La matemática del cese al fuego
La sorpresa fue generalizada: las Farc, luego de una semana de haber reiniciado los diálogos en La Habana con el Gobierno y tras dos semanas de suspensión de las negociaciones, anunciaron un cese al fuego unilateral e indefinido sujeto a verificación internacional y a que el Gobierno se abstenga de realizar cualquier acción militar en contra del grupo armado. Que ese grupo armado ilegal haya declarado un cese al fuego es algo no menos que histórico y reviste trascendencia en la instancia en que se encuentra el proceso de negociación. Sin embargo, ¿qué implicaciones tiene la cláusula donde, fundamentalmente, presionan al Gobierno a aceptar un cese bilateral no declarado?, tras la declaración de la guerrilla, muchos se preguntaron sobre la conveniencia de este anuncio. No se pacta un alto al fuego, el Gobierno no lo encuentra vinculante y existen argumentos legales e ideológicos que aceptan el cese al fuego unilateral pero rechazan la cláusula de permanencia. Sin embargo hay que partir de una premisa esencial: en un conflicto, ninguna de las partes está dispuesta a hacer una concesión sin esperar que la contraparte actúe de forma consecuente. En últimas, un cese al fuego en una confrontación solo tiene sentido si es respetado por el enemigo; está implícito. La cuestión es que las Farc lo hacen explícito y eso causa controversia.
En primera medida, es necesario comprender que si el conflicto armado, asimilado matemáticamente como un juego, se desarrollara en un único tiempo, los riesgos del largo plazo no tendrían ninguna trascendencia para los jugadores. En este caso, actuar de forma desleal y oportunista por parte de las Farc o el Gobierno no tendría ninguna implicación en el futuro pues solo se tienen dispuestas ganancias para el tiempo presente. Sin embargo, el conflicto es un juego repetitivo, donde lo que se hace hoy tiene implicaciones en el futuro. Una acción de guerra del Estado colombiano que vaya contra el DIH puede ser posteriormente juzgado por una corte internacional. Sin embargo, este modelo puede presentar fallas cuando no se considera la amenaza de castigo de una de las partes a la otra cuando esta actúa en defección: en su momento, la guerrilla podía realizar muchas acciones de guerra cuestionables y la capacidad de respuesta del Estado era mínima. Luego de una década, cerca de 950 municipios, por ejemplo, no presentan una sola acción terrorista o insurgente y las acciones de este grupo armado son cada vez más aisladas. El Gobierno hizo creíble su amenaza de castigo y eso hace posible la cooperación, lo que no significa que hay una victoria definitiva. En momentos en que se negocia el final del conflicto muchos esperan gestos de paz defintivos de las partes, lo cual no deja de ser un error: ninguna de las partes renunciará a ejercer la fuerza mientras no exista un acuerdo vinculante.
La teoría de juegos tiene el teorema de tradición oral, que sugiere que si un jugador logra una menor recompensa al minimizar la máxima pérdida posible, tendrá incentivos para desviarse de su estrategia. En otros términos: las Farc mantendrá el cese unilateral del fuego si no encuentra que los beneficios de la defección son mayores a los beneficios de mantener un alto al fuego. Este teorema propone que si los jugadores son suficientemente pacientes, hay un equilibrio de Nash, de tal manera que hay cooperación. En ese orden de ideas, el cese al fuego por parte de las Farc se mantendrá si se cumplen las siguientes condiciones: i) que el valor presente de la recompensa de mantener esta estrategia sea superior a la recompensa por optar por la defección y ii) que el Gobierno tenga la capacidad de ser paciente y que el valor presente de corresponder al alto al fuego del enemigo tenga un valor superior al valor presente de no corresponderlo. Volvemos entonces al terreno que he expuesto anteriormente: la cooperación en el largo plazo es posible cuando los agentes no están especialmente interesados en el corto plazo, es decir, que valoran más los beneficios del largo plazo que las recompensas inmediatas.
¿Cuál debe ser el papel del Gobierno entonces?, ahí el terreno de los cálculos es plausible. No hay pactado ningún tipo de acuerdo de cesación de las hostilidades y, si se acoge la declaración de las Farc, se trataría de un acuerdo implícito pero no vinculante. El Gobierno no sacrifica su palabra si efectuara algún tipo de operación militar contra sus enemigos. No obstante, sí hay cuentas para hacer: ¿un ataque militar a un campamento tendría la misma recompensa que esperar un tiempo y recibir las ganancias de un desescalamiento del conflicto armado? ¿cooperar es más rentable que la defección?, en ese orden de ideas ponderar los costos y beneficios se convierte en un milimétrico ejercicio que puede impulsar el proceso de paz definitivamente o dejarlo cubierto de nuevo por un manto de incertidumbre. Lo que no debe perderse de vista es que pretender que las partes beligerantes den concesiones definitivas antes de llegar a un acuerdo final y definitivo sobre la terminación del conflicto es alimentar falsas expectativas, que de golpe pueden ser rentables electoralmente hablando pero nunca realistas. La lógica de la guerra es simple: tú me atacas, yo te ataco. Pero si queremos terminar la confrontación, quizás es hora de pensar en lo opuesto: yo me abstengo de atacarte, tú deberías hacer lo mismo. Quizás si estamos dispuestos a actuar con paciencia llegue el anhelado acuerdo final. Esa es la matemática del cese al fuego.
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