Fracasómanos de oficio
La fracasomanía fue por primera vez llamada así por Albert O. Hirschmann, economista alemán, a quien le llamó siempre la atención esa tendencia de algunos de negar los avances donde los hay. Es un complejo que unos astutos implantan en unos observadores normalmente desprevenidos, o mejor, muy prevenidos y cuya prevención les impide apreciar con precisión la realidad. Evidentemente, la fracasomanía carece de fundamentos y es muy eficaz para minar la autoestima de las masas. Una masa sin autoestima y convencida de su incapacidad para superar sus problemas es una sociedad que muy fácilmente pone sus expectativas en cualquiera que tenga una voz, así lo que diga sea una constante cadena de yerros. Pensar que Colombia ha fracasado es una excelente estrategia de mercadeo político para los opositores y, llama la atención, es también muy favorable para quienes se ganan la vida hablando. Los fracasómanos no están convencidos del fracaso, porque normalmente son personas con educación y astucia, pero saben que denunciarlo con virulencia abre las puertas del estrellato y dará buenos réditos electorales y, por qué no, financieros.
La diatriba de Fernando Vallejo contra, básicamente, toda Colombia es sin lugar a dudas la hoja de ruta de un oficio que, en una gran mayoría de ocasiones, es una postura conveniente y mediáticamente rentable. No son pocos los políticos que emergen o se ganan el favor popular denunciando el fracaso del país, así como no faltan los personajes como el inconforme crónico de Vallejo que logran mantenerse vigentes gracias a este tipo de posturas que la opinión pública, para aplaudir o chiflar, suele poner en primera plana. La fracasomanía en Colombia no es algo nuevo. Hablar de un fracaso como sociedad ha servido para aceitar discursos políticos que cautivan votos: enunciar el fracaso de la política social del Gobierno de Uribe fue el caballito de batalla de la izquierda, a pesar que producto de esas políticas la pobreza se redujo del 49,7% al 37,2%; no obstante, los resultados electorales más importantes de los partidos de izquierda en Colombia estuvieron en ese periodo. Y Uribe, ahora opositor, logró poner 39 congresistas de sus listas y poner en aprietos al hoy reelecto presidente con un discurso centrado en el fracaso del Gobierno de Santos, a pesar que el país ha mantenido la reducción de la pobreza del 37,2% en 2010 al 29% en 2014, los homicidios están en su punto más bajo desde que existen registros y, en general, el país se encuentra comparativamente mucho mejor en 2015 que en 2002. La fracasomanía es rentable y normalmente parte de un postulado simple pero fundamental: convencer a los convencidos que las cosas están mal y pueden empeorar. Pesimista y fracasómano es, finalmente, dos nombres para un mismo oficio.
La fracasomanía es la capacidad que tienen los individuos de vender un discurso donde existen complots, donde nada puede mejorar y donde todo cuanto se haga es para beneficiar a unos cuantos burócratas enquistados en el Estado y cazadores de renta profesionales. Para el fracasómano, una crisis no es más que la señal inequívoca del deseo de quienes ostentan el poder de llevarnos al abismo, no una falla que merece ser analizada y requiere tomar medidas. La fracasomanía no está interesada en formular soluciones, ni en cooperar, ni en generar alianzas para impulsar nuevas ideas socialmente convenientes, por el contrario, su idea es difundir cualquier pequeña falla y enmarcarla en una trampa, en un complot, en una falla incluso mayor que muchas veces existen solamente en la mente del fracasómano, no porque la crea sino porque sabe que tarde o temprano tendrá a la opinión pública con toda su atención en él. Para un fracasómano, una falla no es una oportunidad de mejorar o de generar nuevas ideas, sino un fracaso estruendoso que hay que magnificar y publicar por los medios que sea necesario.
Convencer a los convencidos. Aquel que convence es normalmente una figura para la cual ser apostol del fracaso ajeno es una boleta de entrada a la fama y todo lo que de ello se desprenda. Pero los convencidos son aquellos que normalmente, en el anonimato, repiten sin cesar las teorías del fracaso, quienes se regodean en ellas, quienes no dudan en difundirlas, en vociferarlas y en repetirlas como una verdad absoluta, a pesar que, en su mayoría, encuentran en el fracaso de la sociedad el mejor pretexto para no hacer nada por ella. Mientras ellos se alojan en este lugar confortable, los que convencen tergiversan, cuentan historias del fracaso de los gobiernos, del sistema, de la sociedad, denuncian como víctimas, se erigen como paladines de la verdad, aunque en el fondo no son otra cosa que una parte activa de las fallas que ellos llaman fracaso. Y mientras son ensalzados por los convencidos, en su mente saben que cuentan con la bendición de la opinión pública: ser fracasómanos de oficio les abre las puertas para perseguir con comodidad sus intereses y satisfacer sus egos, ¿de verdad piensan que Uribe o Vallejo predican el fracaso de todo por filantropía?
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