Perfil griego
Por Andrés Felipe Galindo *
Grecia es un país con una economía cuatro veces inferior a la española, casi diez veces menor a la alemana y representa menos de 2% del PIB de la Unión europea. Durante años, la nación helénica pasó inadvertida en medio del auge y caída de la economía española y entre la euforia y escepticismo de la puesta en circulación del euro. Sin embargo, llegó la crisis financiera de 2008, el contagio y el colapso de las finanzas públicas de muchos países europeos. Bajo tales circunstancias, ¿cómo fue que Grecia se llevó la mayor parte de los efectos adversos?, en el fondo el problema parece trascender al tema fiscal y responde a temas fundamentales de la estructura económica griega, es decir, a qué produce. En unos términos más modernos, desde la complejidad económica la pregunta es: ¿qué sabe hacer Grecia?, lo cual permite además entender por qué su economía lleva seis años en recesión y parece que tardará varios años antes de salir de ella.
El mundo se ha concentrado en analizar el panorama fiscal griego: cuánto debe y a quién. Desde 2010, el gobierno heleno viene recibiendo importantes ayudas financieras de la Unión europea y el Fondo Monetario Internacional para permitirle cumplir con sus obligaciones con los acreedores privados internacionales. Desde luego, los griegos cambiaron de acreedores y hoy día debe cuadrar cuentas con entidades multilaterales en las que, por ejemplo, tiene gran peso la posición alemana. La deuda se convirtió en un determinante del desempeño griego: al deber más de lo que produce, los griegos se vieron obligados a recibir ayudas internacionales condicionadas a ajustes estructurales muy fuertes. En 2014, por ejemplo, el gasto público griego fue 10,7% menor al del año anterior, y en una economía fuertemente dependiente del gasto del gobierno, los efectos sobre el PIB de cada aumento o reducción del gasto son muy sensibles. Esto se explica en que la mayor parte de los contratos en Grecia se celebran con el Estado, de modo que es apenas natural que si el gobierno deja de contratar, los ingresos nacionales se reducen y viene la crisis. Por supuesto, mientras en 2014 la economía de la Zona euro creció en 0,9%, la economía griega se contrajo 0,8%. La austeridad emanada desde los acreedores de Grecia y el cumplimiento de los ajustes para conservar el acceso a las líneas de salvamento financiero han impuesto un peso muy pesado para la lánguida estructura económica griega. El pago de la deuda ha desplazado los recursos, ya escasos, dejando a las actividades productivas sin muchas posibilidades de desarrollarse y expandirse.
Una de las grandes paradojas del Estado de bienestar griego es que, a pesar del elevado gasto de su gobierno, todo parece sugerir que estos no tuvieron efectos en la acumulación de capital humano y físico. De hecho, luego de varios años de una política fiscal expansiva, se encontró que los principales rubros de gasto del Estado helénico fueron los llamados asuntos económicos, principalmente el financiamiento del sistema bancario y las nóminas estatales. En contraste, en el gasto en sanidad, por ejemplo, el gobierno destinó un promedio del 8,6% del PIB, mientras el promedio de las naciones europeas es del 14,8%; en educación, el porcentaje destinado es 7,6% frente al 9,7% de la eurozona. No solo Grecia no emprendió reformas económicas profundas en la étapa previa a la crisis sino que generó un sistema de profunda participación del Estado en la economía, sin que esto se viera reflejado en avances sustanciales en el bienestar de la población que, finalmente, estaría expuesta con fragilidad a los choques económicos más variados.
Muchos han reclamado que, en un gesto de dignidad, Grecia debería apartarse de la zona euro y recuperar su soberanía monetaria. En un contexto normal, gozar del poder de emitir una moneda nacional y fijar su precio con respecto a las divisas puede ser un atributo acertado para mover una economía con problemas de crecimiento. La lógica detrás de esto es realmente sencilla: al elevar el precio de la divisa, las exportaciones nacionales se vuelven atractivas en el mercado internacional. Claramente, con una política monetaria común, las autoridades económicas griegas carecen de esta herramienta. Sin embargo, ¿qué tan efectivo sería para Grecia tener soberanía monetaria?, la verdad es que no debe esperarse un efecto transformador si se tuviera una moneda nacional. Principalmente porque la oferta exportadora griega es limitada y cuenta con una gran competencia. Cuatro de cada diez dólares producidos por la economía griega provienen del sector público y el turismo contribuye con 1,5 dólares. Es decir, el 55% del PIB pertenece al sector de los servicios y, muchos de ellos, poco o ningún valor aportan a la economía. Por supuesto, contribuyen con el 65,1% de los empleos. Imagine entonces lo que ha ocurrido: ante recortes en el gasto público, muchos empleados públicos despedidos y, con una buena parte de la demanda privada sin ingreso, la demanda de los servicios cae. Y llegó la crisis. El sector industrial, con el 20,8% del PIB y la agricultura con el 3,4%, quedan sujetos a los choques internacionales y, por tanto, parece poco lo que pueden hacer para mantener a flote una economía estatizada como la griega. Insisto: la mayor parte de la fuerza de trabajo griega, que es a la vez consumidora, depende de los ingresos del Estado. Un empleado público griego viaja, consume alimentos, tiene servicios públicos en su casa y mueve la economía con su salario. Cuando el Estado lo despide, reduce su consumo. Si el 60% de los trabajadores públicos reduce su consumo, unos por incertidumbre y otros por haber cesado forzadamente sus actividades productivas, es apenas obvio que seguirá una caída económica fuerte como la que viven en el país europeo. Y he ahí, una aproximación somera del perfil griego, que hoy sí parece hacer honor al cuento popular: está en ruinas.
*Con estudios en Economía de la Pontificia Universidad Javeriana Cali, ganador de una beca para cursar una maestría en Economía de la Universidad Icesi y actual candidato al Concejo de Santiago de Cali.
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