Una paz, dos caminos
Se puede decir que iniciaron las campañas por el Sí y por el No a la refrendación de los acuerdos con las FARC en el plebiscito que debe convocar el Gobierno en las próximas semanas. Paradójicamente se le critica a quienes promovemos que el Sí que lo hacemos sin conocimiento de causa, dado que no se ha concluido la negociación en La Habana. No obstante hay que hacer una salvedad: los promotores del No tenían claro que su oposición a los acuerdos estaba incluso planteada desde el inicio de las negociaciones en 2012, sin esperar cuál sería el resultado. No quepa duda que desde los sectores opositores al proceso de paz con las FARC existe una milimétrica estructura ideológica fuertemente ligada a un proyecto político que arroja resultados para nada despreciables: la segunda bancada más grande del Senado que aportan la mayor parte de un grupo de 39 congresistas, cientos de concejales, diputados y ediles y siete millones de votos en una elección presidencial. Sin embargo, hay que partir de un principio: tan válido es apoyar el sí como el no, para eso está planteado el mecanismo de consulta.
Para llegar al preciado momento en que las FARC y sus unidades abandonen las armas y dejen la lucha violenta existen dos caminos. El primero, que parece además el más simple, consiste en volcar toda la capacidad militar del Estado para lograr su rendición. Y a decir verdad esta ha sido la opción preferida a lo largo de cinco décadas. Sin embargo, este resultado no brinda garantías de durabilidad ni garantiza los resultados más justos y socialmente menos costosos. Arrojar todo el poder destructivo de las fuerzas armadas puede funcionar como atacar de frente con un misil una roca: el resultado será pulverizarla y diseminará todos los fragmentos en un área mayor. Eso pasó con las FARC: perdieron la guerra en el frente, en la lucha de ejércitos, pero siguen vivos en pequeñas células dispersas, capaces de sabotear, sorprender y atacar estratégicamente a menor escala pero con gran poder desestabilizador. El argumento del Centro Democrático al oponerse a los acuerdos gira en torno al rechazo tajante a las penas alternativas en lugar de la cárcel pactados en La Habana -lo cual es inexacto- para los autores intelectuales de la insurrección y de los delitos de lesa humanidad y a la participación política. Al respecto, parece conveniente profundizar:
Con las FARC este no es el primer proceso de paz que se emprende. En los últimos 15 años es el segundo que formalmente se adelanta, no obstante en ese periodo se intentaron acercamientos y conversaciones confidenciales que no llegaron a feliz término. Pero el fracaso de los esfuerzos previos se pueden enmarcar en dos circunstancias: la primera, es que se planteó un proceso de sometimiento y rendición, no de negociación política ni de reconocimiento del carácter ideológico de la lucha que equivocadamente emprendieron las FARC; la segunda circunstancia es que se pretendía hacer concesiones limitadas, muy calculadas e insuficientes para construir confianza. En teoría de juegos, un campo de estudio de la economía y las matemáticas, postula que el éxito de un juego repetitivo -como una negociación larga- depende de la capacidad de las partes de esperar. Y siempre se quisieron resultados sin conceder espacios ni tiempo por parte del Gobierno. El éxito de este proceso que se desarrolla en La Habana ha estado en la capacidad de reconocer políticamente a la contraparte, hacer concesiones razonables y tener paciencia para, incluso, pasar por encima de la impaciencia de los ciudadanos.
Ahora bien: resulta ingenuo pensar que las FARC van a negociar por un tiempo indefinido para ir a una cárcel sin reconocimiento de derecho político alguno. Más ingenuo resulta aún creer que en un país donde nueve de cada diez delitos no son investigados ni castigados, las FARC van a recibir su justo castigo. Esto, dolorosamente, es un sofisma que por seguirlo fielmente puede echar al traste cualquier esfuerzo de paz. Hay que tenerlo claro: si se pierde el plebiscito, las FARC van a abogar por otro mecanismo de refrendación, pero resulta improbable que ellas renegocien los términos de los acuerdos que han llevado a las partes a hacer concesiones considerables. Y ahí está la segunda opción para alcanzar la paz con este grupo armado: aceptar que una guerra cruel, larga y degenerada no puede terminarse sin concesiones. La reconciliación, la verdad, la restauración de los derechos violentados y resarcir el daño pasan necesariamente por entender que la otra parte no puede ser humillada, razón por la cual en este proceso se ha privilegiado esta serie de aspectos por encima de la justicia punitiva (no obstante, si las partes no dicen la verdad ni reconocen sus responsabilidades, la justicia ordinaria determinará condenas de cárcel). Abraham Lincoln decía: ambas partes abjuraban de la guerra; pero una de ellas iría a la guerra antes que consentir en que la nación sobreviviera; y la otra aceptaría la guerra antes que dejarla perecer. Y llegó la guerra.
Es cierto: en La Habana se han dado múltiples concesiones. Sin embargo no podemos esperar que superemos una guerra sin asumir un costo que, en cualquier caso, será mucho menor al costo que supone la confrontación. Al refrendar los acuerdos de paz de La Habana estaremos dando un mensaje muy fuerte: los colombianos fuimos quienes reconocimos a las FARC la posibilidad de participar en política, que fue resultado del diálogo y del entendimiento y no de la victoria militar que esperaba la guerrilla. Contrario a lo que dicen los promotores del No, con el proceso de paz de La Habana habremos comprendido que lo que no puede obtenerse en una elección, tampoco puede obtenerse con las balas.
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