Sobre cómo la embarré.
En 2009 empecé a hacer voluntariado en Bogotá con la fundación Un Techo para mi País. La verdad, lo acepto, me movió el interés de conocer esas zonas alejadas de la cotidianidad y empezó más como curiosidad. Me quedé por convicción y cuando regresé a Cali, decidí seguir aquí aunque los recursos eran menores y la dinámica diferente. En 2011 llegó la oportunidad de tener, además, mi primer trabajo: ser parte del equipo implementador de la oficina en Cali con todo el proceso y el respaldo técnico de la oficina central en Bogotá. Con un contrato a término indefinido y con un salario nada mal para alguien que no hacía mucho tiempo cumplió los 20 años, empecé en la tarea. El futuro era brillante y nada podría hacer pensar que las cosas salieran mal. Excepto yo mismo.
En 2011 el inicio fue realmente bueno. Eran pocos recursos, se manejaban con bastante acompañamiento de la gente en Bogotá y terminamos el año con buenos resultados. Empezamos a construir viviendas en Candelaria y Jamundí, la operación fue creciendo y el año 2012 prometía una expansión sin precedentes. Y yo estaba ahí adelante, mi ego crecía como la expectativa y difícilmente algo se podría atravesar para seguir creciendo como quería.
Dado mi interés por la administración y por las habilidades que había demostrado, no tardaron en dejarme manejar las finanzas de la oficina, a pesar que las actividades operativas y mis estudios me exigían más y más tiempo. El año 2011 cerró sin problemas, a decir verdad todo funcionó bien y empezó 2012 con el esperado crecimiento. La oficina central en Bogotá abrió una cuenta que permitía tener manejo desde Cali. Mes tras mes yo hacía una solicitud de presupuesto que llegaba a esa cuenta y yo lo retiraba a través de mi cuenta personal para hacer las compras presupuestadas. Parecía una labor sencilla y creía entender que era un tema fácil que no me implicaría mayor dificultad. Una vez gastado el presupuesto, era cuestión de recoger los comprobantes, armar una rendición y enviar por correo certificado a Bogotá. Algo arcaico, pero dado que no teníamos un área de contabilidad, era la única manera de lograrlo.
El año 2012 seguía bastante bien. Construíamos en varios lugares de Cali, crecía nuestro trabajo en universidades, yo iba a medios, me sentaba con empresarios y tenía todo en orden. O eso yo creía, porque estaba dejando para lo último la tarea de rendir las cuentas de la oficina, pero siempre con la idea equivocada de poder hacer eso en cualquier momento y arreglar el asunto. Pero como lo que se aplaza o se acumula o no se hace, lo cierto es que se acumuló. En Bogotá no lo notaron, pero yo sabía que las cuentas no estaban bien porque no lo hice a tiempo y la tarea de poner soportes debe ser inmediatamente después de hacer la compra. En mi caso podían pasar semanas, ¿creen que yo tenía intenciones de decir que estaba fallando en llevar las cuentas de la oficina? Jamás se me pasó por la cabeza y fue mi primer gran error.
Finalmente llegó la auditoría del año 2012 -mi año- y salió lo que era obvio que saldría: habían cuentas sin soportes. Aunque yo sabía que quizás habría que corregir cosas, la verdad es que no esperaba una bomba de ese tamaño: no cuadraban cuentas por casi 75 millones de pesos, ¡75 millones de pesos! Era una locura, una barbaridad, me quería volver loco y sabía que mi reputación pendía de un hilo, ¿de dónde voy a sacar los comprobantes que no pedí ni guardé de cada mes? Obvio, había gastado bien mucha más plata, pero ese monto en cuestión sobrepasaba todo lo que yo podría manejar. Fue un infierno que se fue apagando en la medida en que en Bogotá aparecían comprobantes que yo había enviado y la contadora hacía mejor sus cuentas. Sin embargo, yo estaba contra la pared: o resolvía eso o se caía todo y se volvía trizas. La verdad es que sabía que mi negligencia sistemática durante ese año hacía improbable que yo pudiese resolver ese asunto. Fue así como en marzo de 2013 decidí renunciar porque debía asumir la responsabilidad por no haber sido cuidadoso con el reporte de gastos. Yo sabía que muy rápidamente dirían que me robé ese dinero y me fui con el miedo de saber que era inevitable que eso fuese lo que la gente dijo.
Mi salida fue triste, es y ha sido mi mayor fracaso. Yo procuré aclararlo todo pero era tarde para evitar el daño que le hice a una fundación que se caracteriza por la transparencia. La imagen de una persona joven pero idónea se diluyó y era insostenible estar. La cosa pudo ser peor, porque aparecieron 60 de los 75 millones, sin embargo esos casi 16 millones de pesos que no pudieron encontrar soporte era mi mejor carta de despedida. No me embolsillé un peso, pero era claro que no tenía más opción que irme. Techo me pagó mis prestaciones, me dio mi certificación laboral y no adelantó ninguna investigación, ¿la razón? Que no había indicios de malos usos de los recursos. Pero moralmente me fui siendo el culpable de un escándalo que nunca debió ocurrir y que todos los días de mi vida me persigue. No robé pero tampoco hice bien las cosas. Seguramente tendré que aprender a vivir con el dedo inquisidor de quienes creen que me robé 16 millones de pesos. Y vivir con el dolor de saber que no lo hice, pero que pude hacer mi tarea mejor.
Comentarios