Sensacionalismo económico
Poco a poco la economía aparece como uno de los temas que más preocupan al ciudadano: el PIB y el empleo crecen menos, el peso colombiano se devalúa solo por detrás del Rublo ruso y el Real brasileño y el pesimismo se ha convertido en la regla, ante un gobierno que no ha sido capaz de convencer a sus ciudadanos que la situación es menos grave de lo que parece, como en efecto lo es. La Revista Semana publica en portada un bocado de cardenal para quienes están a la espera de estas malas noticias para ganar espacios políticos: Colombia empobrecida, titulan, alimentando con un marcado sensacionalismo el pesimismo que se está retroalimentando entre los colombianos. La lectura es decepcionante por su calidad pero constituye un resumen de lo desacertado del debate que en torno a la economía colombiana se da en el país, sobre todo en las redes sociales.
El pésimo desempeño de la Bolsa de Valores, explicado en buena medida por el comportamiento del mercado cambiario y la destorcida de los precios internacionales del petróleo, es sin duda alguna un indicador de la difícil coyuntura económica pero está lejos de ser un suceso con consecuencias nefastas que lleven al empobrecimiento generalizado. La razón es bastante simple pero no evidente: la penetración del mercado de valores en Colombia es muy limitada y, de hecho, la propiedad accionaria en el país se encuentra altamente concentrada. La caída en los precios de estos activos, conocidos como acciones, difícilmente tendrá un efecto similar al que tendría una caída en Wall Street justamente por eso: muy pocos colombianos acceden al mercado accionario. Lo que ocurra en la Bolsa colombiana será un indicador pero tendrá trascendencia limitada para el colombiano promedio, averso al riesgo y poco informado sobre este tipo de productos financieros. En este caso, curiosamente, la altísima concentración de la propiedad de los activos más valiosos del país frena los efectos que tendría una pérdida de valor de las empresas que cotizan en el mercado de valores en la población.
Indudablemente la devaluación supone riesgos para la población en general: encarece las importaciones y este encarecimiento se expresa por un aumento de los precios de los bienes y servicios, que ya experimentan presiones por los choques de oferta efecto del fenómeno del Niño, que promete extenderse hasta mediados del primer semestre de 2016. Sin embargo la realidad es que, aunque hay presiones inflacionarias, no ocurre que el nivel de los precios aumente más que el nivel de los salarios y, en realidad, el problema parece más psicológico en muchos casos y, en otros, se podría sugerir que va siendo hora de pensar en nuevas fórmulas para calcular el salario mínimo, por ejemplo, mientras es imperativo aumentar la productividad. La realidad es que difícilmente un país se empobrece porque los precios suban un punto porcentual por encima de la meta planteada por el Emisor.
Lo que hoy le ocurre a Colombia no es una crisis -no hay destrucción de empleos ni tampoco existe contracción del producto-, pero sí es un choque económico que se explica por la decisión del país de concentrar su oferta exportable en la venta de petróleo. Y aunque esta estrategia se profundizó en los últimos años, ha sido una política económica que se puso en marcha desde principios de la década pasada. El canal de transmisión es bastante fácil de entender: Colombia vende el petróleo en dólares, que llegan al país y se cambian por pesos que empiezan a circular en la economía. En la medida en que el precio del petróleo fluctúa, entran más o menos dólares. En los últimos meses el petróleo vale menos, por tanto cada vez entran menos dólares al país, de modo que cada vez se requieren más pesos para comprar un dólar. Y con un dólar caro comprar en el exterior se hace inconveniente, en la medida en que los precios allá están también en dólares. Y ahí empezó nuestra desaceleración económica: nos especializamos en la venta de una materia prima que cada vez vale menos. ¿Nos hará más pobres esta situación? Prematuro y atrevido decirlo. Somos como un avión en un banco de nubes: aunque nos podemos caer, con algo de pericia el vuelo retornará a la normalidad. El resto es sensacionalismo, más si alguien se atreve a decir que una caída de la Bolsa de Colombia dejará a millones en la calle.
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