Ni un paso atrás
Parece que el Gobierno, en su torpeza monumental, y las Farc, con su cinismo acostumbrado, están empeñados en justificar cada una de las fantasiosas afirmaciones de los más encarnizados críticos del proceso de La Habana. Nada podía haber salido peor: las fotos en La Guajira ratificaron la extrema complacencia de un presidente obsesionado con sacar adelante su bandera de gobierno, mientras las Farc no han sido capaces, por primera vez, de entender los anhelos de los ciudadanos. Y eso que aspiran a convertirse en partido político. El proceso de La Habana es una oportunidad histórica que tenemos los colombianos de darle vuelta a la página: la corrupción y la politiquería dieron orígenes a las guerrillas, en un país acostumbrado a resolver con violencia los intereses en conflicto, y la presencia de estas terminaron por generar un efecto que reforzó las peores prácticas en la política colombiana. Cerrar el conflicto con esta nefasta organización será el espacio ideal para permitir que Colombia dé un paso adelante, no como lo piensan algunos que la solución a nuestros problemas está en el retrovisor.
Las Farc no tienen capacidad militar ni política de adueñarse del país. Esta fantasía solo cabe en la cabeza de quienes agitando las banderas del miedo y del radicalismo han logrado acumular poder: ¿alguien duda que es así? Luego de elegir 21 senadores, un puñado de representantes a la Cámara, concejales, diputados y alcaldes, es claro que agitar los radicalismos, los miedos y magnificar la amenaza de la guerrilla resulta políticamente rentable. Y ni hablar de los defensores oficialistas del proceso de negociación. En torno a las Farc se han enquistado todas las expresiones más censurables de la política, que hoy nos tienen en un escenario de polarización que nos recuerdan nuestro aciago pasado, donde entre centralistas y federalistas se mataban, entre bolivarianos y santanderistas se atacaban, entre conservadores y liberales se masacraban, ¿qué sigue? ¿una división casi mortal entre quienes queremos la negociación y quienes no?; lo más triste de la situación es que gran parte de quienes hoy se erigen como la alternativa, hace pocos años tuvieron un poder sin precedentes. Pero gracias al cinismo, a la testarudez de las Farc y de los grupos que creen en la combinación de las formas de lucha, la agenda del país permaneció inerte y se abrió espacio para consolidar al populismo como nuestra forma natural de gobierno y de oposición política. Sí, el gran poder de las Farc no ha consistido en lo que pueden hacer, sino en que han logrado con su empeño en seguir en armas que la misma pobreza ideológica, política y discursiva de los gobiernos se replique con exactitud en la oposición. Va siendo hora que Santos cumpla su tarea histórica de acabar este conflicto para que así dé un paso al costado, como lo debe hacer Uribe. Representan lo mismo. Va siendo hora que las nuevas generaciones asumamos el reto histórico de liderar a nuestra nación como nunca antes alguien lo ha hecho.
Somos una generación que, si bien
no lo ha conseguido, puede lograr que la paz algún día pueda concebirse como un
esfuerzo colectivo en el que la violencia sea proscrita como mecanismo para
imponer una verdad. En un mundo como el de hoy, la prioridad es construir un
consenso que permita atender las necesidades más urgentes de la sociedad : erradicar la pobreza y reducir las desigualdades, mejorar la atención en salud, garantizar el acceso a la educación, permitir el florecimiento de un sector empresarial innovador y realmente competitivo y
propender por un desarrollo ambientalmente sostenible. Ya no se trata de
imponer verdades ideológicas, sino de construir canales de cooperación y entendimiento
entre los ciudadanos, donde podamos entender que este mundo tendrá un futuro
esperanzador si actuamos juntos como uno solo. Y hoy ni el gobierno, ni la oposición radical ni las Farc lo han entendido. Los diálogos de La Habana representan una oportunidad especial de despertar de la amarga noche de violencia física y verbal que ha sido el sello característico de los colombianos, pero ante todo es una alternativa para empezar a pensar que es hora de despedir también a quienes como políticos han hecho de Colombia una nación sustentada en esperanzas rotas. A los señores de las Farc solo se les puede decir: en las últimas tres décadas hemos elegido a los políticos cuyo único talento ha sido ponerlos a ellos como centro de la agenda pública en Colombia. Mientras los niños wayuu se mueren de hambre y los ríos de Colombia se secan. Finalmente, que asuman la responsabilidad de habernos obligado a tantos padecimientos. Dejar el cinismo y las armas es el mejor homenaje a las víctimas indirectas de este conflicto: todos quienes hemos padecido las malas decisiones de esos políticos que se han hecho elegir prometiendo hacer con ellas la guerra o la paz.
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