El presidente en su laberinto
El presidente Santos atraviesa su peor momento desde el paro agrario aquel de 2013. Lo más desconcertante es que sus peores relaciones con la opinión pública las tiene por su incomprensible incapacidad de comunicar adecuadamente. Si me preguntan cuáles son los principales aciertos que serán legado del actual gobierno, no dudaría en afirmar que serían las relaciones internacionales, la política de infraestructura y la reducción de la pobreza y de la miseria, en gran medida impulsada por un buen balance macroeconómico. Aquí no se trata ahora de defender a un gobernante ni atacarlo, pero en el balance de pérdidas y ganancias del gobierno Santos hay que, inevitablemente, referirse a las pérdidas que contribuyen a que hoy el presidente esté en un pésimo momento en sus relaciones con la opinión pública. Su inquietante gira europea mientras las Farc escalaron su actividad terrorista y su renuencia a regresar de su viaje y tomar una posición más firme, son apenas puntas de un gran iceberg contra el cual se podría estrellar el barco del jefe del Estado.
Hay que partir de un hecho: Santos es preso de la maquinaria política -que, dicho sea de paso, muy bien sirvió a Uribe en sus ocho años de gobierno-; la Unidad Nacional tiene a algunos de los mayores representantes del clientelismo como lo son buena parte de los sectores de La U y Cambio Radical. El Partido de La U constituye la fuerza política más grande y poderosa del país desde el mismo momento de su fundación y se mantiene a flote al haber recibido desde 2006 un importante control en las regiones. Este partido agrupó a los grandes gamonales que, ante todo, son gobiernistas y cuyo poder monolítico se sustenta justamente en apoyar al mandatario de turno; lo hicieron con Uribe y lo hacen con Santos. Y este último, por supuesto, ha tenido que pactar con los grandes electores de las regiones para mantener la gobernabilidad. El hombre amigo del buen gobierno terminó involucrado en las prácticas políticas habituales en Colombia. No obstante, y antes que ciertos sectores aplaudan esta idea, no debe olvidarse que Uribe en su momento abrió los brazos a estos mismos gamonales, algunos de los cuales le impusieron las bandas presidenciales (Luís Alfredo Ramos y Dilian Francisca Toro). En su segundo mandato, Juan Manuel Santos ha tenido grandes problemas para tener una bancada organizada y eso, en gran medida, está explicado en que ya, con el sol empezando a brillar en sus espaldas, los aspirantes a la presidencia comienzan a perfilar sus candidaturas y esto poco contribuye al gobierno.
Pero los errores de Santos continúan: su talante reformista se fue diluyendo en su incapacidad de sostener posturas firmes en el Congreso y ante la opinión pública. Las huelgas, las protestas y su insistencia de poner como epicentro de su agenda política el proceso de negociación con las Farc demostraron que el presidente cede con facilidad, negocia en desventaja y tiene una prisa incomprensible por desactivar conflictos, al precio que deba pagar. Conocidos sus fracasos en su empeño por reformar la educación superior, la justicia, la forma accidentada en que se trató la reforma a la salud en el Congreso y las reformas tributarias, donde ha dejado de tomar decisiones osadas. Pocos están en condiciones de explicarse por qué Juan Manuel Santos, tan cercano a la entraña de la empresa, terminó elevando los impuestos a las firmas y se abstuvo, por ejemplo, de gravar los dividendos. En la medida en que ha avanzado el tiempo, el presidente ha demostrado que está dispuesto a negociar y ceder con tal de aprobar una reforma, así esta se pervierta en su trámite legislativo, como lo demostró la reforma a la justicia. Este es un presidente con unas mayorías en el Congreso y aún así muchas reformas quedaron en suspenso. El liderazgo de Santos se diluyó entre sus dilaciones, silencios prolongados y desconexión de temas esenciales del gobierno. No en vano muchos dicen con relativa sátira que el vicepresidente ejerce un gobierno de facto, mientras el presidente posa de estadista en Oslo y París. Yo, en realidad, me pregunto qué piensa un tipo astuto como Santos con tanta ingenuidad.
Pero sin duda su gran error es haber reducido su obra de gobierno al tema de las negociaciones con las Farc. Lo que parecía convertirse en su consagración, se está convirtiendo en su carga más pesada; y aquí vienen una serie de errores que han hecho que el tema de la negociación con la guerrilla se convierta en el punto más débil de los cinco años del gobierno de Santos: en primer lugar, el presidente centró todo su discurso y logró conectar su obra de gobierno con el tema de los diálogos de paz. En sí, no es un error pero fue una apuesta arriesgada, una falla estratégica, simplemente porque todo cuanto haga será evaluado en función del desempeño de la mesa de La Habana. Y esto nos conecta con el segundo gran error de Santos: dio al tema de la paz una importancia que, en mi concepto, está sobredimensionada y por ahí opacó otras discusiones importantes y ejecutorias de su gobierno que podrían haber contribuido a que el ánimo de la opinión pública no estuviera en los mínimos en los cuales se encuentra. Pero aquí este tema no para:
En 2012, Santos dio un golpe de opinión al anunciar que había logrado un acuerdo para iniciar negociaciones con la guerrilla luego de una década de esfuerzos infructuosos. Bajo la manera en que fueron presentados y como fueron conseguidos -con el precedente de las bajas históricas de 'Alfonso Cano' y 'el Mono Jojoy' durante la etapa exploratoria-, todo parecía caminar hacia una inevitable cesación de la confrontación armada. Sin embargo, de forma inexplicable el presidente comenzó a creer que por la vía de los diálogos sería el artífice de la unión de la nación, cuando realmente se trata de eliminar por las vías del diálogo una amenaza desestabilizadora de un ejército ilegal y no una guerra civil entre facciones políticas. Los golpes militares de las Farc, como por ejemplo hace una semana en Nariño, fueron respondidas desde Italia por Santos, quien no tomó la decisión de cancelar su viaje y regresar (Felipe, el rey de España, canceló su visita a París cuando ocurrió el accidente de Germanwings), generando rechazo y desconcierto. Si bien el esfuerzo de Santos merece el apoyo, estos esfuerzos han convertido al presidente en un hombre que no transmite contundencia cuando las Farc han actuado de forma salvaje contra los miembros de la fuerza pública o han dejado sin energía a regiones enteras, o han cometido crímenes contra el medio ambiente. Y, realmente, como presidente no tiene mucho que perder, habiendo sido ya reelegido: tomar posturas fuertes en la mesa de negociación no debería costarle tanto. Sin embargo, su temor a asumir posturas fuertes frente a la contraparte (y frente a muchos temas) ha hecho que, día tras día, el presidente Santos esté prisionero de sus decisiones, esté hoy en su propio laberinto.
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