Pasa por Sonso
La historia es sencilla: unos empresarios propietarios de tierras aledañas al Humedal Laguna de Sonso deciden arbitrariamente extender los límites de sus propiedades y acondicionar para su producción agrícola zonas protegidas, compuestas por madreviejas y suelos esenciales para la denominada productividad primaria, de la que se valen distintas especies vegetales y animales para su supervivencia. La Laguna de Sonso o El Chircal, ubicada en el municipio de Buga, presta unos servicios ecosistémicos que no pueden ser sustituidos: es una despensa de agua dulce, hogar de un gran número de especies animales que encuentran en sus espacios los recursos para vivir y asentarse, así como es una fuente de alimento para los humanos, por los beneficios de la pesca, por ejemplo. Pero también presta otras funciones menos evidentes, más en tiempos de sequía, pero que deberían considerarse, como lo es servir de control automático de las crecidas de los ríos y alimentar las fuentes subterráneas de agua. Y a pesar de esto, ante los ojos atónitos de los vallecaucanos, unos inescrupulosos empresarios sepultaron una porción de estos terrenos, los drenaron y destruyeron parte de un valioso tesoro ecosistémico del Valle del Cauca.
Probablemente en la historia reciente nunca habíamos sentido los rigores del llamado cambio climático. Sí, vivimos las lluvias inclementes de hace cinco años con el fenómeno de La Niña -que no duden regresará-, pero no habíamos asistido un déficit de precipitaciones como el que hoy enfrentamos ni habíamos sentido las altas temperaturas que hoy nos sofocan. Sin embargo, parece que no hemos terminado de entender las implicaciones de este fenómeno: la variabilidad climática no solo se expresará en altas temperaturas y poca lluvia, sino que también traerá bajas temperaturas y un nivel inusual en las precipitaciones. El cambio climático global no es simplemente un aumento del calor al que nos exponemos por el deterioro de la capa de ozono y la deforestación voraz de los bosques, especialmente los tropicales, sino que también se expresa por una disminución de las temperaturas, inundaciones y nevadas como las registradas en el este de los Estados Unidos la semana anterior -luego que en diciembre la gente se preguntaba dónde estaba la nieve-. Y en efecto, los humedales como la Laguna de Sonso desempeñan un papel clave para mitigar los efectos nocivos de estos fenómenos, más si se considera la presencia del río Cauca a unos cuantos kilómetros.
La Laguna de Sonso refleja la realidad ambiental en el Valle del Cauca y buena parte de Colombia: el fracaso de la institucionalidad diseñada para su defensa y protección. Las corporaciones autónomas se convirtieron en fortines de economías clientelares y de política transaccional, perdiendo así el espíritu de su misión y, en un claro resultado económico, asignando recursos a fines menos valiosos. Pronto las corporaciones autónomas como la CVC terminan destinando importantes recursos físicos, financieros y humanos a satisfacer acuerdos burocráticos y a desarrollar de forma limitada y parcial las labores que le ha sido encomendada. La protección de los recursos naturales parte del principio de mantener el equilibrio de los ecosistemas, lo cual supone una gestión orientada a la prevención de daños irreversibles. La contaminación de los ríos de Cali, el deterioro de la cuenca del río Cauca, el crimen cometido en la Laguna de Sonso o la devastación en el río Dagua por cuenta de la explotación minera ilegal ponen en evidencia el fracaso que en la prevención de los daños ambientales tiene hoy la autoridad ambiental del Departamento y la limitada prioridad de las administraciones municipales en ese tema.
La politiquería, el clientelismo y la opacidad de sus procesos internos han hecho de las autoridades ambientales unas inoperantes entidades que son hoy copartícipes del deterioro de las riquezas naturales del Valle del Cauca. El criterio técnico ha sido sustituido por una marejada burocrática cuya gran responsabilidad es y será mantener vivas las organizaciones políticas de turno, sin asumir compromiso alguno por cumplir una misión cabal que consista en más que acudir cuando el daño está ocasionado. Indudablemente, la legislación ambiental debe ser mucho más fuerte y debe hacer, por ejemplo, que el pago de una multa sea solo parte de todo un proceso que impida a las empresas y a los particulares hacer uso indiscriminado de los recursos. Hoy pagar una multa por daños ambientales sigue siendo un costo razonable que las empresas prefieren asumir antes de renunciar a las altas rentabilidades de los recursos minerales. Sin embargo, antes que eso ocurra, disponemos de una herramienta poderosa subutilizada: la presión del control ciudadano. Porque mientras los temas ambientales sigan siendo la cenicienta de la agenda pública, el Valle del Cauca seguirá pasando por Sonso...y viendo cómo unos pocos acaban lo que garantiza la supervivencia de todos.
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