Alguien tiene que ceder




La crisis venezolana no es tan simple como lo quieren hacer ver los amigos de las políticas exteriores intervencionistas, proclives a la omisión de la diplomacia en su más pura expresión y muy apegados a los dictados de la ideología. Venezuela atraviesa por una profunda crisis social, marcada por la división ideológica y la existencia de un régimen renuente al disenso; en síntesis, en el país petrolero coexisten dos sociedades antagónicas, separadas por las tesis fundamentales de sus corrientes de pensamiento político y económico. El esquema que mejor modela esta situación se define por la existencia de dos partes involucradas: el régimen venezolano, dueño del poder militar, de la mayoría de los organismos estatales y de la propaganda, defensor de un sistema económico de inspiración socialista y de un sistema político alejado del pluralismo y, por el otro lado, la oposición, que cuenta con una situación de desventaja y es que carece de un liderazgo único y se presenta dividida. Sin embargo ambas definen sus perfiles estratégicos en función de sus principales intereses: mantener el régimen y deponerlo, respectivamente.

El análisis matemático de los conflictos ha mostrado desarrollos apasionantes en el estudio de las confrontaciones entre individuos y grupos. El juego de la gallina, conocido por ser una actividad donde las partes se presionan mutuamente y asumen riesgos muy altos hasta que una de las partes desista y sea considerada gallina, parece ser una buena descripción de lo que ocurre en Venezuela hoy día. Son dos grupos sociales y políticos diferentes, con intereses mutuamente excluyentes, los que se enfrentan por conseguir el poder necesario para mantener o transformar el sistema económico del país. El modelo supone que el máximo beneficio común se obtiene cuando las partes tomarán decisiones en función del contrario, en este caso siempre esperando que sea el oponente quien decida abadonar la confrontación. El Gobierno venezolano espera que la oposición desista de su interés de sustituirlo mientras la oposición espera que por la presión social pueda generarse el cambio. La cooperación en este caso no es posible: en una hipotética matriz de pagos o beneficios tendríamos ganancias muy pequeñas para cuando ambas partes aceptan concesiones mutuas; que el Gobierno y la oposición decidan concertadamente abandonar sus intereses podría representar una inevitable ruptura que castigarían los electores. En términos simples, ambos quedarían como unas gallinas y con este título se denomina al perdedor del juego. El sentido práctico es que los electores de ambas vertientes castigarían a sus lideres por traicionar sus intereses -téngase claro: el votante mediano pro-régimen quiere el statu quo y el votante mediano anti-régimen quiere, obviamente, un nuevo régimen-. Al final de cuentas las partes buscan imponer su posición, no negociarla: cualquier resultado diferente aporta ganancias menores o pérdidas mayores. 

En la teoría de juegos, muy usada en Economía, el equilibrio es la convergencia de estrategias que permitan el máximo beneficio. Varía el tipo de equilibrio cuando este optimiza las ganancias del individuo o de la sociedad. Piénselo de una forma sencilla: si su vecino escucha su canción favorita a las tres de la mañana a un volumen elevado seguro él estará satisfecho, pero las personas vecinas seguramente lamentarán esa decisión individual y las horas de falta de sueño serán una perdida protuberante. En el caso venezolano ocurre de forma similar: cuando una de las partes en conflicto determina actuar sin considerar a su oponente, llegamos al escenario que hoy presencian los venezolanos. Dos partes que no ceden, no negocian y se mantienen firmes en su posición radical. Al final de cuentas el juego de la gallina predice que si ninguna de las partes cede, las pérdidas serán mayores: en el juego original, este resultado es el que describe la colición de ambos vehículos enfrentados. En el caso venezolano se podría especular que el resultado será alguno de confrontación abierta entre la sociedad con los resultados nefastos que esto trae. 

¿Qué situación se constituye en el equilibrio de este peligroso juego?, lo más sensato es que una de las partes ceda: o bien el actual régimen es sustituido o simplemente la oposición se resigna a buscar la caída de sus contrincantes. No hay un resultado que optimice el beneficio de la sociedad venezolana sino donde necesariamente un grupo deberá perder y otro ganar, pero que al hacer el balance de pérdidas o ganancias dará un resultado más satisfactorio que el derivado de una confrontación abierta entre facciones o el de un retiro concertado de ambas partes del juego. El elector venezolano no quiere términos medios: o se mantiene el régimen y se proscribe la amenaza de la oposición, o se sustituye el régimen y emerge uno nuevo dirigido por los hoy opositores a la Revolución. En todo caso, alguien tiene que ceder. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

El transporte como bien público

Siloé y el mensaje que le queda a Cali

Pobreza, desigualdad y responsabilidad social