Conservando prejuicios



El debate sobre la adopción igualitaria y el fallo de la Corte Constitucional me recuerda un par de capítulos de la novela del escritor británico Aldous Huxley, Un mundo feliz, en el que John el Salvaje encuentra que el nuevo estado mundial basa su felicidad en la manipulación, en el constreñimiento de la libertad de elección y de pensamiento, donde se inhiben además las emociones y el ejercicio intelectual. El problema es que John pierde a su madre y siente un fuerte amor hacia Lenina, pero debe inhibir sus emociones y debe ocultar su dolor y deseo pues el nuevo orden no considera esas expresiones como admisibles. Agobiado por esto, decide aislarse y exiliarse, viviendo una vida solitaria y cargada de excesos hasta su suicidio. Al leer estos dos capítulos de la obra de Huxley, pienso en si este es el camino que sigue el mundo: donde quien quiere ser diferente a menudo no encuentra otro camino diferente al aislamiento, con finales rara vez felices. 

Suelo abstenerme de debates que impliquen asumir posturas alejadas de la evidencia científica o empírica. Sin embargo, el fallo de la Corte Constitucional y los diferentes debate formados en torno al asunto de la adopción de niños por parte de parejas homosexuales me hace pensar que es necesario expresar algunas ideas. En primer lugar, creo que las sociedades evolucionan y que es necesario comprender el carácter dinámico -por consiguiente no estático- de las comunidades: los credos, los valores, las ideas e incluso rasgos físicos tienden a cambiar con el tiempo, como una respuesta a los cambios ambientales y sociales. Estos cambios no son homogéneos y no se dan por igual en el mundo: mientras en algunos lugares de oriente la mujer es apenas un apéndice del hombre, en occidente la mujer ha ido encontrando su indiscutible e inevitable igualdad con respecto al género masculino. En segundo lugar, soy defensor de la laicidad del Estado: bajo ninguna circunstancia acepto el más mínimo intento de influir en las decisiones de gobierno, legislación o de justicia por parte de iglesia alguna. Esto porque la órbita religiosa implica la voluntad del creyente de pertenecer a una religión de su preferencia, pero el Estado constituye un contrato social ineludible. Dicho de otro modo: se puede obligar a un individuo a respetar la ley, pero no a profesar un credo en específico. 

El debate de la adopción ha estado marcado por posturas morales. La moral en la sociedad colombiana tiende a ser bastante limitada a la relación que en conjunto se tiene con la sexualidad: entre nosotros es mucho más fácil para un padre enseñarle a su hijo a tomar cerveza que hablarle de cómo se conciben los niños. Esto genera que el sexo sea una especie de tabú del que todo el mundo sabe pero del que nadie habla...en público. Quizás esta sociedad tácitamente es más tolerante con quien comete un homicidio en medio de una multitud que con una pareja homosexual que se besa en un centro comercial. No obstante, esta moral no tiene por qué desaparecer: justamente, todo ciudadano está en derecho de vivir sus valores y principios conforme a lo que considere más apropiado para su vida, pero es cuestionable que las preferencias individuales o de un grupo de interés quieran ser impuestas como las preferencias de la sociedad entera. Y más si esto parece tener un carácter punitivo hacia aquellos que juzgamos diferentes y equivocados.

Una sociedad laica debe tener como ejes rectores la toma de decisiones lo más objetivas posibles y la búsqueda del bienestar social. Y esto debe ser tenido en cuenta porque cuando una sociedad es confesional, como suele ocurrir en algunas Repúblicas islámicas, el pluralismo, la diferencia y la tolerancia tienden a desaparecer de la órbita de lo público. Y en términos de la adopción, es claro que en Colombia debemos buscar soluciones que respondan a las exigencias de nuestros tiempos: ¿cómo explicar que 106 mil niños, según el ICBF, esperan ser adoptados mientras anualmente solo se tramitan 3 mil solicitudes? ¿bajo qué criterios vamos a darle a estos niños una posibilidad de educarse, crecer y desarrollar su potencial?, ese sin duda tiene que ser un debate que nos debemos dar y es un interrogante que debemos responder pronto. El problema realmente no es si las parejas homosexuales están o no están en capacidad de procurarle a un niño lo necesario para su desarrollo. El núcleo duro generador de problema es que los actuales mecanismos para la infancia en Colombia han probado ser insuficientes.

Muchos han esgrimido que el gran riesgo de permitir la adopción a parejas en esas condiciones es que se creará un entorno negativo para el menor. En otros términos: si es criado por dos homosexuales, crece el riesgo de ser homosexual. Si uno toma este argumento como una verdad inquebrantable, ¿cómo contestar el hecho que la mayor parte de las personas homosexuales o bisexuales vienen de hogares fundados por parejas heterosexuales?, el primer rasgo fundamental que debe ser comprendido es que la homosexualidad no es una enfermedad ni un problema que requiera cura. Sin evidencia científica, no es posible que el Estado tome una decisión y en ese sentido uno encuentra que los argumentos de la Corte Constitucional parecen responder a una presión política y social a los magistrados para evitar tomar una decisión comprometedora que a una real existencia de razones jurídicas y científicas irrefutables que soporten el fallo, en mi concepto desafortunado.

Reitero lo que indiqué al inicio: creo en el carácter laico del Estado de Derecho y eso nos obliga a creyentes y no creyentes a coexistir y crear un contexto y una infraestructura social que permita la cabida de las diferentes formas de ver la vida. Para mí, sería deseable que un niño siempre fuera adoptado por un padre y una madre y creciera con ese patrón de familia, como muchos lo fuimos. Más desearía aún que ningún niño fuese abandonado y que todas las parejas pudieran concebir sus propios hijos, criarlos y permitir su desarrollo, como aspiro a hacerlo en algún momento. Pero es claro que esto no es un patrón único y no se cumple siempre, lo que debe plantearnos ideas alternativas menos tradicionales. Es seguro que los grupos religiosos no encuentren aceptable que el Estado permita las uniones entre parejas del mismo sexo y mucho menos van a aceptar la adopción. Sin embargo, creo que es prudente que se entienda que la sociedad no puede permitir que se impongan dogmas sobre evidencias. Esto no solo constriñe la libertad sino que crea un precedente nefasto para el ejercicio libre de los derechos de todos. Con el fallo de la Corte nos negamos una discusión valiosa y parece que preferimos como sociedad conservar prejuicios. Mientras tanto, 106 mil niños en centros de adopción esperan todos los días una familia.

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