Mariana en problemas



Clichy-sous-bois es una comuna ubicada en la región de Ile-de-France, en las afueras de París, conocida por ser una zona densamente poblada por trabajadores, especialmente de origen extranjero. En 2005, luego de unos confesos hechos, un joven de origen maghrebí murió electrocutado; la policía francesa fue acusada de haberlo perseguido y precipitado así su trágica muerte. Como una reacción en cadena, los suburbios de la Capital y de otras ciudades de Francia fueron testigos de disturbios y una violencia desenfrenada que pusieron al descubierto una realidad: la cohabitación de dos sociedades que se ignoran y que configuraron sentimientos de desigualdad que iban en contravía del sueño sobre el que fue edificada la República francesa. Los jóvenes franceses descendientes de humildes inmigrantes se veían a sí mismos como ciudadanos de segunda, sin los mismos derechos y las oportunidades de otros compatriotas. Esta semana Francia volvió a ser protagonista luego que unos jóvenes franceses, de origen árabe y habitantes de los suburbios, actuaran como células de grupos terroristas de Oriente Medio y escribieran con violencia tres violentos y trágicos días de la historia de este país europeo. Si bien no es prudente relacionar el terrorismo de estos días con este contexto, el análisis nos obliga a iniciar preguntándonos: ¿qué ocurre con la quinta economía del mundo? ¿cuál es el contexto de la Francia de hoy? ¿el terrorismo de esta semana se suma a qué otros problemas de la sociedad francesa?

Los móviles de la acción terrorista de esta semana en París no responden exclusivamente a una problemática social como la que configuró los episodios violentos de 2005. Sin embargo, que los protagonistas de las 20 muertes de civiles y oficiales del orden sean ciudadanos franceses de origen extranjero y habitantes de los suburbios es una señal elocuente de la compleja sociedad francesa contemporánea. Por un lado, no son buenos tiempos en materia económica para Francia, la quinta economía del mundo por PIB y motor de la Unión europea junto a Alemania: en el último lustro, el crecimiento económico ha sido apenas perceptible, rondando un promedio del 0,4%, con una fuerte caída de la actividad industrial y una pérdida progresiva de la confianza de los empresarios. Estos enfrentan una pesada carga tributaria y elevados costos laborales. Sus expectativas son sombrías, tanto que la confianza de los productores franceses está incluso por debajo de los niveles de confianza registrados en España y Alemania. Por el lado de la demanda el panorama es menos malo, pero plantea retos: la demanda doméstica, en gran medida halada por el gasto público, muestra algunas señales positivas que compensan el deterioro del sector externo, deficitario y con aportes cada vez menores a la recuperación económica. Se espera que la demanda doméstica crezca un discretísimo 0,5%, la inversión registre un crecimiento nulo y el gasto del Gobierno continúe expandiéndose, si se considera que en el segundo trimestre del año se expandió un 0,5% y en el tercer trimestre un 0,8%. De hecho, Francia se encuentra en aprietos al incumplir el pacto fiscal europeo que sitúa el déficit en un 3%, versus el 4,3% del Estado francés.

La difícil coyuntura macroeconómica evidentemente se ha transmitido a la población en un desempleo que no muestra señales de ceder: en 2012, la tasa de desempleo fue del 10,3% y en 2013 esta se redujo en apenas un 0,1%; en materia de desempleo juvenil el asunto es un tanto más dramático, en la medida en que el 23,7% de los menores de 25 años en 2013 no tenían empleo. La crisis de 2008 y el mal tiempo para la Zona Euro han traído consigo otros grandes dolores de cabeza: desde el estallido de la crisis internacional, la tasa de incidencia de la pobreza en Francia se ha situado en torno al 14,3%, con ligeros descensos entre 2012 y 2014 hasta fijarse en torno al 13%, no obstante se ha degradado la condición de quienes en este periodo no consiguieron salir de su situación de pobreza. Si en 2011 y 2012 en promedio los pobres de este país europeo vivía con 987 euros al mes, en estos últimos dos años esta cifra ha descendido a 784 euros. En otros términos: menos pobres pero más empobrecidos. Y en un contexto en que una familia rica francesa gana 3,5 veces más que una pobre, eso termina exacerbando los ánimos de la masa trabajadora que espera más conquistas sociales, no solo limitadas a las 35 horas laborales semanales. Las consecuencias de este fenómeno no se hacen esperar: los franceses que emigran y desean quedarse fuera aumentan mientras el desconcierto y la insatisfacción crece al interior del país. El ascenso de la extrema derecha y el populismo, el desprestigio de la clase política francesa tradicional y la lentitud del Gobierno francés para imponer reformas profundas se confabulan en contra de un país que está aventurado en una participación militar en Siria e Irak contra el grupo Estado Islámico y con misiones de paz en zonas de influencia de grupos radicales como Mali, en el África subsahariana y que está convencido de la necesidad de salvar el proyecto europeo aunque los cantos de sirena populistas parecen emerger como una respuesta desacertada a los problemas de la sociedad francesa y de una Europa urgida de reinventarse para los nuevos tiempos.

Si Francia está convencida de la necesidad de salvar el proyecto europeo y superar la postración económica que repercute en su entorno político y social, debe impulsar reformas profundas: la famosa Ley Macron, que plantea desregularizar algunas actividades económicas, incentivar el trabajo dominical, reducir la burocracia, privatizar el transporte intermunicipal en autobuses y activos hoy propiedad del Estado, regular las altas tarifas del uso de las autopistas en concesión, entre otras medidas junto al pacto de responsabilidad, que promueve la reducción de los elevados costos laborales en Francia, son esfuerzos interesantes del Gobierno de Hollande para dinamizar la aletargada economía francesa, hacer más competitivas a sus empresas y productivos a sus trabajadores, aunque no son suficientes. La quinta economía del mundo no pasa buenos tiempos y enfrenta nuevos y mayores riesgos: una sociedad dividida, desencantada de sus dirigentes y escéptica de su futuro. Y aunque el terrorismo, tal y como se expresó en París la semana anterior, no depende de los logros o fracasos económicos y sociales del país, es cierto que hace más complejo el contexto en que viven los franceses hoy día: Mariana, la alegoría de los símbolos del orgullo republicano francés, está en problemas. Y el terrorismo es apenas uno de ellos, de hecho es uno más a una larga serie de desafíos que exigen mayor compromiso, creatividad y decisión de los políticos franceses y respuestas más firmes a las demandas de sus ciudadanos.






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