Café y petróleo
Café y petróleo fueron dos de los grandes
elementos que conformaron una de las canciones más pegajosas de los años
sesenta en Colombia. Con el mismo título de esta columna, Ana y Jaime
recordaban que nuestro país ha sido siempre un gran productor de café y
perseverante intento de país petrolero. Cincuenta años después de esta popular
composición, la realidad no parece distar mucho de la de aquel entonces: un
país altamente dependiente de las materias primas para impulsar su economía.
Efectivamente, a lo largo de la historia económica colombiana encontraremos que
la orientación de nuestra producción ha sido hacia la agricultura y la minería,
aunque entre 1940 y 1980 el país hizo un esfuerzo interesante -aunque
insuficiente- para enfocar su esfuerzo productivo hacia el sector
manufacturero.
El auge de países emergentes como China, India y
Brasil incrementaron de forma extraordinaria el consumo de materias primas,
específicamente combustibles, lo que aceleró el crecimiento de la oferta de
hidrocarburos en países como Colombia. Como recordarán quienes han visto algún
cursillo de teoría microeconómica fundamental, el incremento de la oferta tiene
una relación positiva y directa con el aumento de los precios y, por supuesto,
esta predicción teórica se cumplió: durante casi una década de precios altos,
Colombia aprovechó la dinámica demanda mundial de petróleo y combustibles y
fortaleció la participación de los sectores de minas y energía en las
prioridades de la política económica: se hicieron ajustes institucionales -la
creación de la Agencia Nacional de Hidrocarburos-, se permitió la venta de una
parte de Ecopetrol, se entregaron más licencias mineras y de exploración en una
década que en todas las décadas pasadas desde que hay registros y se generaron
incentivos que desembocaron en que casi el 60% de las exportaciones y una
participación mayoritaria de la inversión extranjera que ha recibido el país
correspondan a los sectores minero-energéticos. Esta estrategia se empezó a
concebir en los primeros años de la década anterior y tuvo una histórica
relevancia en la política económica del gobierno actual.
Sin embargo, llegó la crisis y con ella el enfriamiento de la demanda mundial de materias primas. Los precios cayeron a nivel internacional y vía caída de exportaciones y de flujos de inversión -que dejaron de ver tan rentable el mercado petrolero y de combustibles- se resintió la economía colombiana. Uno de los grandes riesgos de la apertura económica y de la orientación de nuestra economía hacia actividades extractivas es que nos hace vulnerables a las variaciones del ciclo y a decisiones externas: por ejemplo, que Arabia Saudí no tenga en sus planes reducir la producción de petróleo y mantenga a la OPEP en niveles elevadísimos de oferta explica en buena medida por qué el barril de petróleo que hace cinco años costó 100 dólares hoy valga un 70% menos. Y claro, para una economía en la que las exportaciones de este rubro representan más de la mitad de las ventas al extranjero y donde la inversión extranjera -que representa algo así como el 25% del PIB- se hace específicamente en estos sectores, el golpe es mayor.
Como caso interesante, la economía del Valle del Cauca crecerá por encima de la media nacional, en buena medida porque cuenta con una estructura productiva diversificada, con una buena participación de la industria manufacturera y una inexistente o muy baja presencia de actividades económicas extractivas. Este caso exigiría hacer un análisis más profundo, pero sin duda que mantener una buena dinámica de la demanda interna y diversificar los destinos de las exportaciones ha sido una estrategia que este departamento ha sabido aprovechar de alguna manera, si bien aún presenta importantes desbalances entre subregiones que restan dinamismo. Sin embargo, deja ver que la estrategia histórica de concentrar nuestros esfuerzos como país en el sector de minas, energía y canteras -que tuvo un importante despegue en los últimos quince años- y en general en el sector primario no es una idea con la que debamos casarnos. Hay lecciones de la historia que nos deben servir para replantear nuestra política económica: la prueba está en que cuando Colombia intentó un proceso de industrialización, el crecimiento de largo plazo de nuestra economía fue superior al actual.
Sin embargo, llegó la crisis y con ella el enfriamiento de la demanda mundial de materias primas. Los precios cayeron a nivel internacional y vía caída de exportaciones y de flujos de inversión -que dejaron de ver tan rentable el mercado petrolero y de combustibles- se resintió la economía colombiana. Uno de los grandes riesgos de la apertura económica y de la orientación de nuestra economía hacia actividades extractivas es que nos hace vulnerables a las variaciones del ciclo y a decisiones externas: por ejemplo, que Arabia Saudí no tenga en sus planes reducir la producción de petróleo y mantenga a la OPEP en niveles elevadísimos de oferta explica en buena medida por qué el barril de petróleo que hace cinco años costó 100 dólares hoy valga un 70% menos. Y claro, para una economía en la que las exportaciones de este rubro representan más de la mitad de las ventas al extranjero y donde la inversión extranjera -que representa algo así como el 25% del PIB- se hace específicamente en estos sectores, el golpe es mayor.
Como caso interesante, la economía del Valle del Cauca crecerá por encima de la media nacional, en buena medida porque cuenta con una estructura productiva diversificada, con una buena participación de la industria manufacturera y una inexistente o muy baja presencia de actividades económicas extractivas. Este caso exigiría hacer un análisis más profundo, pero sin duda que mantener una buena dinámica de la demanda interna y diversificar los destinos de las exportaciones ha sido una estrategia que este departamento ha sabido aprovechar de alguna manera, si bien aún presenta importantes desbalances entre subregiones que restan dinamismo. Sin embargo, deja ver que la estrategia histórica de concentrar nuestros esfuerzos como país en el sector de minas, energía y canteras -que tuvo un importante despegue en los últimos quince años- y en general en el sector primario no es una idea con la que debamos casarnos. Hay lecciones de la historia que nos deben servir para replantear nuestra política económica: la prueba está en que cuando Colombia intentó un proceso de industrialización, el crecimiento de largo plazo de nuestra economía fue superior al actual.
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