Odio racional
A menudo se habla del odio como un sentimiento irracional. No lo creo tan así, más bien el odio parece un instrumento que responde a una intención clara sujeta a una información disponible, sin importar su calidad o cantidad. Odiar termina siendo una elección que, como toda decisión, supone riesgos y una probabilidad de ser adversa. En Colombia los odios desde la política y en la sociedad no han sido extraños: los curas en las parroquias, claramente conservadores, solían encender los ánimos contra los liberales; nadie dudaría que los famosos pájaros de la época de la Violencia obraban teniendo clara una intención. Matar en el nombre de una causa siempre tendrá una dosis de racionalidad, de consciencia, de entendimiento. En un país con una historia marcada y caracterizada por expresiones violentas, no debería sorprender que en estos momentos los odios sean en buena medida uno de los rasgos más relevantes -y preocupantes- de la coyuntura política y social.
Basta ingresar a las redes sociales y uno puede sacar rápidamente varias conclusiones: la primera, es que hoy un grupo nada despreciable de colombianos sienten que las FARC son su principal amenaza,a pesar que la mayoría de los estudios sostienen que es un temor falso, dada la incapacidad militar y política de esta agrupación; la segunda, que la oposición a Juan Manuel Santos en poco tiene que ver con sus resultados: lo haga bien o lo haga mal, lo que cimienta la animadversión contra el presidente es un sentimiento fundado en la solidaridad con un líder que, considera, que su antiguo socio político lo traicionó. Al mejor estilo de las llamadas vendettas, la reacción de los súbditos solo toma en cuenta la decisión de su líder. Por supuesto, no es irracional: toman una decisión conociendo que existe de parte del líder una anuencia. Basta ver en redes sociales a cientos de militantes y simpatizantes del Centro Democrático repitiendo las mismas proposiciones de Uribe: ¿ve usted alguna diferencia entre los ataques del senador a Daniel Coronell o las de un militante promedio que insulta a quien osa defender el proceso de paz o cuestionar el legado del expresidente? Más aún, ¿conoce usted que el senador y presidente del Centro Democrático haya solicitado a sus militantes abstenerse de agresiones verbales?
En un país de observadores desprevenidos es fácil que una mentira repetida sucesivamente sea adoptada como una verdad. A pesar que quienes monitorean el estado de la economía, del conflicto armado y de distintas variables de la coyuntura nacional suelen hacer uso de cifras y de documentación que sustenta que el estado de la nación dista de lo crítico y casi catastrófico que suelen sostener los detractores apasionados del gobierno, la decisión de invocar la traición y demás epítetos odiosos impedirá que los aportes más sensatos sean adoptados para moderar o regular el discurso: el odio es contagioso, incitarlo es rentable y es una herramienta de bajo costo. Extender el odio y las pasiones requiere un emisor y unos cuantos replicadores, mientras que difundir cifras y conceptos estructurados implican una búsqueda de fuentes y un dominio conceptual que, claramente, a los dirigentes políticos colombianos rara vez les ha interesado promover.
Las redes sociales, sin duda, que son ese conductor ideal de las doctrinas más radicales. Basta ver cómo personas que, en otras condiciones difícilmente sobresaldrían, se han convertido en estrellas de las redes sociales por replicar mensajes contagiosos en contra de lo que consideran incorrecto y peligroso. Evidentemente, el odio no tendrá el rendimiento esperado sin la presencia del miedo que es preciso infundir. Piense en esto: la mayor parte de las muertes violentas en los Estados Unidos son causadas por sus propios ciudadanos que hacen uso de su derecho fundamental de portar un arma de fuego. Según las estadísticas oficiales, entre 2001 y 2011 los incidentes con armas de fuego dejaron 40 veces más muertos que los ataques asociados con terrorismo. Más específicamente, en esa década murieron 11385 personas por incidentes causados por armas de fuego en tiroteos protagonizados por locales, mientras que se contaron 517 muertos por actos de terrorismo. No obstante, Donald Trump se ha erigido como el potencial candidato republicano convenciendo a cientos de miles que la mayor amenaza es externa, que el terrorismo exige a un tipo valiente como comandante en jefe y que los inmigrantes ilegales son amenazas para el país, a pesar que las cifras dicen lo contrario. El odio vende, da popularidad y, por qué no, pone presidentes.
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