajes periodísticos: la contaminación de los ríos de la ciudad y la destrucción del ecosistema de la Laguna del Pondaje, ¿cómo se relaciona esto con la idea de la trampa de pobreza?, porque el medio ambiente en ocasiones, cuando se maltrata, constituye una de las más difíciles trampas. Fundamentalmente se describe como la desaparición sistemática de recursos naturales por cuenta de un uso irracional. Esto se traduce en la aparición de asentamientos en zonas de alto riesgo y los expone a la escasez y a desastres naturales: ¿nos suena el caso del jarillón del río Cauca?, es el típico caso. Familias pobres se asientan sobre el dique que impide que el río eventualmente se desborde y sumerja al oriente de la ciudad bajo sus aguas. Al asentarse allí, ponen en riesgo la estructura del dique -que de colapsar acabaría con estas familias en primer lugar- y expone al río a toda clase de degradaciones: conexiones irregulares de aguas residuales, desechos mal manejados arrojados a su cauce y la deforestación, ¿en dónde está la trampa?, que el uso irracional de estos recursos reduce los peces que eventualmente podrían pescar para su sustento y los expone a riesgos elevados que obligarán al gobierno a gastar en la mitigación de los riesgos. Recursos desperdiciados y riesgos innecesarios. Insisto: si el dique colapsa o las aguas del río se hacen imposibles para el consumo humano, en el corto plazo los primeros damnificados serán los más pobres.
El deterioro ambiental de la capital vallecaucana es evidente: de sus siete ríos, apenas uno registra condiciones medianamente favorables, mientras la deforestación y desaparición de amplias reservas forestales para la expansión irregular de suelos cultivables y de terrenos urbanizables crea día a día asentamientos urbanos en zonas de alto riesgo con implicaciones dobles. Por un lado, la desaparición de valiosos recursos ambientales y por otro la exposición de familias a condiciones de vulnerabilidad y peligro. Y una ciudad en la que el 80% de su población está en los estratos 1, 2 y 3 no puede darse el lujo de destruir riqueza para garantizar la supervivencia de los más pobres. Las familias pobres invierten su precario capital en comprar terrenos en zonas de alto riesgo, con una posibilidad alta de perder la inversión y quedar en una situación comparativamente peor que antes de asentarse. A esto se suma que la inexistencia de redes de servicios públicos impone mayores riesgos a la salud de los más pobres y, como es bien sabido, una salud deficiente atenta contra el crecimiento del capital humano: la mala higiene y la enfermedad riñen con la productividad. La destrucción de los recursos naturales, esenciales para el sustento de pequeños agricultores, les alarga el ciclo de la pobreza. La mala administración de los recursos reduce los activos económicos y confina a los pobres a una degradación ambiental significativa: basta subir al mirador de Cristo Rey para identificar las zonas de las familias más acomodadas por el verde de las calles y parques y las zonas donde están confinados los más pobres, en la periferia y con una ausencia de árboles y zonas verdes.
Es notable la ausencia de una política pública de las administraciones locales en Cali para controlar la destrucción del entorno. El déficit forestal, la contaminación de los recursos hídricos y el uso irracional de las tierras reduce la posibilidad de los más pobres de hallar en la tierra y en el agua un sustento que cubra sus necesidades básicas. El medio ambiente, cenicienta en los países pobres, es uno de los grandes retos globales: de su protección depende el fino equilibrio ambiental, que en su ausencia expone a las personas a desastres naturales prevenibles. Si el déficit forestal del río Cauca se hubiese contenido en su momento, no sería necesario destinar recursos a la construcción de un muro a lo largo del paso del río Cauca y, en su lugar, hubiese sido posible financiar programas de desarrollo sostenible mucho más rentables en el largo plazo. Y sin duda, los costos que se pagan por la falta de protección ambiental oportuna desplazan recursos a fines menos valiosos que extrañan los más pobres. Sin embargo años de ausencia de control y negligencia nos obliga a aceptar que el daño está hecho y tardará mucho en remediarse, además que costará mucho. Sin embargo es importante y esencial que en la ciudad demos la discusión entorno a cuál será el legado ambiental de las generaciones venideras. Difícil que la pobreza desaparezca si no destruimos la trampa ambiental que destruye recursos de incalculabe valor. Una genuina perpetuadora de la pobreza.
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