Juego de gallinas
Cuando en septiembre de 2012 el presidente Santos anunció que iniciaba el ciclo de negociaciones para la terminación del conflicto con las Farc, advirtió que lo haría bajo la condición de no efectuar ninguna desmilitarización de territorio alguno ni de cesar las operaciones militares contra el grupo armado ilegal. "Negocia como si no hubiera guerra y haz la guerra como si no hubiera negociación" era la consigna del gobierno, aceptado por ambas partes en las rondas exploratorias que llevaron al Acuerdo General. Dos años después, emergen señales de impaciencia ante la insistencia de las Farc de mantener sus hostilidades, más mediáticas que desestabilizadoras. El secuestro de un general del Ejército y los ataques con pequeños comandos a la infraestructura son tomados por muchos como muestras de la inexistencia de una voluntad de paz de parte del grupo. Sin embargo, no debería sorprendernos que esto ocurra.
Aunque muchos se rasguen las vestiduras, para negociar se requiere reconocer que la otra parte está a la par. Si bien aceptar que el Gobierno constitucional esté al mismo nivel de una organización, cuyas prácticas contra el DIH y los Derechos Humanos las desacreditan totalmente, resulta ofensivo, es absurdo pensar que la negociación será exitosa si una de las partes cree tener el pie en la cara de su contraparte. Que unas facciones de la guerrilla tienen interés en mantenerse en sus actividades ilegales como parte de una cacería de rentas, obtenidas estas de su participación en economías subterráneas, es cierto y debe hacernos pensar que la terminación del conflicto con la guerrilla más antigua del hemisferio no será un proceso sencillo. El análisis más apropiado debe partir de las respuestas a los interrogantes fundamentales: ¿qué persiguen las Farc al mantenerse en armas? ¿qué esperan de dos años de negociaciones con el Gobierno Nacional?, probablemente sería caer en un error notable el pensar que el interés político de las Farc se ha diluido en medio de sus intereses económicos. Las Farc persiguen fines políticos y desconocerlo llevará al traste cualquier esfuerzo.
Sin embargo, ¿qué implica negociar en medio del conflicto?, es una apuesta que busca evitar los errores del pasado y, de hecho, parte del principio que el Estado no puede renunciar al monopolio de la violencia, si bien este derecho exclusivo del gobierno no ha sido respetado en la práctica. Esperar que cesen las hostilidades para negociar es tan ingenuo como improbable, puesto que no se entregará lo que se pretende ganar en la negociación sin antes haber hecho concesiones una de las partes - lo que los matemáticos y economistas llaman estrategia dominante no tiene cabida en los escenarios sensatos de negociación-. Las Farc han perdido la capacidad militar que las caracterizó en la década de 1990, cuando cuadrillas completas de guerrilleros arrasaban poblaciones -la toma de Mitú la protagonizaron 1500 hombres-, pero tienen en el terrorismo una herramienta poderosa para impactar mediáticamente y forzar a la opinión pública a tomar posturas que pongan en aprietos al Gobierno. Hay que partir del hecho que cada acción cometido por las Farc está dentro del concepto de racionalidad esbozado por muchos economistas, en donde las partes actúan en función de sus intereses dada una información. Las Farc saben que su única capacidad de supervivencia está en ganarse espacios políticos y una presunta cesación bilateral del fuego les permitiría actuar como rebeldes políticos y no como terroristas. Sin embargo, el Gobierno no contempla este escenario en parte porque sabe que sería visto como un gesto de debilidad.
Las Farc tienen claro algo: una de las partes debe ceder y es allí donde ponen en práctica el famoso juego de la gallina, que consiste en forzar a una de las partes a ceder, siendo quien cede el perdedor del juego, la gallina. Si las Farc logran que el Gobierno acepte el cese al fuego, ganarán un espacio valioso y no tendrán reparos en capitalizar su ganancia, basada en lo que no hay duda presentarán como una victoria sobre la "oligarquía". Por el lado del Gobierno, se espera que las Farc acepten acelerar el proceso y llegar a un acuerdo final en pocos meses. Lo cierto es que si ninguna de las partes cede, es de esperar que el proceso colapse definitivamente. La teoría de juegos en esto es clara: la estrategia que equilibra el juego es que una de las partes cedan. Si ambas se mantienen radicales en sus posturas, las pérdidas serán altas en un escenario de un proceso de paz fracasado. Lo más sensato es que las Farc acepten acelerar la búsqueda de un acuerdo. Pero y entonces, ¿cada acción militar de la guerrilla desdibuja su voluntad de paz?, no necesariamente, de hecho es una estrategia que busca que el gobierno ceda y haga las concesiones necesarias para moldear un acuerdo de paz a la medida de las expectativas de la guerrilla. Y aunque dudo que Santos lo haga, es cierto que al apostar todo su capital político por el proceso le ha dado la información suficiente a la guerrilla para alimentar su estrategia. Pero no olvidemos que el proceso de paz se hace en medio de la guerra: y mientras no haya acuerdo, la guerra continúa.
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