Nos llegó la cuenta de cobro




Aunque los profetas del desastre quieren convencernos que todo lo que vendrá es sombrío y que la semilla de todos los males de la economía llegaron en un barco que vino de La Habana, la realidad es un poco más amplia y exige ser más rigurosos. Claro, serlo normalmente no es políticamente rentable. Sin embargo vale la pena detenerse y hacer algunas precisiones: tras algunos años de crecimiento económico que osciló entre el 4,5% y el 5,5%, hoy la economía colombiana se espera que tenga un periodo de expansión que estará entre el 2,5% y el 3,5% con unas presiones extras que hacen bastante complejo el panorama, por una inflación por fuera de los rangos meta, un fenómeno de variabilidad climática que incide en el nivel de precios e impone pérdidas a los productores agrícolas, la confianza en el gobierno erosionada y la incertidumbre sobre el panorama económico global. Esto se ha unido con la caída global de los precios del petróleo, que ha afectado los ingresos fiscales y ha supuesto un golpe duro en las exportaciones colombianas, principalmente concentradas en materias primas.

En 2012 asistí al Congreso de Economía colombiana en la Universidad de los Andes. En aquel momento, con los precios de los bienes minero-energéticos por las nubes, el economista Guillermo Perry advertía que la bonanza petrolera podría ser simplemente un auge de precios altos y no un aumento extraordinario de la producción. El tiempo parece que le ha dado la razón porque no existe evidencia de una caída en la producción petrolera en Colombia, pero la desvalorización del barril en más del 50% sí ha afectado notablemente la rentabilidad del que fue el cimiento de la economía colombiana en los últimos 15 años. Es difícil no afirmar que los últimos tres gobiernos han cabalgado sobre los altos precios del crudo. La cuestión realmente es así: 6 de cada 10 dólares de exportaciones son por ventas del crudo, paralelamente una proporción similar es lo que recibe Colombia por inversión extranjera directa en esos sectores. En ese sentido, la política económica se ha construido sobre la explotación de las materias primas que, ante el auge de los mercados emergentes como China y Brasil y las tensiones geopolíticas en el Oriente Medio, se valorizaron notablemente. Esto, aparejado a mejoras en las condiciones internas y en la reducción del riesgo-país, permitieron que la economía colombiana marchara al paso de la dinámica de la demanda internacional de los bienes minero-energéticos. Pero se nos olvidó algo: las fiestas se acaban.

Algunos estudios sostienen que en los últimos 35 años el proceso de pérdida de participación de la industria en la economía ha explicado que el crecimiento económico de estas décadas sea menor al de las décadas anteriores. Aunque hay múltiples interpretaciones, la más adoptada es aquella que encuentra evidencia en la reducción del acervo de maquinaria para manufacturas y el aumento de participación de los servicios y del sector primario de la economía, principalmente aquellos con vocación exportadora. El modelo exportador de materias primas y la economía extractiva devino la más importante fuente de riqueza en Colombia y, sin haber medido la acumulación de riesgos en que se incurría al concentrar tanto la generación de ingresos en unos pocos sectores, se ha convertido en la gran razón por la cual hoy el país atraviesa esta turbulencia. No es posible afirmar que estemos frente a una crisis como la de 1999 o a un crecimiento del 1,9% como en 2009, pero sin duda que veremos los efectos en la reducción del gasto público, en el aumento del desempleo y en la incertidumbre de los mercados internacionales. Dependerá de la pericia del Gobierno y del Banco de la República para atenuar los efectos mientras el país se estabiliza y ajusta a la nueva realidad.

Hay un caso caso llamativo en la economía del Valle del Cauca, donde el desempleo no aumentó, en un claro contraste con las cifras generales del país, y que cuyo PIB ha crecido incluso por encima de la media nacional. Buena parte de esto se explica por la baja dependencia del departamento del sector minero y la presencia de una oferta productiva diversa, que poco a poco se ha ido dispersando en el sector secundario y, particularmente, el terciario. Parece que en el Valle se entendió la importancia de la diversificación productiva -que debe profundizarse aún mucho más para aumentar los salarios y crear nuevos sectores de mayor complejidad-, cosa que no ocurrió en la Nación en las últimas décadas. Por eso con esta panorama opaco para la economía colombiana solo nos queda decir que el modelo basado en materias primas nos está pasando la cuenta de cobro.

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