Cali y el día después
¿Qué debería ser Cali después del último día de la pandemia? Sin duda, lo que hagamos hoy de ella. Enfrentamos una pandemia que, aunque lejos de ser tan letal como la tristemente célebre gripe española, es tanto o más desestabilizadora en un mundo hiperconectado. Las noticias de China o España nos tocan y configuran nuestras expectativas. Creo íntimamente que no va a llegar una tormenta mayor a la que vivieron algunos países europeos entre marzo y abril, pero sí creo que el nerviosismo, la incertidumbre y la tensión nos acompañarán unos buenos meses. Sin embargo, el peor error que podemos cometer es entregar todo el ánimo y toda nuestra atención a este fenómeno inesperado. En Cali tenemos muchas apuestas de ciudad que sería un error garrafal abandonarlas o aplazarlas. Con esa reflexión quiero arrancar esta columna de opinión.
La capital del Valle ha tenido, en los últimos 100 años, una transformación notable. De una pequeña ciudad de 20.000 habitantes, se convirtió en un puerto seco por cuenta de la llegada del Ferrocarril del Pacífico en 1915, que aceleró de forma notable su crecimiento y transformación productiva. La facilidad de recibir y despachar mercancías desde el sur y desde el interior del país y su conexión con Buenaventura dieron paso al surgimiento de empresas industriales y agroindustriales, que aprovecharon la plataforma logística y la fertilidad de los suelos circundantes de la ciudad. Eso, por supuesto, se convirtió en un gran polo de atracción de mano de obra procedente de distintos lugares del país.
En la segunda parte del siglo XX, Cali se consolidó como un polo de desarrollo económico fundamentado en la industria, la agroindustria, el transporte y la logística y, en menor, proporción en los servicios. Descontando el efecto devastador del narcotráfico, Cali tuvo un apogeo de la mano de grandes empresas nacionales e internacionales que fueron dándole a la ciudad ese carácter que hoy se mantiene de ser un mercado altamente diversificado. A finales del siglo pasado, la capital vallecaucana peleó el segundo lugar dentro del sistema de ciudades de Colombia, llegando a tener un crecimiento destacado y un aeropuerto internacional bien conectado con los Estados Unidos y España, pero lo perdió por una falta de visión estructural de los liderazgos locales, que no supieron ver la capacidad que se tiene desde lo local para ajustar el modelo de desarrollo. Sin embargo, también hay que contar en el balance con fenómenos estructurales como la violencia, que fue una pésima carta de presentación internacional.
Sin embargo, entrados los años 20 del nuevo siglo, el panorama luce distinto. Aunque seguimos enfrentando cifras elevadas de criminalidad que requieren un esfuerzo grande aún, hemos desarrollado una plataforma turística importante, así como una vocación hacia los servicios y una oferta diversificada que han servido, además, de seguro para que la economía caleña haya podido disminuir de forma consistente la pobreza y el desempleo. No obstante, contamos con sectores como el de la salud, los alimentos procesados y la economía digital que tienen un potencial enorme de generación de riqueza, sumado a un grupo de universidades de alto nivel. Cali debe optar por ser una ciudad inteligente, pero esa condición va más allá de la capacidad de tener semáforos o bienes públicos con mayor sofisticación, sino que eso debe verse reflejado en lo que producimos.
Orientar el modelo de la educación hacia el aprendizaje de la ciencia y la tecnología desde los niveles de la educación básica marcaría un hito en la formación de capital humano que permita preparar a la ciudad para profundizar en la sofisticación del sistema productivo. En esto la Alcaldía tiene un rol fundamental para liderar con el sector privado una estrategia que haga menos vulnerable a la economía local. El oriente se puede convertir en una fábrica de capital humano que, además, sería una estrategia muy certera para la reducción de la pobreza en esta zona de la ciudad.
Modernizar las infraestructuras es clave para generar más ventajas competitivas. Sin duda que Cali tendrá que fortalecer su sistema de transporte, ojalá con vehículos de bajas emisiones, tales como buses eléctricos y a gas; también debemos ampliar la red de carriles para bicicleta y proyectar al ferrocarril como el principal medio de transporte en la Ciudad Región. Dicho sea de paso, el desarrollo de Cali pasa por su capacidad de construir relaciones simbióticas con sus municipios vecinos.
A Cali hay que prepararla para que sea una ciudad inteligente, más abierta y que pueda atraer talento humano nacional e internacional para sofisticar su estructura económica y apalancar con aún más fuerza su desarrollo. La pandemia que estamos viviendo en 2020 no puede hacernos perder el norte de una ciudad con un potencial enorme. Sería el error más costoso. El éxito de la ciudad pasará por nuestra capacidad de integrarnos con el mundo, cerrar las brechas aún amplias entre sus habitantes y de apropiarse de la tecnología, la ciencia y el bilingüismo como claves del crecimiento del capital humano que necesitamos para dar ese gran salto adelante.
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